Perfiles pergaminenses

Eduardo Solmi, un hombre de pueblo e histórico preparador de autos de competición


 Solmi en su taller ese lugar donde confluyeron el trabajo y la pasión  (LA OPINION)

'' Solmi en su taller, ese lugar donde confluyeron el trabajo y la pasión. (LA OPINION)

Su oficio de mecánico y su amor por las carreras de automovilismo le abrieron las puertas de un universo maravilloso. Se dedicó a preparar el vehículo de 84 pilotos para distintas categorías de este deporte. Se forjó de la mano de Jesús Ricardo Iglesias y transitó un largo camino lleno de anécdotas. En su Urquiza natal recorrió parte de su historia.


Eduardo Solmi tiene 82 años. Nació el 29 de julio de 1938. Creció en la zona rural de Urquiza, donde sus padres trabajaban el campo. Fue a la Escuela N° 15 de la localidad y más tarde al Colegio Industrial de Pergamino, donde aprendió el oficio de mecánico que ejerció hasta hace apenas tres años con una particularidad: se especializó en la preparación de autos de competición, lo que le permitió trabajar con grandes pilotos que marcaron historia en el automovilismo.

En tiempos de confinamiento por la pandemia, la charla se concreta en su casa de Urquiza, tomando todas las medidas de distanciamiento recomendadas. En el comedor, a un lado de la mesa, en un mueble conserva las botellas de champagne que inmortalizan el momento del triunfo de varios de los pilotos para los cuales trabajó en muchos años de trayectoria. Victorias de las que con humildad en muchas ocasiones se sintió parte porque preparar esos autos que luego competían representaba una enorme responsabilidad. Abrazó su actividad laboral con pasión y el mismo sentimiento acompañó su amor por los fierros.

El relato de su historia de vida entremezcla anécdotas de competición con postales de una infancia vivida en el campo, en la tranquilidad de un lugar que lo cobijó y en el que aprendió los valores que luego tomó para vivir. “Viví en el campo hasta los 15 años. Fui a la escuela de Urquiza y más tarde al Industrial. Mis padres fueron Elisa Elvira y Eduardo Torcuato y se dedicaron al trabajo rural hasta que se jubilaron”, menciona y habla de sus hermanos: Héctor, ya fallecido y Nélida Elvira, la menor.

Recuerda que siendo niño llegaba a la escuela a caballo, en sulky o en bicicleta, como podía. Las distancias por entonces eran extensas. También cuenta que para ir al Colegio Industrial hacia tres kilómetros en su bicicleta hasta la ruta, la dejaba atada a un poste y esperaba el micro que lo traía a Pergamino, donde cursaba doble turno. Lo hacía con placer porque le gustaba lo que aprendía.  Guarda un recuerdo entrañable de su profesor Miguel Urbaneja, que le enseñó mucho de lo que sabe y señala con gratitud que fue una persona que siempre lo alentó en todos sus proyectos.

Cuando egresó del Industrial comenzó a trabajar en el taller mecánico. Durante muchos años fue una tarea que intercaló con las actividades del campo que trabajó con su hermano. También tuvo en sociedad con él una estación de servicio. “Era una época en que se trabajaba mucho y se podía progresar”, refiere, señalando que alternaban en distintas actividades siempre detrás del objetivo de poder crecer en lo que hacían. Hoy ya está jubilado.

Durante 17 años fue mayordomo de la Estancia “La Lucila”, una tarea que desplegó con compromiso y dedicación. “Estaba en el campo, pero ya trabajaba con los autos, así que no dormía”, acota.

Fue ese trabajo en la estancia el que le permitió tener la casa en la que vive. Por entonces en pleno corazón del pueblo, el barrio se construyó para que cada empleado de La Lucila tuviera su propia vivienda. Junto a su esposa, Eduardo se mudó en el año 1983, cuando dejó la estancia. “Esta casa tiene historia, porque antes de que nos mudáramos vivió aquí un señor de apellido Coronel que estaba casado con una señora de apellido Cerrutti, tía de la que hoy es la reina de Holanda. Máxima estuvo varias veces aquí porque venía a visitar a sus tíos con sus padres. Después ellos se establecieron en Pergamino y entonces nos mudamos nosotros”, relata.

