Perfiles pergaminenses

Manuel Castañares: el histórico placero de la Plaza de Ejercicios “Miguel Dávila”


 Manuel Castañares atleta y placero dos actividades de las que disfrutó en su vida (LA OPINION)

'' Manuel Castañares, atleta y placero, dos actividades de las que disfrutó en su vida. (LA OPINION)

Trabajó durante cinco décadas en ese espacio, bajo la órbita de la Dirección Municipal de Educación Física y además de mantener la pileta que funcionaba allí, se dedicaba a cuidar y mantener ese lugar tan caro a la infancia de  generaciones. Hoy con 90 años recrea aquellos recuerdos y también sus anécdotas de atleta.


Manuel Antonio Castañares durante muchos años fue placero en la Plaza de Ejercicios “Miguel Dávila”. Hoy con más de 90 años siente una profunda nostalgia por esa tarea y por ese espacio y sueña cada noche que “está en la plaza”.

Habla de los chicos que pasaron por tardes de juegos interminables con una ternura entrañable. Lo mismo que de los profesores de Educación Física con los que trabajó y muchos de los cuales fueron sus jefes en la Dirección de Educación Física del Municipio y que compartían ese lugar de trabajo con él cuando en la geografía de la Plaza funcionaba el natatorio y se realizaban muchas actividades deportivas. Tiene la sencillez de las personas mayores y una memoria que guarda los recuerdos con precisión admirable. 

Nació en Pergamino el 14 de abril de 1929 y dice que tiene “90 y algo” como alguien que ya no cuenta sus años, pero vive intensamente cada día. Su apodo es “Melo” y lo lleva desde muy chico porque era la palabra que le salía cuando a sus vecinos del barrio Vicente López donde creció, les pedía “caramelos”.

Es de esos personajes queribles que tiene la ciudad. Sonríe cuando habla de cómo transcurrió su infancia. Sus padres fueron Manuel y Rosa Francinelli. Fue único hijo. “Mi papá trabajaba en la bolsa y mi mamá fue ama de casa”.

Hizo hasta cuarto grado, los tres primeros años en la Escuela Nº 17 y el último en la Escuela Nº 16. Después llegó el tiempo de trabajar. “Primero trabajé en la máquina que hacía polvo de ladrillos de Don Quiroga; después hacía pozos, canaletas, cavaba cimientos, trabajé en la bolsa y durante cincuenta años fui empleado municipal. Mi lugar de trabajo fue la Plaza ‘Miguel Dávila’”, cuenta y refiere que su puesto municipal reportaba en la Dirección de Educación Física. “Trabajaba cuatro horas a la mañana y cuatro por la tarde en la Plaza, en la época en que funcionaba el natatorio, durante cuarenta años estuve limpiando la pileta.

“Me jubilé a los 40 años de servicio y seguí trabajando diez años más, así que en total fueron 50 años como empleado municipal”, señala con orgullo.

Relata que a la pileta concurría gente de todos lados: “Llegaban chicos de los centros, de los pueblos, de muchos lugares, generaciones enteras pasaron por allí. Cuando comencé estaban los profesores Mori Sequeiros y ‘Quique’ Alvarez como directores de Deporte”.

Describe que durante las mañanas se dedicaba a la limpieza, barría las veredas de la Plaza y por la tarde se dedicaba a cuidar como “placero” e incluso durante los fines de semana iba porque en la Plaza había baños públicos que había que mantener limpios. 

En su condición de placero asegura que le gustaba el trato con los chicos, siempre estaba atento a que no se golpearan y no les pasara nada.

Confiesa que le costó retirarse y se emociona cuando lo afirma. Siente una profunda añoranza de aquel tiempo de placero en el que tejió relaciones perdurables. Se jubiló en 1992 y diez años más tarde se retiró definitivamente. 

Su familia

Está casado con Ana Filipini, que actualmente está internada porque tiene un problema de cadera. Manuel vive con preocupación esa situación. Ana es su compañera de vida. Se pusieron de novios siendo muy jóvenes, se casaron y tuvieron dos hijas: Ana María que es viuda y Griselda Luján que es separada. Tiene cinco nietos: Manuel Leandro, casado con Anabella; Eugenio Hernán, casado con Gabriela; Carlos que es soltero, Julián, casado con Nia; y Noelia, casada con Cristian. Y tres bisnietos: Nuna, Benjamín y Catalina.

Cuenta que conoció a su esposa repartiendo diarios. “Yo repartía el diario ‘El Conductor’ que era peronista. Cuando salía de trabajar pasaba por el lugar en el que se imprimía, tomaba los ejemplares y comenzaba a repartirlos corriendo por las calles”, señala. 

“En uno de esos recorridos fue que la conocí. Más tarde nos pusimos de novios y nos casamos cuando ella tenía 15 años. Hoy tiene 81”, agrega.

