Perfiles pergaminenses

José Vecino, dueño de un espíritu emprendedor y aguerrido que le permitió concretar sus proyectos


 José Vecino la historia de vida de un emprendedor siempre fiel a sus ideales (LA OPINION)

'' José Vecino, la historia de vida de un emprendedor siempre fiel a sus ideales. (LA OPINION)

Creció en el seno de una familia muy humilde y fruto de su dedicación logró forjar un destino provechoso. Tuvo varios emprendimientos, uno de ellos líder en la venta de repuestos, filtros de aceite y correas para el agro. La crisis de 2001 lo obligó a desprenderse de mucho de lo conseguido, pero nada desalentó su resiliencia. Hoy acompaña los proyectos de sus hijos.


José Héctor Vecino es un hombre que cuenta 83 años de una vida vivida intensamente. Emprendedor, durante muchos años empresario, esposo, padre, abuelo y ciclista, tiene la cualidad de la tenacidad y la perseverancia, atributos que le permitieron siempre llevar adelante sus proyectos y cumplir muchos de sus anhelos.

Con las medidas de distanciamiento que exige la pandemia acepta la entrevista para trazar su “Perfil Pergaminense”, luego de haberse mostrado renuente en muchas ocasiones, quizás porque tiene una actitud esquiva a las cuestiones grandilocuentes. Hasta la irrupción del coronavirus, día por medio salía a andar en bicicleta y hacía 30 kilómetros en su recorrido. Hoy a diario se entrena en su casa con una rutina rigurosa de la que disfruta como una manera de mantenerse saludable. Tiene la condición disciplinada de los buenos deportistas. Durante muchos años hizo ciclismo y obtuvo destacados premios. Fue un trabajador incansable y más tarde un empresario que pudo crecer en su actividad hasta que la crisis de 2001 le hizo perder mucho de lo conseguido. Nada le quitó el empuje ni la capacidad de reinventarse; y aunque hoy no tiene actividad laboral, acompaña los emprendimientos comerciales de sus hijos aportando la visión de su experiencia y la guía respetuosa de los padres.

Hijo de italianos que habían llegado a Argentina, guarda apego por aquellas raíces inmigrantes.  Su mamá fue Ana Pagano y su papá, José Vecino. Creció junto a tres hermanos varones; Roberto y Horacio fallecieron, solo vive Angel, algunos años mayor que él y con quien comparte charlas y tiempo.

Creció en el barrio Acevedo, en el seno de una familia muy humilde. Su padre trabajaba en la cosecha de maíz y él mismo tenía asignadas tareas en esa labor que por entonces se concretaba durante tres meses al año, en inviernos rigurosos. Eso generó algunos retrasos en su escolaridad, pero nada lo desalentó a terminar la escuela primaria.  “Vivíamos en calle Pico al 700, que en aquella época era de tierra.  Eramos extremadamente pobres, todos los años íbamos a trabajar al campo en la época de la cosecha de maíz, un cultivo que se juntaba ‘a maleta’ durante los meses de junio, julio y agosto. Nos instalábamos en la Estancia San Federico. Era un trabajo bastante ingrato, tal vez el más ingrato que exista para mí”, refiere.

A pesar de que por cercanía hubiera podido ir a la Escuela N° 4, su mamá lo llevaba a la Escuela N° 22, en el centro de la ciudad. “Ella consideraba que de la mano de la educación nosotros teníamos que salir de donde estábamos y por esa razón me mandaba a la Escuela N° 22 que por aquel tiempo junto a la Escuela N° 1 eran los mejores colegios”.

Allí conoció a Hugo y “Beto” Apesteguía, con quienes compartió una amistad por años. “Olga Bonazzi, la tía de ellos, era la directora”, recuerda.

“Por faltar repetí segundo grado y los demás años los pasé sin inconvenientes, porque a pesar de mis inasistencias obligadas, siempre tuve buena memoria y eso me facilitaba mucho las cosas. A pesar de ser una persona tímida por la misma situación que vivíamos, pude llegar a quinto grado”, resalta y cuenta que terminó la educación primaria en una escuela de calle Uriburu (hoy Florida) porque cuando falleció su padre tuvo necesidad de salir a trabajar.

