Perfiles pergaminenses

José Cantale, una vida en el taller donde despliega su oficio y disfruta del trato con la gente


 José Cantale “el Negro” en la intimidad de su casa (LA OPINION)

'' José Cantale, “el Negro”, en la intimidad de su casa. (LA OPINION)

José Alberto Cantale es un pergaminense conocido por su actividad comercial en el rubro de la rectificación de motores que asegura que todo el mundo lo llama por su apodo, “Negro”; confiesa que si lo convocan por su nombre, difícilmente se dé vuelta a mirar. Es un sobrenombre que lleva desde siempre y que acepta con gusto. Tiene la amabilidad de las personas acostumbradas al trato con la gente. Sociable y muy familiero. Le gusta el tango y suele concurrir a lugares donde se puede escuchar buena música ciudadana. La pandemia ha puesto entre paréntesis una parte de su vida social, pero acepta con calma el tiempo que le toca vivir, sin desatender -con los cuidados correspondientes- el encuentro con los amigos que mantiene desde hace muchos años.

Nació en Pergamino el 24 de septiembre de 1943 y vivió en calle Estrada, frente al Colegio Nacional. Hoy reside a pocas cuadras de su casa natal y solo abandonó esa zona durante un tiempo en que se mudó al barrio Acevedo, apenas se casó. Pero luego regresó al punto donde hoy está el hogar que comparte con su esposa, una casa a la que se le hicieron reformas para acompañar el crecimiento de la familia. Sentado en la mesa de la cocina, acompañado por su mujer, su hijo y uno de sus nietos, recibe la entrevista de LA OPINION con amabilidad y confiesa que “su hogar siempre está abierto a recibir a hijos, nietos y amigos”.

“Me gusta mucho este barrio, hoy ha cambiado mucho pero mantiene esa condición de ser tranquilo”, afirma. Y la memoria le trae el recuerdo de la infancia, cuando era posible jugar en la calle, despreocupado. “Siendo pibes nos quedábamos hasta tarde sentados en la puerta del Colegio Nacional hablando de nada. Nos divertíamos con muy pocas cosas, teníamos una infancia y juventud muy sanas”, menciona. Sus padres fueron José Cantale y Blanca Barrera. Tiene una hermana mayor llamada Angela. “Mi viejo era músico y tuvo durante muchos años la Orquesta de Cantale que era muy conocida”, cuenta.

“En casa teníamos un almacén que atendía mi mamá. Era un negocio en el que había un poco de todo, la mayoría de los vecinos pasaba por allí”, refiere.

Fue a la Escuela N° 16, un establecimiento al que asistió una importante generación de pergaminenses que guardan de ese lugar los mejores recuerdos. José no es la excepción. “La 16 era una escuela muy pobre, pero de allí salieron profesionales reconocidos. Yo tuve la fortuna de ir en una época en la que había grandes docentes que me enseñaron mucho. Había un compañerismo muy grande. La vida era muy simple cuando nosotros fuimos niños”, sostiene.

Aunque no volvió a visitar el edificio que funciona en la esquina de Florida y Rivadavia sabe que conserva la estructura de aquella época. Y recrea con cierta nostalgia sus recuerdos del patio y las aulas. “Para un aniversario me invitaron a participar de un acto y no pude asistir. Estoy esperando que organicen alguna otra actividad para poder visitar la escuela de la que conservo muy lindos recuerdos”, señala.

Al egresar cursó un año en el Colegio Nacional, pero confiesa que el estudio no era lo suyo. Ya estando en la escuela primaria había comenzado a trabajar repartiendo pan con su bicicleta, así que conocía lo que significaba seguir una rutina y ser consecuente con una tarea. “Siendo chico (cuando salía de la escuela en una bicicleta negra que tenía salía a repartir pan. Tenía cuatro o cinco clientes que en su mayoría eran vecinos, pero para mí era un trabajo”, cuenta y recuerda que la familia Rotelli más de una vez cuando le llevaba el pan lo invitaba a comer y ahí terminaba la jornada.

Los primeros pasos del oficio

Su primer empleo formal fue en el taller mecánico Ghilleri y Pascuali en el que trabajó durante un año; también se desempeñó en el taller de Esteban Casesi que funcionaba en calle Italia. “Después entré en Bourdá y Pedrini a hacer rectificación, y ahí aprendí el oficio que desarrollo hasta hoy. Al salir de allí, durante 10 años trabajé en Galán y más tarde Héctor “Bibi” Bourdá me fue a buscar y fuimos socios. El fue el alma de nuestro equipo, cuando en 1984 conformamos la firma Bourdá, Cantale y Gouk, dedicada a la rectificación de motores”, relata en una descripción que marca el inicio de un camino de larga trayectoria.

Con la pasión del primer día

Tras el fallecimiento de Héctor Bourdá, el sello comercial de Rectificación Pergamino - como se llama el taller- es Cantale, Gouk, Cantale, porque se incorporó su hijo Mariano. En el taller que funciona en avenida Drago, José comparte la jornada laboral con un excelente equipo de trabajo. “Allí cada día están Juan Martínez, Juan José Estrada, Pablo Lema, Sergio Conti, Carlos Gouk, Mariano Cantale y yo, que disfruto de ir a trabajar como el primer día y me siento muy orgulloso de la gente que tenemos con nosotros y que nos ayudó con su esfuerzo y su fidelidad a llegar hasta aquí y a sortear todos los momentos de un negocio que ya tiene muchos años”.

A ese equipo se suman los mecánicos que son los que les llevan trabajo, y la innumerable cantidad de clientes y amigos que llegan para hacer del taller ese lugar siempre de puertas abiertas.

