Perfiles pergaminenses

José Abel Carrica: gran parte de su vida dedicada a la pasión por el deporte en el Club Juventud


 José Abel Carrica entre el banco y la carrera deportiva (LA OPINION)

'' José Abel Carrica, entre el banco y la carrera deportiva. (LA OPINION)

Hace 60 años que es socio y su participación en esa institución ha sido sostenida, primero como jugador de fútbol y de basquetbol, y luego como dirigente. Trabajó en la Escribanía Laguía y más tarde en el Banco Ganadero. Hoy, ya retirado, y acompañado por su familia, hace un balance positivo del camino transitado y disfruta de seguir yendo al club todos los días.

José Abel Carrica tiene 65 años. Fue empleado bancario durante 37 y desde hace cinco está retirado de la actividad laboral, lo que le permite tener tiempo para disfrutar del descanso, la familia y el Club Juventud, una institución de la que es socio hace 60 años y de la que ha formado parte como jugador de basquetbol y fútbol y como dirigente. Habiendo integrado el Tribunal de Penas de la Liga Infntil, convocado por el profesor Atilio Saint Julien. 

El momento de la vida por el que atraviesa le da una perspectiva que le facilita la mirada retrospectiva necesaria para el balance. Durante toda la entrevista se muestra agradecido a las personas con las cuales se cruzó en lo laboral y en lo deportivo. Hasta los 4 años vivió junto a sus padres en Tuyutí, una localidad ubicada entre Salto y Mercedes, próxima a San Andrés de Giles, donde trabajaba su padre que era ferroviario. “En 1952 mis padres se radicaron en Pergamino, siguiendo una decisión de mejorar y darnos a nosotros la posibilidad de vivir en un lugar donde tuviéramos posibilidades de desarrollarnos. Nos vinimos a vivir a una casa que mi padre había levantado en la conocida ‘Cortada de Urquiza’, éramos mi mamá, mi papá y mi hermano menor”, refiere y recuerda una infancia vivida en el potrero y en el Arroyo donde todo era “distinto a como es ahora, pero muy seguro.

“Vivíamos en una casa de calle Urquiza, entre Larrea e Intendente Biscayart, donde no había servicios, ni agua, un vecino que tenía un aljibe nos la proveía. Mucho tiempo después llegó el pavimento, la luz en las calles y el gas. Era otro barrio y otro Pergamino”, refiere.

A partir de los 5 años fue al Club Juventud y esa institución lo contuvo durante todos los días de los últimos 60 años. “Soy socio desde ese momento, jugué al fútbol, al basquetbol e integré varias subcomisiones y llegué a ser presidente”.

Abrazó el deporte desde los 10 años y jugó ininterrumpidamente durante más de veinte. “Tuve la suerte de jugar en el seleccionado de basquetbol, confrontando con los ‘monstruos’ de Bahía Blanca: Fruet, Cabrera, De Lizaso entre otros y de fútbol de Pergamino, fui parte de una época que me marcó mucho”. 

“Allá por 1966 debuté en primera y hasta 1980 fue una época muy linda en la que se llenaban las canchas, había diez mil personas en los estadios y la gente seguía los distintos eventos. Fueron épocas inolvidables, compartí experiencias deportivas con jugadores norteamericanos que llegaban para reforzar los equipos, ganamos campeonatos provinciales juveniles de basquetbol”.

Tanto con el baloncesto como con el fútbol, las anécdotas son infinitas. “Una de las grandes satisfacciones fue haber jugado con el combinado de Pergamino un premilinar de River y Boca”, recuerda.

 

La vida laboral

José Abel cursó sus estudios primarios en la vieja Escuela Nº 2. Más tarde fue al Colegio Comercial, donde egresó como perito mercantil. Mientras estudiaba colaboraba en la sala médica de la Liga de Fútbol, como jefe estaba “Talo” Delorenzini y atendía el doctor Carrol Bernarda y en marzo de 1967 por recomendación de un dirigente del Club Juventud, Mario Cremona que trabajaba en el Banco Nación, comenzó a trabajar en la Escribanía Laguía. “Trabajé allí hasta agosto de 1973, aprendí mucho. El escribano Laguía me impulsaba a que siguiera la carrera, era un hombre tremendamente inteligente y visionario. Aprendí mucho con él, pero en aquel momento el basquetbol y el fútbol eran más fuertes y no tomé su consejo de seguir la carrera”.

