Perfiles pergaminenses

Leonor “Tatín” Sierra de Terrile: docencia, radicalismo y pasión por la escritura


 La escritura es una de las pasiones de Leonor “Tatín” Sierra (LA OPINION)

'' La escritura es una de las pasiones de Leonor “Tatín” Sierra. (LA OPINION)

Fue maestra rural durante muchos años de su larga trayectoria docente. Radical de alma, militante y fiel a los ideales del centenario partido. Luego de jubilarse se dedicó a escribir libros y a pintar. Hoy, con 87 años, recorre con LA OPINION su historia de vida, con la impronta de los maestros de ley y las personas de bien.


Leonor “Tatín” Sierra de Terrile tiene el tono de voz de las maestras de alma. Su ejercicio docente, tanto como su militancia radical, resultan reconocidas socialmente.  Tiene 87 años y la jovialidad de las personas buenas de espíritu. Con generosidad acepta trazar su Perfil Pergaminense. Recibe la entrevista con la disposición de los buenos anfitriones. En el living de su casa, con una porción de torta recién horneada y café caliente, la charla transcurre cálida y amena. Nació el 1° de agosto de 1931 en Campo Largo, Chaco. En varias partes de la conversación habla de sus progenitores y rescata las enseñanzas que legaron. Trabajaban en la zona rural, donde también vivían, por lo que las anécdotas tienen los colores del campo. Su padre, Marcelino Sierra, administraba campos en una época en que Chaco era “una selva”, según relata. Su madre fue Victoria César, hija de un alemán.

Su llegada a Pergamino fue cuando sus padres se establecieron para trabajar un campo en Rancagua. Es la quinta de nueve hermanos: Jorge Genaro, Donata Lidia, Marcelo Martiniano, Nélida Clotilde, Hipólito Adolfo, Domingo Alberto, Rodolfo Cirilo y Manuela Amalia. Creció en la casa de su abuela que había perdido una hija y de algún modo fue un bálsamo para reparar aquel duelo. “Mi abuela había quedado con depresión y cuando mis padres llegaron a la zona, se ofreció a cuidarme. Así fue que crecí en la casa de calle San Martín 944, en una  propiedad enorme que tenía cinco patios y una sala en la que había 24 sillas”, cuenta y se emociona cuando habla de su infancia. Asoman algunas lágrimas que contiene cuando bucea en su memoria para encontrar los recuerdos y traerlos a su presente. Un vaso de agua sirve para sobreponerse a una emoción que aflora mostrando su sensibilidad más genuina. Calla unos segundos, y sigue adelante con referencias a una niñez sustentada en los valores cristianos y las costumbres de una época “colonial”.

“Teníamos obligación de ir a misa, mi familia estaba muy identificada con el padre Amondarain”, acota viéndose ser una niña que crecía hasta transformarse en la mujer que abrazó la docencia e hizo del enseñar un culto de vida.

Su escolaridad primaria la hizo en la Escuela N°2 y al egresar fue al Colegio Normal donde obtuvo su título de maestra. Se recibió a los 17 años. “La carrera se me abrevió porque como había aprendido a leer y escribir en mi casa, comencé la escuela directamente en segundo grado”, menciona.

 

La primera experiencia

Sus primeros pasos en la docencia los dio en la ciudad de Salto como maestra de las Escuelas N° 2 y N° 3, la primera ubicada cerca de la plaza principal y la segunda, en cercanías del cementerio. “En Pergamino no tenía trabajo, las cuestiones políticas tenían que ver con eso, ya que era la época del peronismo y nosotros veníamos de cuna radical; era imposible que me nombraran como maestra”, refiere. Y prosigue: “Fue una linda experiencia trabajar allí, en un pueblo muy cálido. Me alojaba mi tía ‘Mecha’ que estaba en el ambiente del magisterio. En Gahan hice una suplencia también”.

 

La familia

Atendiendo a que por entonces ya estaba de novia, cuando llegó el momento de la boda se estableció nuevamente en Pergamino. “Para casarme tuve que dejar el pueblo de Salto que me había recibido también y comenzar otra etapa”.

