Perfiles pergaminenses

Laura Milei, docencia y espiritualidad, al servicio de la educación en valores


 María Laura Milei una maestra recordada por muchos pergaminenses (LA OPINION)

'' María Laura Milei, una maestra recordada por muchos pergaminenses. (LA OPINION)

Es maestra  y dirige el Colegio San José de los Hermanos Maristas, lo que representa un enorme desafío en la tarea de conducir los destinos de una institución educativa arraigada en la comunidad. En lo personal el principal tesoro es su familia y es dueña de una fe en Dios inquebrantable, atributo que se transforma en el señalador que marca su camino.

Hay historias de vida que se cuentan siguiendo la coordenada del tiempo, y se nutren en la cronología de experiencias que trae el transcurso de los años. Hay otras que tienen como pilar lo que se ha hecho significativamente, sin tener en cuenta la edad o el calendario. El perfil de María Laura Milei, directora general del Colegio San José de los Hermanos Maristas, se configura en esta segunda variable porque tiene 53 años y sin embargo su trayectoria docente en la comunidad Marista y el compromiso con el que ha ejercido su labor, desde que llegó a esa institución como maestra de grado hasta hoy que tiene a su cargo la conducción de esa institución escolar, la hacen merecedora de un reconocimiento público y le confieren a su historia de vida un valor que trasciende lo privado y alcanza una dimensión capaz de interesar a otros, por lo que encarna su mirada sobre la educación y su labor cotidiana de transmitir buenos valores. 

“Desde chica tuve dos sueños: ser maestra y mamá; y ambos los cumplí ampliamente”, señala en el principio de la charla, lo que de algún modo marca el rumbo que tendrá la conversación con esta mujer que recuerda su infancia en el barrio Centro, rodeada de familia y seres queridos. Es hija de Juan Luis Milei, el propietario de una fábrica metalúrgica dedicada a la fabricación de tanques, y de María Delia Giuliano; y es mayor que sus hermanos: María Selena y José Luis.

“Todos los recuerdos que tengo de mi infancia son lindos. Cuando nací y hasta mis 4 años vivimos en calle Florida, detrás de la casa de mi abuela y mi mamá tenía una peluquería. Después nos mudamos a 3 de Febrero y Merced, a la vuelta de la casa de mi abuelo paterno y todas las vivencias de mi niñez fueron en la vereda, jugando o andando en bicicleta. Habíamos formado un club de amigas en la casa de una de mis amigas y ahí nos reuníamos todas las chicas del barrio.

“Fui al Colegio Nuestra Señora del Huerto, me iba caminando porque vivía muy cerca, por un centro que era muy distinto al de hoy, no había tanto movimiento y no existía la Peatonal”, menciona.

Sus juegos transcurrían en ese universo. “Siempre jugábamos. Uno era el profesor de Educación Física, otros eran los alumnos y yo era la maestra”, refiere en lo que marca su temprana vocación docente.

La adolescencia también fue una época que María Laura recuerda con alegría. “La calle San Nicolás era la del paseo del fin de semana. Los autos iban a menos de 20 y todos caminábamos hasta  llegar a ‘Corchos’, donde nos encontrábamos, o hasta ‘La Quena’ que era el lugar al que íbamos a escuchar los discos. Era la época de los posters; te los regalaban cuando cumplías 15 años y con ellos empapelabas las paredes de la habitación. Soy de esa época”.

 

Su vocación

Reconoce que su vocación siempre fue la docencia. “Desde chica quise ser maestra. Ponía un pizarrón de madera que me habían regalado y jugaba a enseñar. Sentaba a los peluches, primos, hermanos y jugábamos a la maestra”, cuenta.

Cuando fue tiempo de seguir ese llamado, estudió la carrera en el Instituto Superior de Formación Docente Nº 5, un lugar del que guarda también lindos recuerdos. Reconoce que haber elegido el camino de la docencia significó torcer lo que parecía predestinado por su condición de hija mayor en el emprendimiento familiar. “Como mi papá tenía una empresa en marcha, la hija mayor tenía que estar ahí, pero no,  fue muy fuerte la vocación y lo sigue siendo, así que armé mi propio camino y en este momento soy la única que no está vinculada a la empresa familiar. 

