Perfiles pergaminenses

Luis Farini: un hombre para quien el Club Douglas es como su segunda casa


 Luis Farini en su casa del barrio Ferroviario para contar una larga historia de vida (LA OPINION)

'' Luis Farini, en su casa del barrio Ferroviario, para contar una larga historia de vida. (LA OPINION)

Es socio de esa entidad deportiva desde siempre. Fue dirigente del basquetbol y hoy integra la subcomisión del Museo. Su corazón rojinegro nació en la infancia y en su presente disfrutar de los partidos desde la platea del estadio es su espectáculo preferido. En lo personal vive dedicado a su familia, ya retirado de su labor como mecánico dental.

Luis Eberto Farini tiene 83 años, aunque físicamente no los representa. Nació en el barrio Acevedo, en Mendoza, entre San Lorenzo y Guido, a dos cuadras y media de la vieja cancha de Douglas Haig, el club de sus amores. Cuando da la dirección de su infancia hace referencia a la localización del estadio y afirma: “Con esto te estoy diciendo de quién soy hincha”.

Abrazó la pasión rojinegra desde siempre. Recuerda que de pequeño, luego de bañarse y cambiarse, uno de sus entretenimientos preferidos era pararse en la puerta de su casa para ver cómo la gente pasaba para la cancha con la expectativa del partido.

“Siempre me acuerdo que me bañaba y me sentaba en la vereda para ver a la gente pasar para la cancha que estaba donde actualmente está la plaza del barrio Acevedo”, refiere.

Hijo de un papá ferroviario, José Luis, y una mamá ama de casa, María Juliana Pérez. Mellizo de Antonio y hermano de  Juan (fallecido), Elida (fallecida), María Zunilda (fallecida) y Elba. Es parte de una generación que abrazó el trabajo desde siempre al ver la actitud dedicada de sus padres. “Ellos se ocuparon mucho de nosotros, tuvimos una infancia linda. Mi hermano mellizo y yo no éramos muy parecidos, yo siempre fui más artesano y él literato, de hecho se dedicó al periodismo en Bella Vista, Corrientes, donde vive”, cuenta en el inicio de la charla que se desarrolla en su casa del barrio Ferroviario, donde vive con su esposa María Mabel Zaeta. Juntos comparten la vida desde hace más de 50 años y han encontrado en el amor y el compañerismo la clave para permanecer unidos.

“La conocí en la puerta del Club Douglas Haig, nosotros acomodábamos sillas para los bailes que se hacían en aquel tiempo y ella pasaba por la vereda de enfrente porque venía de la modista. Me acerqué y le hablé, pero no me llevó el apunte, insistí y me dijo que me quedara tranquilo que Pergamino era un pañuelito y que seguramente nos volveríamos a encontrar. Así fue. La vi en un baile, y fue mi perdición”, relata y se sonríe. “Nos casamos en 1964, así que ya llevamos casi 51 años juntos”.

El único hijo que tienen, Rodolfo (Rolo) vive con su familia en Tandil, una ciudad que ellos ven en su futuro cercano. “El tiene 49 años y está en pareja con Marcela Alfaro, se fueron en 1991 a vivir allá; tienen tres hijos: Marianela, Lorena y Federico, nuestros nietos, y Anita nuestra futura nieta política”.

De la mercería a la mecánica dental

Su historia laboral comenzó a los 13 años como cadete en una mercería. “Pero como no andaba en bicicleta porque mi madre no me dejaba, trabajé dos años y medio allí y debo haber sido un buen dependiente porque cuando tomé la decisión de irme me ofrecieron el triple de dinero para que me quedara, pero se me había presentado la oportunidad de aprender el oficio de mecánico dental, que es lo que hice el resto de mi vida, así que dejé atrás la mercería”.

Su llegada al mundo de la mecánica dental se dio de la mano de Carlos Lekie que vivía a una cuadra de su casa. “Aprendí el oficio con Julio Alonso”, remarca y cuenta que es una tarea que tiene la particularidad de no ser rutinaria. “Cada boca es distinta y los problemas son diferentes, uno aprende el manejo, cómo conformar una pieza, pero después en la experiencia de cada caso particular se van encontrando cada vez mejores soluciones”, describe.

“Al principio trabajaba medio día con Alonso y medio día por mi cuenta en el taller, hasta que me independicé. Lo difícil fue conseguir clientes porque cada odontólogo tiene su mecánico, pero me fui haciendo, me favoreció mucho cuando Carlos Lekie se fue a Buenos Aires y me vendió la llave de los clientes para trabajar en Rojas, habíamos viajado juntos durante mucho tiempo, trabajando para los odontólogos de allá. El me vendió la llave con la condición de que  siguiera con el hermano, así que desde 1959 viajamos a esa ciudad tres veces por semana”.

Durante 55 años fue a Rojas y encontró en la vecina localidad una forma de trabajar adecuada a sus necesidades. Formalmente se retiró a mediados del año pasado, aunque confiesa que de vez en cuando se da una vuelta por el taller, un ámbito que es parte misma de su vida.