Su familia

Conoció a la que es su esposa, Ana Matilde Maiztegui, siendo ambos muy jóvenes. Luego de cuatro años de noviazgo se casaron. Hace 51 años que comparten la vida.  Tuvieron dos hijos: Analía Silvia, casada con Alfredo Soland, que vive en Puerto Madryn; y Alberto Adrián, en pareja con Graciela Sayal, que vive en Urquiza y siguió adelante con el taller.

“Mi hija tiene una hija de 22 años que se llama Agustina que se está por recibir de economista. Mi hijo tiene a Luisana (Lulú), una niña de 8 años que llegó a nuestras vidas cuando hace algunos años ellos tomaron la decisión de adoptar. Así que tenemos una familia hermosa con dos nietas que son la luz de nuestros ojos”, resalta.

Una pasión tomada de Iglesias

Se inició en la preparación de autos de competición con Jesús Ricardo Iglesias. “Como yo era un apasionado de los autos de carrera, ya a los 14 años estaba trabajando con él en el taller”, refiere.

Y prosigue: “Recuerdo que iba a la escuela Industrial y cuando salía llegaba a mi casa de noche y me iba al taller a trabajar con Iglesias en el auto de carrera. Eran largas noches”.

Ese amor por los fierros de la mano de su oficio se transformó más tarde en una actividad laboral que Eduardo honró con compromiso y dedicación. “Fui preparador de autos de carrera de distintas categorías”, resalta y describe su trabajo: “La mecánica de antes era distinta, no se usaba tanta tecnología como la que hay ahora. La tarea implicaba usar más la creación propia. Hoy está todo más mecanizado”.

El carácter artesanal de ese trabajo que realizaba con autos que se preparaban especialmente para la competición en distintos circuitos conllevaba también el establecimiento de lazos muy fuertes de compañerismo y complicidad en una tarea que se llevaba adelante a contraturno de otros compromisos laborales y que encerraba una pasión.

Así como recuerda cada pieza, cada proceso de preparación de los autos, destaca también la experiencia del momento de la carrera: “Muchas veces terminábamos de preparar y salíamos para algún autódromo. Ibamos a distintos lugares del país, de la mano de Iglesias viajé mucho porque él fue cinco veces campeón argentino, algo que muy poca gente sabe”.

“Cuando él iba a Las Rosas, provincia de Santa Fe, me había hecho amigo de Alfredo Pian que era de allá y me llevaba a dormir a su casa. También me pasaba con Emilio Barbalarga de Marcos Juárez. Era un ambiente donde uno hacía muchas amistades”, comenta.

Preparó muchos autos de competición. Estuvo en actividad hasta hace pocos años. “Preparé para 84 pilotos de distintas categorías”, precisa y recuerda el último: “Le preparé el auto a Raúl Sinelli para el Turismo Carretera”.

“Para el TC fueron varios los autos que preparé, cinco. Antes fueron para otras categorías. Anduve en todas, fui escalonando”, dice y enumera: “Empecé con la Fórmula Renault, pasé a la Fórmula Sierra, de ésta al GTA y así hasta llegar al Turismo Carretera que es la mayor aspiración porque es la categoría mayor”.

Exhibe con orgullo las botellas de podios alcanzados por pilotos que corrieron autos que él preparó. “Cuando un piloto gana lo que uno siente es orgullo, se siente algo muy especial. Uno se siente parte, te sentís capaz”, resalta.

Y agrega: “Por más que paguen, uno siente la necesidad de ganar. Por otro lado, cuando ganás llegan más clientes”.

Su experiencia con Pappo

Entre los pilotos para los cuales trabajó está Pappo (“El carpo” Napolitano). Tiene con él muchas anécdotas de experiencias compartidas: “Fue una excelente persona, nos habíamos hecho muy amigos. Lamenté mucho su muerte”.