La permanencia

Cuando habla de su trabajo, afirma que a lo largo de los años lo que han cambiado mucho son los motores y explica que quienes se dedican -como ellos- a la rectificación lo que hacen es acompañar esas transformaciones. “Los cambios más significativos se dan en la mecánica, en lo nuestro que es la rectificación, no tanto, porque tenemos equipos que nos permiten trabajar sin dificultades”, afirma. Y agradece la fidelidad de los mecánicos y de los clientes. “Trabajamos mucho con mecánicos, tenemos una cantidad linda que nos llevan trabajo siempre”.

“Lo que siempre destaco es que a lo largo de los años hemos podido desarrollar nuestra tarea de la mano de muy buenas personas. No va gente mala al taller, no sé con qué tiene que ver eso, pero hemos sido muy afortunados”, resalta.

Conoce el mundo de la rectificación como la palma de su mano, pero es humilde al momento de hablar de su tarea. Sabe que lo que construyó fue fruto de su esfuerzo pero también de haber podido conformar un buen equipo.

Su rutina laboral cambió un poco con la pandemia. “Antes trabajábamos con horario cortado y hoy lo hacemos de corrido, de 8:00 a 15:00, pero yo al mediodía suelo venir a almorzar y ya no vuelvo al taller”, dice, aunque remarca que le gusta mucho estar en ese lugar y disfruta del trabajo y del trato con la gente.

Andar en moto

Se reconoce amante de las motos y aunque incursionó alguna vez en el motociclismo, fue un camino que no continuó. Lo suyo fue disfrutar del andar, como supo y sabe disfrutar de la vida. “Tenía 14 años cuando tuve mi primera moto y hoy con 77 años sigo teniendo una con la que ando para todos lados”.

“A lo largo de la vida debo haber tenido 13 o 14 motos y actualmente tengo una Honda 400. La uso para ir a trabajar, incluso cuando llueve, me encanta”, relata.

Una gran familia

José está casado con Silvia Susana Friguglietti, a quien conoció en un baile del Club Argentino. Aún recuerda la primera vez que la vio: “Ella tenía puesto un vestido blanco. La miré y me mató”.

Estuvieron cinco años de novios y se casaron hace 52. Han compartido gran parte de la vida y, con las diferencias de cualquier matrimonio, se llevan bien y son muy compañeros. Privilegian el buen amor que es el que los ha acompañado desde que se conocieron, ese que requiere dedicación y aceptación del otro tal cual es.

Ambos tienen actividad laboral todavía. José en el taller, y Susana como secretaria en una empresa de transporte. “Nuestros lugares de trabajo quedan enfrente así que estamos siempre cerca”, señala José, que celebra la posibilidad de haber conformado una familia muy unida.

Tienen dos hijos: Karina (50) que vive en Rojas y está casada con Martín Gonella; y Mariano (45), casado con Ana Carla Dell’Amico. Son abuelos de cuatro nietos: Alfonso (17), Franco (14), Amparo (15) y Francisco (12). “Los nietos me dan grandes satisfacciones, son todos muy buenos. Los dos de Karina juegan el fútbol en Rojas; la nena de Mariano hace patín artístico; y Francisco juega al basquetbol. A todos tratamos siempre de acompañarlos”.

En el tiempo libre le gusta estar en su casa, en familia. Con su esposa comparte su pasión por la música ciudadana y gustan de ir a los lugares donde pueden escuchar buen tango. “Vamos a boliches de tango, a escuchar más que a bailar”, menciona José y comenta que durante mucho tiempo fueron asiduos concurrentes de El Viejo Almacén.

Celebrar la vida

A los 59 años tuvo un problema de salud que lo puso al borde de la muerte. “Fue una peritonitis, la verdad es que la pasé muy mal, y aunque no tuve miedo, siento que volví a vivir cuando pude reponerme”.

“Después me tuve que operar y arranqué otra vez. Fuera de ese episodio tengo una salud que me acompaña y soy un agradecido a la vida”, destaca este hombre que se define “amigo de los amigos” y que confiesa que le gusta celebrar la amistad y la vida.

“Cuando cumplí 50 años los festejé en el Bar de Escobena, en el barrio Acevedo. A los 60, después del problema de salud que había tenido, me hicieron una fiesta sorpresa a la que asistieron 70 mecánicos amigos míos. Allí conocí a uno de los ídolos de Pergamino, Carlos Aguilera, que fue a cantar”.

Tiene una peña que mantiene desde hace más de 50 años. “Originalmente era la peña de Bourdá y Pedrini y Galán. Al principio éramos como 30, después se fue desarmando y quedamos 13 ó 14. Lamentablemente con el paso de los años muchos ya han partido. Y actualmente de aquella peña original quedamos cinco que nos reunimos el último viernes de cada mes”, relata y menciona a Oscar Mendi, Carlos Larrañaga, Héctor Sarlengo y Aldo Greco. “Nos reunimos el último viernes de cada mes, ahora por la pandemia lo hacemos en un lugar abierto y con mucho cuidado. Nunca fallamos, es un encuentro que recrea una amistad de muchos años”, agrega.

A mano con la vida

Haciendo un balance de su vida, asegura que no tiene asignaturas pendientes. “Lo que tenía que hacer, ya lo hice. A la edad que tengo lo único que me queda es disfrutar y vivir el momento. Sé que no voy a dejar de trabajar porque voy cada día con muchas ganas”, concluye. Y de ese modo imagina el tiempo por venir, rodeado por los suyos, acompañado por las personas con las que a diario disfruta de hacer aquellas cosas que quiere y viviendo en esta ciudad que no cambiaría por ninguna otra.


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