“Es curioso, cuando iba a la escuela y decía mi nombre me preguntaban: ‘¿Qué sos de los tanques?’; y yo respondía: ‘La hija’; parecía que mi papá era un tanque. Después empecé a ser ‘Laurita Milei, la maestra’”, cuenta, en lo que define su identidad. 

“Me quedó ‘Laurita’ porque cuando yo empecé había maestras grandes, eminencias. Por ahí me olvido de algunas pero estaban: Dina Freire, Elsa Puente, Zulema Santantonio, Marta Romero, Martha Pérez, Nelly Bálzola que era nuestra coordinadora y asesora pedagógica; y había más hermanos. En ese tiempo me quedó Laurita, porque yo era muy joven y voy a ser vieja y me van a decir así”.

 

Con alma marista

“Dios me quiso acá, en lo marista”, confiesa y hace un recorrido por la trayectoria laboral que siempre estuvo vinculada a esa institución. “Empecé haciendo suplencias sin estar recibida. Practicaba en la Escuela Nº 22 y ahí me conoció Martha Pérez, que también trabajaba en Marista. Me llamaron. Te observaban mucho los hermanos. Había hermanos que eran maestros y directores. El director general siempre fue un hermano. En 1982 me llamó Ricardo Palomar, que fue mi primer director, se triplicaba segundo grado y arranqué como maestra. Cumplí mis 20 años acá”, agrega.

Para seguir estudiando, en una época se fue un año a Buenos Aires y trabajó en La Inmaculada Concepción, otro Colegio Marista de Parque de los Patricios, en una titularidad de segundo grado también. “Estuve un año allá, trabajando y estudiando y recuerdo que en la puerta del Colegio había una lámina que decía: ‘Florece ahí donde Dios te ha sembrado’. Algo me decía esa frase, fue una época en la que uno está creciendo y va buscando su propio camino. Tomé la decisión de volver a Pergamino, llamé al Colegio para avisar que estaba de nuevo y que si llegaban a necesitarme estaba a disposición. Me llamaron y allí arrancó otra etapa de mi carrera docente como maestra. Estuve en todos los grados y tuve la oportunidad de aprender mucho, de los hermanos, de mis compañeras maestras, de mis alumnos y sus familias”.

 

Hacer con otros

En varios momentos del relato destaca el trabajo en equipo. “Aprendí lo que sé de ser maestra trabajando aquí”, afirma y resalta el estilo de educación que hay en el Colegio Maristas. “No es mejor ni peor que otro, es distinto, tiene que ver con una educación personalizada, atenta a la individualidad de cada uno de nuestros alumnos y basada en los valores de la espiritualidad Marista, el espíritu de familia, la humildad, la sencillez y el trabajo”.

 

Su familia

Por fuera de la escuela, su vida está sostenida en el amor de su familia y en el acompañamiento incondicional de su esposo, Fernando Cichillitti, a quien define como “un ser excepcional”. Es mamá de dos hijas que son la luz de sus ojos: Lucía (24) que está haciendo las prácticas finales de Medicina y Clara (22) que está estudiando Comunicación Social. Ambas estudian en Rosario y viven juntas.

 

La Pastoral

Fue precisamente gracias al apoyo de su familia que pudo desarrollar su tarea docente y hacer compatibilizar tiempos personales y laborales que a lo largo de los años le permitieron dar forma a cada uno de sus proyectos. “Al principio yo solo trabajaba por la tarde como maestra de grado, y cuando se organizó la Pastoral del Colegio me invitaron a ser coordinadora de catequesis de primaria, lo que significaba armonizar todo lo que se trabaja desde lo catequístico en todo nivel.  Más tarde en 2003, el hermano Eugenio Magdaleno me invitó a ser la coordinadora de la Pastoral, pero sin tener coordinadores de catequesis. Fue una época en el que pasé más tiempo en el colegio que afuera y tuve la suerte de que mis hijas hicieron su escolaridad acá.