“Conocí a Pappo en San Pedro, donde estaba junto a otro piloto. Parecía un croto, sufría una adicción, consumía drogas, fumaba y tomaba. Con el tiempo, cuando ya vino con el auto de carrera no tomaba, no fumaba ni consumía drogas. Era otra persona. Un día le pregunté cómo había hecho para recuperarse y me dio una respuesta que me quedó grabada para siempre: ‘Es cuestión de voluntad, viejo’”.

Varias generaciones

Pasaron por su taller varias generaciones de pilotos y con todos siempre tuvo un trato personalizado. “Algunos los tuve durante mucho tiempo y a otros por una sola carrera”.

En alguna época hizo coincidir la competición con la mecánica de autos particulares, pero con el tiempo se centró en la preparación para el automovilismo, una actividad que confiesa le resultó “rentable y gratificante”.

Un buen balance

Ya retirado, confiesa que aunque no dejó de golpe la mecánica, porque su hijo está en el taller, no le costó retirarse porque sintió que “ya había sido suficiente con los años que había trabajado”.

Asegura que la mayor satisfacción de su oficio fue el automovilismo. “La actividad agropecuaria también me resultó agradable porque trabajar el campo es lindo. En un momento llegamos a tener 15 empleados, tractores y todas las herramientas que se necesitan para trabajar la tierra. Uno se siente bien porque produce plata. Pero el automovilismo fue otra cosa, se jugaba una pasión allí”.

Reitera que su amor por la actividad competitiva la tomó de Iglesias. “Eso uno lo lleva adentro y cuando encuentra alguien que lo alienta, va armando su propio camino”.

“Por un lado, es una satisfacción trabajar y aunque a lo largo de los años hubo algunos momentos amargos, por algunas ingratitudes, me quedo con las buenas personas que conocí”, reflexiona y por sobre cualquier dificultad antepone los inolvidables momentos vividos.

Siempre cerca de los circuitos y de la adrenalina de la competición, sin embargo sabe que nunca anheló ser piloto. “Lo mío era la mecánica. Corrí una sola carrera de pibe en Arrecifes, pero fue la única”.

Un presente tranquilo

Su presente transcurre de manera tranquila. Disfruta de estar en su casa y de viajar. Hoy la pandemia los limita, pero cuando todo esto pase, volverá a subirse a su camioneta para seguir recorriendo distintos lugares.

Sabe que si volviera a vivir tomaría las mismas decisiones que tomó y las mismas elecciones.

Inquieto y comprometido con su comunidad, presidió varios años la Cooperativa Eléctrica de Urquiza y estuvo en la asociación cooperadora del jardín de infantes y de la escuela del pueblo. Las vivencias de esas experiencias de participación comunitaria son infinitas. De todas destaca la vocación de “hacer” por su comunidad.

Cuando la charla promedia, vuelve sobre sus recuerdos del automovilismo. Cada carrera marcó su historia como mecánico. Aprendió de cada experiencia. “Tengo muy buenos recuerdos de Jesús Ricardo Iglesias. Aprendí mucho de él. Era un ser extraordinario y un piloto preparado. Hoy el piloto va con un bolsito y el casco, llega a la carrera se sube al auto y corre. En aquella época trabajaba a la par del mecánico en la preparación del auto de carrera”, dice con añoranza.

Hoy es espectador de automovilismo. Pero nunca más fue a una carrera. Le gustaría ir pero no por los autos sino por la cantidad de amigos que cosechó en el ambiente del TC. “A mi sobrino Martín, que anda en el ambiente porque prepara el auto a Agustín Canapino, cuando va a las carreras le preguntan por mí”, cuenta. Lo que añora es el reencuentro con esa gente querida que lo recuerda bien. Eso es lo más importante de la cosecha, tras años de ejercicio de un oficio que en el mundo de la competición o de la mecánica de calle se juega mucho de la honestidad. Eso que perdura.


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