El 1° de agosto de 1973 fue tiempo de cambiar de empleo. “Tenía la posibilidad de entrar en el Banco del Oeste, en el Ganadero o en el Provincia. Hice las tres entrevistas y opté por el Banco Ganadero y allí trabajé durante 37 años, hasta que tomé el retiro hace algo más de cinco.

“Empecé con la máquina de escribir, después llegaron las computadoras y pasamos por todas las épocas ‘El Rodrigazo’, las privatizaciones, el 2001. Había muchas exigencias, metas que cumplir. Tengo muy buenos recuerdos del Banco, pero con el tiempo comencé a sentir que las presiones podían afectar mi salud y cuando tuve la oportunidad del retiro voluntario, lo tomé”.

Más allá de las exigencias, lo que queda en el balance son los buenos recuerdos. “Fuimos el Banco Ganadero y en un momento y luego de nuestro pedido, Narciso Campo, que era el presidente, determinó que nueve de los departamentos de General Paz y Estrada fueran adjudicados a los empleados del Banco.  En 1995, ya viviendo en nuestra casa, nos castigó la inundación y el Banco, que para ese entonces era Río, conducido por Pérez Companc, a través de la Fundación volvió a tendernos una mano y a los 20 días de aquella desgracia nos habían repuesto todo lo que habíamos perdido.

“Tuve la suerte de conocer a Narciso Campo -padre e hijo- y también a Pérez Companc, son vivencias que rescato”, dice y remarca su agradecimiento a sus compañeros de trabajo y a dos profesionales con los cuales “siempre pude resolver cada una de las situaciones que se presentaban a diario: Carlos Capriotti e Isidoro Ruiz Moreno, de quienes tengo un gran recuerdo”.

 

La vida familiar

Todo lo que hizo fue sostenido por el apoyo incondicional de su familia, integrada por su esposa Ariadna San Esteban que hace 37 años trabaja en el Senasa y a quien conoció “cuando ella iba al Banco y además por el Club, ya que su papá era delegado de Juventud en la Liga”; y sus dos hijos: Jimena (31) licenciada en Turismo y da clases de idioma en Rizobacter, casada con Andrés y papás de Agustín (2) y de una beba que nacerá en enero; y Patricio (29) psicomotricista que trabaja con chicos con capacidades especiales en Acercándonos y está casado con Antonela. También disfruta de su mamá María Teresa Casado que, con 93 años, hace las tareas domésticas y tiene tiempo para dedicarlo a juegos de entretenimiento.

 

Su pertenencia al Club

En varias partes de la charla el Club Juventud ocupa un lugar preponderante del relato. Y aún hoy conserva la rutina de ir a diario. “Antes la gente iba más al Club. Al mediodía llegábamos para jugar a los naipes y nos quedábamos hasta la hora de volver al trabajo. Había 40 ó 50 personas, a la noche había práctica deportiva y después el asado. Tengo muy buenos recuerdos de las prácticas de los combinados de basquetbol que convocaban a jugadores de varios equipos, en esa época nos juntábamos a comer. También era muy usual ir a comer después de los partidos; nos encontrábamos en el restaurante de Azcárraga o en la famosa ‘Tablita’ enfrente del Ferrocarril”, cuenta.

En su recuerdo, el deporte está integrado a la vida y también lo está la mística de pertenecer a una institución. “No había rivalidades, era una competencia sana, todos nos juntábamos con todos.

“La rivalidad llegó después y hubo un hecho que nos marcó: los torneos eran de una sola rueda, en 1975 habían terminado cuatro equipos punteros y eso hizo que tuviéramos que jugar en enero y febrero para ver quién salía campeón, jugamos la final con Sports y salimos campeones. Como los dirigentes vieron la repercusión masiva de esa dinámica, se instaló esa modalidad y jugábamos durante los veranos. En 1977 se dio el caso que para dirimir quién era el campeón se jugaron tres partidos contra Douglas, fue un récord de recaudación y de público. Logramos nuevamente el campeonato y ahí se empezó a hablar de Douglas y Juventud como rivales; antes el clásico era Douglas Tráfico’s y yo tuve la suerte de verlos teniendo 12 ó 13 años”.

