Perfiles pergaminenses

Gregorio Miguel “Goyo” Giménez: la vida de un camionero que abrazó con pasión su actividad


 “Goyo” Giménez con sus jóvenes 96 años relató a LA OPINION su historia de vida (LA OPINION)

'' “Goyo” Giménez, con sus jóvenes 96 años, relató a LA OPINION su historia de vida. (LA OPINION)

Tiene 96 años y hasta los 80 manejó recorriendo largos caminos, muchos de ellos acompañado por Irma, su compañera de toda la vida con la que se casó la semana pasada. Escuchar su relato de vida es recorrer más de nueve décadas de historia rica en anécdotas que atesora.


Gregorio Miguel Giménez nació un 4 de febrero; cumplió 96 años y el sábado 15 de este mes se casó con Irma Ester Anavitarte, su compañera desde hace 55 años, un acontecimiento que lo emociona y al que refiere en el comienzo de la entrevista en la que traza su “Perfil Pergaminense”.

La entrevista se realiza en su casa del barrio Centenario, una mañana de verano que parece primavera. Las puertas están abiertas de par en par como en otros tiempos. El mira hacia la calle y recrea las vivencias de su longevidad. Se lleva bien con la idea del transcurso del tiempo y asegura que lo acompaña la buena salud. Durante gran parte de su vida fue camionero. Se bajó del camión a los 80 años, no por falta de deseo, sino por las limitaciones que la edad le fue poniendo a una tarea tan delicada y que debe ejercerse con responsabilidad. Desde entonces disfruta del tiempo libre en familia y pasa las horas en su casa o haciendo mandados. Su esposa es enfermera y trabaja en el Centro de Atención Primaria de la Salud de la localidad de Fontezuela. Tiene dos perros de raza pequeña que lo acompañan en sus rutinas cotidianas. Los trata con afecto entrañable. Habla de los suyos con alegría, como quien ha cosechado la siembra en el plano emocional luego de haber conformado su familia de la mano de la que considera es la mujer de su vida.

Nació hace más de nueve décadas en Pergamino y creció en Italia y Alsina, junto a su madre Ada Molinari y su padre Marcial Timoteo Giménez. Relata que durante un tiempo vivió en algunos pueblos de la provincia de Córdoba, acompañando el trabajo de su padre que era albañil y se dedicaba también a la construcción de estatuas. Es el mayor de seis hermanos. De su infancia recuerda los partidos de fútbol en los baldíos. La niñez transcurría en la calle, donde no había problemas de inseguridad.

Fue a una escuela que funcionaba cerca de su casa. No recuerda el número, solo menciona que hizo hasta cuarto grado, como se acostumbraba entonces. Después fue tiempo de empezar a trabajar. Lo hizo en talleres mecánicos, lavando piezas de los vehículos que se reparaban en aquella época. Sabe bastante de mecánica. “Trabajé en varios talleres mecánicos como ayudante. En ese tiempo eran autos modelo 28, no había mucha variedad de vehículos y yo los manejaba para adelante y para atrás hasta que tomé coraje y empecé a manejar. Me hice solo”.

Camionero de alma

Más tarde se inició en la que se iba a transformar en su principal actividad laboral: ser camionero.

“Me subí al camión siendo muy joven. Fui chofer de camiones. Me incorporé a esa actividad luego de sacar el registro de conducir profesional”, señala y recuerda que aprendió a manejar solo. Fue algo que siempre le gustó hacer y a pesar de los sacrificios de su trabajo, ser camionero se transformó en una pasión.

Viajaba mucho a Bariloche y otras ciudades del sur del país trasladando combustible o mercadería en general. “Trabajé en la empresa Babuti de Buenos Aires y después en una empresa de Manuel Ocampo que tenía muchos camiones.

“Mi mujer me acompañaba en los viajes al sur y en determinados tramos del camino compartíamos el manejo del camión”, recuerda y destaca el compañerismo a lo largo de los años.

Como parte de su actividad conoció a Hugo Moyano y así recrea ese momento: “Fue a pedir trabajo a la empresa en la que yo trabajaba. Eran épocas muy convulsionadas de la política y del país. Fuimos como siete años compañeros de trabajo, pero lo de él no era manejar. Le dieron un camión para trasladar mercadería de un galpón a otro. Era un dirigente con capacidad para la cuestión sindical. De hecho si hoy los camioneros tienen algo, se lo deben a Moyano.