Contrajo matrimonio con Ricardo Terrile en el año 1950. Unos años después, en 1955 se mudó a la localidad de Carlos Paz, en la provincia de Córdoba donde su esposo desarrolló una experiencia laboral. “Allí vivimos un año y presenciamos la revolución de 1955 porque estábamos en el lugar donde se produjeron los hechos”, cuenta y señala que tiempo después regresaron a Pergamino, donde el clima político “había cambiado”.

De la mano de ello le resultó más fácil ejercer la docencia y obtuvo su cargo en la escuela primaria de la localidad de Mariano H. Alfonzo, hasta donde viajaba todos los días. “Era un alivio tener trabajo porque ya habían nacido algunos de mis hijos y podía ayudar a mi esposo”.

Fue madre de siete. Habla de ellos con el sentimiento que cualquier madre expresa al mencionar a sus hijos: “Ricardo es abogado y profesor de la facultad de Derecho, vive en Rosario, está casado y es padre de dos hijas. Carlos Alberto falleció de un síncope; Graciela Susana vive en Rosario y tiene cuatro hijos. Reinaldo Martin vive en Pergamino, trabaja en el Poder Judicial y tiene tres hijos. Raúl Horacio es ingeniero agrónomo, se ha transformado en un apóstol de las cuestiones ecológicas y vive en Rosario. Arturo Marcelo es concejal y se ha dedicado de lleno a la actividad política. Y María Laura es esteticista”.

Habla con profundo amor de sus nietos -tiene 19- y bisnietos que ya suman 13. “Tengo unos hijos que son verdaderas joyas para mí y unos nietos y bisnietos extraordinarios. Somos un familión, yo bromeo que la casa parece una conejera”, refiere y sonríe con la certeza de estar atravesando un tiempo de la vida en la que se cosecha la siembra.

También habla de su esposo “Cacho”, como le decían, y recuerda que había sido empleado en el Banco Provincia, trabajo que perdió por cuestiones políticas cuando no quiso ponerse el luto al fallecer Eva Perón. “Recién recuperó su puesto cuando lo eligieron a Arturo Illia como presidente”, agrega.

 

Una rica carrera

Leonor trabajó en la escuela de Alfonzo durante nueve años, cuando la trasladaron a la Escuela N° 17.  “Cuando inauguraron la Escuela Experimental N° 4, la señora de Murphy me propuso para el equipo pedagógico. Ahí estuve tres años. Luego, la señora de Marelli que era la directora me aconsejó que pidiera la dirección en escuelas rurales porque eso me iba a permitir hacer carrera en la docencia. Recuerdo que me decía que las rutas y caminos estaban asfaltados. Tomé su sugerencia y en el año 1973 conseguí la dirección de la Escuela N° 39 en la zona rural de Manuel Ocampo, frente a la Casa del Encuentro. Era un establecimiento perdido en la Pampa Húmeda y había que hacer kilómetros por camino de tierra”.

Para que fuera más fácil llegar al trabajo, compró su primer auto: un Siam Di Tella. Manejaba y llevaba a dos de sus hijos a la escuela que dirigía. “El auto me solucionó la vida. Llevaba a mis chicos para reunir el cupo que necesitábamos para que no cerraran el establecimiento por falta de matrícula”.

Asegura que ellos aprendieron a ser solidarios con ese gesto porque de algún modo “los sacó de la comodidad” de una escuela cercana a la casa para viajar a una escuelita de campo. “Ellos dieron el cupo para que no me cerraran la escuela. En ese lugar yo era directora, maestra única de siete grados y encargada de la quinta, la limpieza y la cooperadora. Siempre recuerdo que para el Día del Agricultor hicimos un festejo con más de 200 personas”.

Luego de cuatro años, cuando se encareció el combustible y se volvió prohibitivo andar en auto, pidió el traslado a una escuela a la que pudiera llegar utilizando algún otro medio de transporte. Así fue que llegó a Guerrico, en la Escuela N° 20. “Fue en el año que el establecimiento cumplía 75 años, así que una de las principales tareas fue organizar ese festejo. En el mes de septiembre de 1979 se comieron 11 vaquillonas con cuero para celebrar. Omar Pacini me ayudó mucho en esa organización”.