José Abel tiene una concepción del deporte que comparte con aquella generación de hombres que invirtieron tiempo de la vida y disfrute en la “sana competencia”. “Yo siempre digo que soy simpatizante de Juventud y de River, pero que soy hincha del deporte”, refiere en una apreciación que define su compromiso. Amante de la competencia, recuerda el tiempo en el que viajaban para ver partidos y también para jugarlos. “Tuve la suerte de viajar mucho con mi hijo, que es de Independiente, para ver fútbol, incluso vi más veces al ‘Rojo’ que a River”.

Asegura que la mayor satisfacción fue la experiencia compartida con otros. “Uno establecía buenas relaciones. Ahora se le ha hecho creer a la gente que tiene que haber rivalidad, pero la rivalidad debe existir en los minutos que dura un partido, no después”, compara y menciona que la primera vez que se instaló un alambrado olímpico en Pergamino fue en un partido de Juventud con Estudiantes de Olavarría, por requerimiento del visitante. “En el Parque Municipal se montó el alambrado, pero hasta ese momento jugábamos con un alambre de un metro veinte y nunca nadie se metía en la cancha”.  

En lo deportivo tuvo la fortuna de jugar en la primera división de fútbol y de basquetbol, en el combinado de basquetbol de Pergamino. “En fútbol mi primer campeonato en Primera fue en 1971 en Sports, donde salimos campeones. Tengo un grato recuerdo de esa experiencia, no era común el pase a otro club y siempre agradezco a ‘Coco Riera’ que confió en mí.

“En basquetbol tuve la suerte de jugar unos cuantos provinciales, lo que también me permitió viajar y conocer a mucha gente”, agrega. 

En lo dirigencial, el saldo también es positivo. “Me sentí cómodo como dirigente, después tuve un problema, discrepé con algunas decisiones que se tomaban y eso me valió una suspensión de por vida, pero me quedé con la tranquilidad de no haber sido obsecuente”, confiesa.

Se define a sí mismo como una persona coherente y responsable. “En lo laboral y en lo deportivo siempre fui muy responsable. Fue algo que aprendí en mi casa, mi padre me inculcó la importancia del trabajo, aunque su experiencia me marcó mucho porque aunque llegó a ser jefe del Ferrocarril, sufrió una depresión, se jubiló a los 60 años, a los 63 tuvo un infarto y a los 67 falleció de otro infarto, es decir que no pudo disfrutar de la jubilación ni de todo lo que se había esforzado para tener un buen pasar”.

En cada una de sus decisiones está presente esa vivencia. Y quizás por eso, se permita tiempo para disfrutar de una etapa de la vida más distendida. 

“Hoy mi vida es tranquila. A la mañana me dedico a hacer delivery para la familia y voy a buscar a mi nieto Agustín para llevarlo a la Plaza San Martín del barrio Centenario, donde pasamos tiempo juntos. Salgo a caminar por el terraplén y tengo un grupo de voleibol de la tercera edad con el que viajamos a competir a Mar del Plata. Y a la tarde sigue siendo un ritual ir al Club”.

Confiesa no tener sueños pendientes. “Todo lo que me propuse en la vida, lo conseguí y he sido un afortunado de cruzarme siempre en el camino con gente de la que aprendí mucho”.

En el futuro se contenta con tener buena salud y viajar junto a su esposa a quien define como “una compañera que siempre estuvo a mi lado”. Comparten la vida cotidiana con Roco, un perro coker de 14 años, a quien cuidan con amor incondicional. 

Sobre el final vuelve a mostrar gratitud: “Soy un agradecido a mi familia, al escribano Laguía, a los gerentes y directivos del Banco que siempre marcaron una línea en mí. También a muchos dirigentes y gente que conocí a través del deporte, de quien aprendí muchas cosas por su generosidad”.


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