“Manejé el camión hasta los 80 años, pero después ya no me otorgaban el registro, así que me retiré. Me costó bajarme del camión después de tantos años, porque los camioneros aprendemos a llevar esa actividad en el alma”, sostiene, con cierta nostalgia.

“Coseché buenos amigos entre los camioneros, en esa época había caminos muy difíciles de transitar y nunca andábamos solos. Salían flotas de varios camiones y nos acompañábamos si a alguno le pasaba algo. No había tecnología como hoy ni rutas como las que hay ahora. Tampoco había inseguridad. Era un poco sacrificado, llegábamos prácticamente hasta el fin del mundo, pero lo hacíamos con mucho amor porque nos gustaba nuestra actividad”.

La boda y la familia

“La semana pasada nos casamos con Irma, era una asignatura pendiente. Ella tiene 74 años y hace más de cincuenta que estamos juntos”, cuenta en otro momento de la charla y recuerda que la conoció en el barrio Vicente López donde ella vivía. “Un día nos pusimos a conversar, y jamás nos separamos.

“Siempre me decían que me casara y la semana pasada, di el paso”, afirma y sonríe.

“Goyo”, como lo llaman, ya era camionero y trabajaba para la firma Naim cuando la conoció. Comenzaron a planificar juntos su futuro y conformaron su familia. “No tuvimos hijos en común, pero sus dos hijas son como mías”, destaca y nombra a Daniela (57), casada con Fabián Beccaría; y a Verónica (55), casada con Miguel Gómez. “Ambas son muy buenas, somos unidos. Ellas tienen a sus hijos: Daniela a Facundo (23) y Verónica a Emanuel (30) y Melina (23)”, agrega hablando con orgullo de sus nietos.

“Una de las chicas, Verónica vive con su esposo en Capitán Sarmiento y los visitamos siempre. La otra, Daniela, vive acá muy cerca”, destaca este hombre que aunque cosechó en su trabajo y en su andar por diversos lugares una importante cantidad de conocidos, reconoce que su principal riqueza afectiva es la familia.

Su vida cotidiana es sencilla. Pasa bastante tiempo en su casa y sale para hacer algunos mandados. “Hasta hace un tiempo llegaba hasta el centro caminando por calle Merced, pero ya no lo hago porque cuesta un poco andar”, refiere. Confiesa que le gusta comer de todo, pero lo hace en poca cantidad. No toma medicamentos ni ha tenido problemas de salud. Sabe que está cerca de los cien años, pero no lleva la cuenta. Solo acepta lo que le depara el destino en lo cotidiano y disfruta de la compañía de sus afectos.

Sus ojos han sido testigos y protagonistas de lo acontecido en 96 años. Pergamino siempre fue un lugar en el que le gustó vivir. Recuerda la ciudad de antaño: “Uno de los atractivos más grandes era ir a la Confitería Tokio que estaba en calle San Nicolás a jugar al billar. Era una diversión para mí en los años de juventud. El paseo de la calle San Nicolás era emblemático”.

Un espíritu aventurero

Es dueño de un espíritu inquieto. Lo refiere cuando cuenta algunas de sus anécdotas de juventud. “Con tres amigos en una oportunidad tuvimos la idea de llegar hasta Alaska en una aventura que emprendimos. Había leído que era un lugar muy lindo. Llegamos hasta Cuba en tiempos complejos para América Latina, en la época de la revolución cubana. Allí conocimos al ‘Che’ Guevara. Nos quedamos en Cuba, donde viví varios años. También estuvimos un tiempo en Venezuela y en Chile. Nunca llegamos a Alaska porque uno de mis compañeros se enfermó y eso nos obligó a regresar. Después crecimos, asumimos otros compromisos y ya dejamos ese tiempo de aventuras. La vida fue conformándose de otra manera”, destaca este hombre que asegura no tener asignaturas pendientes. “Todo lo que he querido, lo hice, no me puedo quejar.

“Tuve y tengo una buena vida”, finaliza, agradecido haciendo un recorrido por 96 años de vida y con el saldo positivo de un buen balance. “No me doy cuenta del paso del tiempo, ni tengo sueños pendientes. Solo me gustaría ver salir adelante al país. Que se arreglara la situación del país”, expresa conmovido por la difícil realidad que atraviesan muchos argentinos. Con esa mirada sensible del presente y el recorrido por tantos años de historias para él repetidas, finaliza la charla. Sin más que la gratitud por la posibilidad de estar vivo, transitando la vejez habiéndose forjado un destino y sabiendo que si volviera a nacer, volvería a ser “un camionero”.


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