“En realidad estando en quinto grado ya trabajaba, mi padre me había conseguido un empleo en un depósito de fruta mayorista”, refiere. Al principio estuvo en el depósito y después lo pasaron a un taller que tenían para mantener sus vehículos. “En ese taller mecánico conocí a una muy buena persona: Pedro Troviani, del que aprendí mucho”.

“Después de un tiempo en el taller habían cambiado las cosas cuando cambiaron los dueños, así que me habían ofrecido un empleo en una casa de repuestos de autos y me fui. Ahí trabajé siete años, hasta que cerró. En ese tiempo y hasta poder conseguir otro empleo, hice de todo para subsistir porque mis hermanos ya habían organizado su vida familiar y yo tenía que mantener a mi mamá y a mi hermano menor”.

Fue así que consiguió entrar en la casa de repuestos Angel Martínez y Cía., que funcionaba en la entonces avenida Julio A. Roca 120: “Estuve varios años, pero no ganaba lo suficiente, ya me había casado, así que luego de un tiempo me fui a trabajar a la Agencia IKA, en la parte de repuestos”.

“Al cabo de unos años la agencia comenzó a andar mal y entre seis empleados formamos una sociedad y tomamos a nuestro cargo del sector del taller y repuestos”, relata. Y prosigue: “Sin dinero nos hicimos cargo, formamos la sociedad Nico S.R.L, una firma con la que progresamos mucho. Pero hubo cosas con las que yo no estaba de acuerdo, y decidí retirarme cuando advertí que no había vocación de pagar las deudas que se habían contraído. Me fui sin pedir un peso en septiembre de 1969”.

En el mundo de los repuestos

Dueño de una vocación emprendedora, se puso en la búsqueda de abrirse camino en otra actividad. Había mandado una carta a una empresa de Buenos Aires que había publicado un aviso en el Semanario El Tiempo pidiendo un representante para vender productos en ferreterías, estaciones de servicio y casas de repuestos. “Tomé esa representación y empecé a vender como podía en Pergamino y seis localidades que más tarde se ampliaron a 14”.

José recuerda esos años de intensa actividad laboral, viajando de un lado a otro. También menciona el apoyo incondicional de su esposa que a la par de su tarea como docente lo ayudaba con las cuestiones administrativas de las ventas. “No había sábados ni domingos, viajaba en un 4L muy viejo que tenía, más tarde pude comprar un Siam”.

Fruto de su dedicación, su emprendimiento comercial fue creciendo. “Comencé a vender un aditivo que se le agrega al aceite, que es petróleo tratado científicamente”, refiere y confiesa que tuvo muchos inconvenientes para conseguir la representación para comercializar un filtro de aceite. “Estuve un tiempo detrás de esa meta, y cuando casi desistía, lo conseguí”.

“Me presenté, me preguntaron cuánto pensaba que podía vender y me comentaron que había quienes vendían 14 mil filtros por mes. Me animé a decir que quizás podía vender mil. Me dieron la posibilidad y superé ese número ampliamente con el tiempo. Dejé de viajar, me dediqué a lo administrativo y armé un equipo de trabajo. Llegué a vender 16.500 filtros por mes, una cifra sensacional para esa época. Gané muchísimo dinero, me hice una hermosa casa, y me capitalicé. Más tarde incorporé correas para el agro y tomé la representación de una firma internacional gracias a la cual tuve la posibilidad de viajar a Brasil, Estados Unidos y conocer muchos lugares, además de recibir premios por las ventas.  Formé una empresa a la que con el tiempo se fueron sumando mis hijos y llegamos a tener un emprendimiento muy importante”.

Un referente en lo deportivo

A la par de su actividad laboral, José jugó al fútbol en la propuesta para padres del Colegio Marista. “Fue algo que disfruté mucho, viajamos y cultivé amistades perdurables”. Ya de grande comenzó a hacer ciclismo. Se inició en esta actividad teniendo 62 años y lo hizo hasta sus 80 años. Casi por casualidad comenzó a competir. Su primera carrera fue en Salto, luego de entrenarse mucho en el circuito “El Panorámico” y fruto de su desempeñó obtuvo en seis oportunidades el título de campeón argentino y dos veces el título de campeón panamericano. “El ciclismo me dio enormes satisfacciones y me dejó innumerable cantidad de amigos”, refiere este hombre que hasta antes de la pandemia salía día por medio a pedalear hasta hacer 30 kilómetros. Hoy con disciplina se entrena en su casa y disfruta a diario de realizar esa rutina.