En su profesión desarrolló un perfil dirigente como titular de la Asociación Noroeste de la Provincia de Buenos Aires de Protésicos Dentales, lo que lo llevó a gestionar por su profesión en un distrito que abarcaba una amplia zona desde San Nicolás hasta Azul.

 

El club, su segunda casa

Luis es uno de los socios del Club Douglas Haig más fieles. Llegó a la entidad cuando era un adolescente y sus años han sido testigo de las distintas etapas de la vida de una institución a la que considera como su segunda casa.

“Me relacioné con el club a través de Alfredo Squillace, un viejo socio, apenas llegué a la institución comencé a colaborar con la subcomisión de basquetbol, yo no jugaba porque como digo siempre: ‘todo mal jugador sale dirigente’”.

“Llegué a tener a cargo esa subcomisión, fue en la época en que arribaron los famosos nicoleños, un grupo de jugadores muy buenos con los que tuvimos la suerte de salir campeones en 1969”, refiere en una charla llena de recuerdos.

“Después fui delegado en la Asociación de Basquetbol, acompañé como vicepresidente, tuve siempre un perfil dirigencial dentro de la entidad y donde más trabajé fue en la subcomisión de Interpretaciones, un espacio en el que oficiamos como juristas del reglamento y desde el cual logramos cosas importantes.

“Hicimos una reglamentación, logramos la Personería Jurídica de la Asociación de Basquetbol y una reforma creando el comité ejecutivo; fue un tiempo en el que trabajé muchísimo y muy activamente”, menciona.

Asegura que aunque su de-sempeño como dirigente se dio en el terreno del basquetbol, siempre le gustó el fútbol y se considera un hincha que respeta el ritual de ir a la cancha los domingos, donde tiene su platea.

“Me gusta más el fútbol pero trabajé en basquetbol porque siempre fue un deporte más social, que se juega dentro del club, los chicos estaban todas las semanas allí, aprendían a tratar a los directivos, es un deporte en el que se hace una comunidad social importante”, señala e insiste: “Me gustaba con locura el fútbol y hasta hoy para mí es sagrado ir a la cancha, es un espectáculo que me gusta. Soy hincha de Douglas y simpatizante de San Lorenzo”.

 

Una rutina que conserva

Su presente sigue vinculado a la entidad que lo cobijó desde siempre. “Hasta hace dos años iba todos los días con Squillace, Valentini y Moran, pero ahora me quedé solo, así que voy solamente los viernes como para no aislarme del todo”, cuenta y se emociona con el recuerdo de rutinas cotidianas compartidas con amigos entrañables.

“Ya no es como antes, la gente joven tiene otros horarios, otra dinámica, pero a mí me gusta mucho el club, así que doy una mano en lo que puedo, no tengo cargos, pero sí estoy en la subcomisión del Museo”, agrega.

El sentido de pertenencia que tiene con la entidad lo lleva a flor de piel. Con la nostalgia de los que ya partieron, con el recuerdo de la gente de siempre y con la impronta de las nuevas generaciones que siente que le dan un lugar para que se sienta cómodo. 

Es humilde al referir su trayectoria dirigencial  y reconoce que nunca tomó verdadera dimensión de lo que podía generar su aporte. “No hice historia mirando lo que yo hacía, iba y trabajaba sin tomar en cuenta la trascendencia que podía tener esa tarea. Para mí el club fue siempre mi segundo hogar. De joven salía de trabajar y me iba al club, cenaba en mi casa y volvía para juntarme con amigos e ir al centro, para luego volver a pasar por el club antes del regreso a casa”.

En su memoria están vivos los tiempos del billar, del casín, la rutina social que giraba en torno a la institución que aún lo contiene y lo tiene entre sus socios más antiguos. “Hay otros que tienen más años que yo”, menciona.

 

El futuro 

Luis va a cumplir 84 años y se lleva bien con el transcurso del tiempo. No toma medicamentos y puede manejar sin lentes. Anda todo el día y se entretiene haciendo arreglos en su casa. 

“Si hubiera tenido dinero, hubiera sido corredor de autos, de hecho estudié mecánica del automotor y tengo guardado el título de aprendiz adelantado”, comenta.

No tiene grandes anhelos ni sueños pendientes y acepta el porvenir con esperanza. “Sé que nos iremos a Tandil, porque nos están invitando a que lo hagamos y es una decisión razonable porque ya estamos grandes, allí están nuestros nietos, es una decisión tomada”, refiere y se emociona al confesar que extrañará mucho el club. “El domingo pasado fui a la cancha y volví inflado de goles, voy a extrañar mucho el no poder ir. Así que espero poder venir de vez en cuando para ver algún partido o verlos cuando jueguen por allá”.

Cuando la charla va llegando a su fin, acepta definirse a sí mismo y se describe como una persona tranquila, dueña de una gran intuición. Haciendo un balance de su vida se muestra satisfecho y vuelve sobre su perfil de dirigente para comentar algo que lo pinta de cuerpo entero: “Me hice al lado de Miguel Morales, un presidente que tuvo Douglas Haig y que manejaba mucho la parte legal, me identifiqué mucho con ese perfil y creo que lo tomé como la base para hacer mi aporte, desde mi humilde lugar; espero haberlo logrado”. 


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