Su carrera docente continuó en Pergamino, en la Escuela N° 16, donde se jubiló como vicedirectora. Fue en el año 1980. Además, en su casa daba clases particulares y son infinitas las anécdotas con aquellos alumnos que pasaron por su casa. Y cuando el dinero no alcanzaba para que sus siete hijos estudiaran, vendió libros y enciclopedias y también tiñó carteras.

 

La política

En el año 1985, producto de su vinculación con el radicalismo, fue electa consejera escolar, mandato que cumplió durante la Intendencia de Jorge Young. Confiesa que es radical de alma y su pertenencia al partido viene “de la cuna”. Con orgullo y emoción señala que hace unos días recibió un reconocimiento que la honró.

Con pasión por sus ideas, jamás se alejó de la bandera del radicalismo. En su casa hay fotos donde aparece con Alfonsín y reconoce “cierta nostalgia” cuando recrea viejas anécdotas. “Para mí ser radical es algo así como ser simpatizante de Boca, es un sentimiento que uno no sabe explicar”, refiere y anhela ver “al radicalismo unido”.

 

La escritura y otros placeres

En otro tramo de la entrevista menciona que cuando se jubiló se abocó a escribir y logró publicar varios libros. “El primero fue ‘El médico del agua’, sobre Pancho Sierra”, cuenta y señala que contó con el acompañamiento del historiador Luis María Libera Gil para trabajar en un aspecto que la atrae: la investigación histórica.

“El segundo fue ‘Vida y obra de Arturo Illia’, dedicado a quien fue presidente de la Nación; el material fue declarado de interés municipal y provincial por la veracidad de la información”, comenta. Y prosigue: “Luego escribí un ensayo sobre la historia de la emigración catalana en Pergamino por el que recibí un premio”, agrega y destaca su participación en los talleres de Estela Torres Erill.

“Otro trabajo importante fue ‘El diablo en el maizal’ sobre el Mal de los Rastrojos”, añade. Cuando la pregunta la interroga sobre su futuro en la actividad literaria, afirma que tiene varios trabajos en marcha, entre ellos ”Historia del Instituto Maiztegui”.

A la par de la escritura, tomó clases de pintura con Ricardo Juárez, otra de sus pasiones, y pudo concretar muchas obras que la llenaron de satisfacción. “Los trabajos que terminaba los regalaba a mis familiares”.

 

Una anécdota con Don Arturo

“Tuve el honor de conocer al doctor Illia. Cada vez que viajaba para visitar a sus familiares, me deleitaba escuchar su palabra pausada y sus reflexiones. En una oportunidad acompañé a un joven estudiante de Ciencias Políticas que debía escribir sobre el Canal de Panamá. No conseguía material sobre el tema y le pedimos a Illia en una entrevista informal que nos ayudara. Lejos de molestarse, explicó la situación, demostrando una memoria prodigiosa. El joven presentó el informe basado en la grabación obtenida pero las autoridades de la Facultad no le creyeron que un expresidente de la Nación pudiera dedicarle tiempo y ese contenido. Lo tomaron como un plagio y lo aplazaron. Evidentemente no lo conocían a Illia, un hombre sencillo, humilde y generoso”, relata.

 

El presente y el pasado

El presente y el pasado conviven en la conversación en perfecto equilibrio. En su cotidianeidad están sus charlas telefónicas diarias con Carlota Mones, a quien la une una amistad de 86 años. También su asistencia a los plenarios de la Unión Cívica Radical y su tiempo con los suyos. En el pasado están las vivencias inolvidables y las metas cumplidas.

Lúcida en sus apreciaciones, culmina la entrevista hablando de sus afectos. En ellos está lo que la nutre. Aunque vive sola, está rodeada de hijos, nietos y amigos verdaderos. Y fiel a su esencia  de “maestra”, asegura con emoción que también están en su universo los inolvidables alumnos, esos que conoció siendo pequeños y hoy ya son abuelos.

 


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