Una crisis que cambió la historia

Refiere que en el año 2000 comercialmente las cosas comenzaron a ir mal y recuerda como algo tremendo la crisis de 2001 que le hizo perder mucho de lo conseguido. “Cuando cambiaron las condiciones económicas del país, la cadena de pagos se interrumpió de un momento a otro. Teníamos 5.500 clientes activos y muchos dejaron de pagar. Nosotros teníamos deudas contraídas en entidades bancarias y nos vimos obligados a desprendernos de varias propiedades para poder honrar nuestros compromisos. Fue muy difícil. La pasé muy mal, me deprimí al ver cómo habíamos construido una empresa líder en su rubro que se me escurría entre las manos. Así como la empresa era grande, el riesgo también lo era porque estábamos en el primer mundo y de repente bajamos al último mundo”.

Confiesa que “fue una época muy dura” y con una mirada resiliente rescata: “Mis hijos gracias a Dios supieron empezar de nuevo. Yo durante un tiempo tuve bicicletería con un socio, pero en una oportunidad que mis hijos viajaron los reemplacé en el negocio y confirmé lo que ya sabía: que lo mío eran los repuestos. Así que hablé con mi socio y me alejé de esa actividad comercial. Le di una mano a mis hijos hasta que comenzó la pandemia y fue tiempo de resguardarme un poco más para preservar mi salud y la de mi esposa”, comenta.

“Mi hijo mayor tiene una empresa fantástica en el rubro de la serigrafía y el diseño. Tenía experiencia de trabajos que realizábamos para nuestra empresa cuando exponíamos en La Rural, en una época que empezaba el auge de las computadoras. Hoy provee a las empresas más grandes del país, fabrica cartelería y otros elementos. Los otros dos iniciaron lo mismo que yo hacía, montaron un negocio al público en la avenida Hipólito Yrigoyen y hoy como mayoristas han tomado representaciones muy buenas. Por fortuna a los tres les va muy bien en lo que hacen y son muy unidos”.

Su universo íntimo

Al hablar de sus hijos, la charla se introduce en el universo de su vida íntima. Está casado con Mirta Susana D’Agostino, una mujer a la que conoció en su juventud. Recuerda con emoción el primer día que la sacó a bailar en un baile del Club Sports, en la época en que las mujeres iban acompañadas por sus madres y había que cabecear para manifestar el interés de compartir la danza. “La primera vez que la vi fue en la calle San Nicolás. Yo estaba con un amigo que me señaló que le parecía una hermosa mujer. Fuimos al baile que se hacía en Sports y él intentó sacarla a bailar, pero yo advertía que ella me miraba a mí. Y yo deseaba bailar con ella, así que con la anuencia de mi amigo, tomé la iniciativa. Y no nos separamos nunca más. Ella era docente en la Escuela N° 4 y cuando salía yo la esperaba en la puerta y la acompañaba hasta su casa. Así comenzamos nuestra relación y un año y medio después nos casamos”.

Su compañera atraviesa un problema de salud que lo preocupa y aunque lo menciona no se detiene en ello. Solo habla del amor que los une y del acompañamiento incondicional y mutuo en cada etapa de la vida que comparten “desde siempre”.

“Lo mejor que hicimos juntos fue armar nuestra familia y sostenerla. Nos casamos para toda la vida. Tuvimos tres hijos: Germán, Hernán y Damián. Somos abuelos de seis nietos: Agustín, Valentina, Alvaro, Aurelia, Agustina y Alfonso; y bisabuelos de Lautaro. Tenemos una familia muy unida”, resalta y comenta que han tenido la posibilidad de compartir viajes en familia que guarda en su memoria como “esas experiencias inolvidables”. Recrea vivencias en Japón, en Dubai y en Estados Unidos, entre otros lugares que pudieron visitar por su actividad comercial o la de sus hijos. “Viajar en familia y compartir tiempo con ellos siempre fue prioritario para nosotros”, resalta sobre el final, satisfecho y agradecido a la vida, por tanto.


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