“Ya trabajaba en dos turnos, no dejé el aula porque eso me permitía estar con los pies en la tierra, en contacto con lo que pasaba para poder proyectar la Pastoral, así que por la mañana me dedicaba a eso y por la tarde volvía al grado, a ser ‘la seño Laura’”.

 

Nuevos desafíos

Cuando ya estaba pensando en transitar sus últimos años en la actividad y empezar a planificar su retiro una vez que sus hijas terminaran de estudiar en la Universidad, llegó una propuesta tan inesperada como desafiante: conducir los destinos del colegio como directora general. Le tocaría reemplazar a Graciela D’Eleto, que había sido la primera directora laica que había tenido el establecimiento y que en su gestión había abierto un camino importante. “Me lo propusieron el mismo día en que se eligió al Papa Francisco, algo que para mí fue muy movilizante”, confiesa y prosigue: “Tuve que rezarlo mucho, hasta que acepté en septiembre de 2013”.  

Recuerda el día en que recibió el ofrecimiento y revive lo que sintió: “Nosotros estamos organizados en lo que se llama Provincia Marista Cruz del Sur, que abarca todos los colegios de Argentina y Uruguay, tenemos un hermano provincial que dirige eso, Horacio Bustos. Yo venía de coordinar un encuentro de educadores en la Villa Marista en Mar del Plata y pensé que el hermano me venía a hablar de eso. Pero no. Venía a ofrecerme ser directora. Recuerdo que lo primero que le respondí fue: ‘Pero yo soy maestra’”.

“Me tomé tiempo para rezarlo mucho, para consultarlo con mi familia. Sentí que el Colegio era un lugar enorme y me sentía como una hormiguita frente a tanta responsabilidad. Finalmente acepté, porque siempre tomé el trabajo como ir cumpliendo una misión en la vida allí donde estés. Y encontré un respaldo increíble y respuestas de quienes no esperaba”.

 

Espiritualidad para la vida

Hay muchos modos de concebir la espiritualidad y cualquiera que escuche a María Laura Milei descubre en ella el don de transmitir un concepto de fe que sirve para la vida. Quizás esa capacidad de hacer tangible ese atributo sea el rasgo que la distingue: “En cualquier tarea tenés que poner en primer lugar el amor por lo que hacés y siendo docente más aún porque estás trabajando con personas y tu palabra tiene un poder capaz de construir o de destruir”.

Confiesa que desde muy chica estuvo cerca de la espiritualidad. Se recuerda con 9 años yendo temprano los domingos a la misa de la iglesia Merced: “Era muy tímida, me costaba leer en público, pero me gustaba leer las lecturas, así que era la primera en llegar para que las catequistas me preguntaran si quería leer. Yo les decía que sí y entonces el tiempo que restaba hasta la misa lo aprovechaba para practicar.

“Siempre creí en Dios. Y luego los hermanos me dieron las herramientas para profundizar esa fe. Cuando llegué al Colegio no sabía muy bien quién era Marcelino Champagnat, hoy gracias al modo en que me lo hicieron sentir, recurro a él como un consejero” cuenta y confiesa: “Siempre me interrogo si no hubiera estado acá cómo hubiera alimentado la espiritualidad. Pero creo en los caminos de Dios y él siempre me quiso en lo marista.

“Acá conocí la actividad misionera, participé en movimientos juveniles, en Remar. Hay un antes y un después con la espiritualidad en la misión, recuerdo que íbamos a Coronel Moldes en Córdoba”.

Quizás es la fe y la profunda confianza en los caminos de Dios la que la hace transitar con templanza el presente. 

“Me gustaría ser abuela algún día”, afirma cuando casi concluye la charla y confiesa que no tiene sueños pendientes. Esa apreciación le abre paso a la gratitud: “Los otros días en un encuentro de formación de líderes un hermano preguntó: ‘¿Si te tocara irte al cielo, te irías como una persona plena?’. A mí inmediatamente me salió responder que sí. No tengo dudas: tengo una vida plena. Dios ha sido muy bueno conmigo y estoy agradecida por eso. Qué más puedo pedir”.


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