Atleta

Muchas personas conocen a Manuel por su trabajo en la Plaza. Pero otros por su desempeño como atleta. “Empecé a correr a los 18 años, me impulsó un amigo que era como tío para mí, Miguel Champandar. Por cuestiones de familia teníamos que ir a Pinzón, íbamos juntos primero caminábamos y después empezamos a hacer el trayecto corriendo. Así fue como me entusiasmé e incursioné en el atletismo”.

Conserva viejos recortes de diarios y fotos en blanco y negro. Ese tesoro resume crónicas de competencias e inmortaliza momentos de su vida deportiva que fue “gloriosa”. “Siento que fui reconocido en mi tiempo. Competía en carreras de calle y también en pista”, señala.

Sus entrenamientos generalmente eran en ruta, llegaba hasta la localidad de J. A. de la Peña y en algunas ocasiones hasta Acevedo. “Era una época en la que no había tanto tránsito en las rutas y se podía correr con mucha tranquilidad”.

Menciona que corrió para el club de sus amores “Independiente” y comenta que se iba a Buenos Aires los viernes para competir durante los fines de semana. “El club me pagaba los gastos de traslado y eso me permitía participar de las carreras”.

Su carrera deportiva no fue muy extensa en cantidad de años, pero sí muy rica en resultados. Cuenta que dejó de competir poco antes de cumplir 24 años porque en ese tiempo las horas libres que le quedaban luego del trabajo, las empleaba para construir su casa en el barrio Ameghino en la que vive. “No me quedaba tiempo para entrenar, y un día corriendo, iba primero, pero sentí una puntada en una de mis piernas, desaceleré el ritmo y finalmente me ganó otro corredor de acá y me dije a mí mismo que era tiempo de dejar el atletismo”. 

Asegura que en su época la gente seguía mucho el atletismo y el público acompañaba a los corredores. “Yo hoy no sigo el atletismo y voy muy poco a presenciar las carreras”, agrega.

El fútbol

Estuvo permanentemente vinculado al deporte. Jugó al fútbol en el Club Argentino. “Siempre en el puesto de delantero porque como estaba entrenado por el atletismo era rápido para correr”, refiere, aunque reconoce que en realidad lo suyo no era el fútbol porque se desgarraba con frecuencia y era muy liviano.

También fue delegado de un equipo de Pergamino que competía en torneos de alcance provincial. “Tuvimos la suerte de salir campeones. Yo era delegado, antes no había directores técnicos éramos los delegados los que guiábamos al equipo”, destaca. Y recuerda que con esa experiencia estuvo un mes fuera de Pergamino porque habían ganado la instancia local, la regional y viajaron a Mar del Plata a competir en una final en la que salieron campeones. Recuerda el nombre de cada uno de los chicos que integraban ese equipo.

Una vida activa

Lejos ya de toda actividad deportiva, Manuel asegura que la clave de su longevidad tiene que ver con haber realizado siempre deporte y haberse mantenido muy activo. “A mí me cuesta mucho estar quieto, siempre tengo que hacer algo”, refiere. Y señala a su bicicleta roja, que está en el espacio contiguo a la cocina de su casa, esperando a que Manuel se suba para hacer los mandados. “Salgo todos los días a hacer las compras y voy en bicicleta porque caminar por mi dolor de rodillas me cuesta un poco más”, señala. “Ando por el barrio y voy hasta el supermercado”, afirma.  

Un agradecido

Es un hombre que ha sabido entablar relaciones sólidas en cada lugar en el que estuvo. Siente gratitud por la posibilidad de tener amigos y de haber compartido sus años de vida laboral con grandes referentes del deporte y la educación física. Así como conserva los recortes de su desempeño deportivo, conserva fotos en las que se lo ve junto a conocidos docentes como Walter Rauch y Rubén Salas. También cuenta entre las personas que respeta al profesor Atilio Saint Julien y a Basilio González. “Para muchos yo fui como un padre y para otros ellos fueron como padres para mí por todo lo que me han enseñado. Tuve la suerte de conocer a mucha gente debido a mi trabajo.

“A Atilio y Basilio los conocí cuando estudiaban Educación Física cuando en 1953 fueron a la Plaza a hacer una exhibición. Después se recibieron y terminaron siendo mis jefes. Atilio Saint Julien me llevaba las pelotas de fútbol del Club Gimnasia y Esgrima para que yo las cosiera. Antes eran de cuero y él me enseñó cómo hacer ese trabajo”.

Se quiebra cuando habla de las vivencias compartidas con verdaderas leyendas de la educación física local. 

Vuelve sobre su trabajo en la Plaza cuando la entrevista casi finaliza. Y con emoción afirma que le gustó mucho su tarea. “Me gustaba mucho trabajar, siempre estaba pensando en cómo mejorar la Plaza. Me encantaba el contacto con los chicos.  Cuando me dijeron que tenía que dejar de ir, sufrí mucho. A mí me hubiera gustado seguir trabajando”.

Con nostalgia afirma que “ya no hay más placeros, porque los espacios verdes se manejan de otra manera. Es una pena” e insiste con que le costó mucho dejar. “Sueño que cuido a los chicos”, afirma, con la voz entrecortada por la emoción, esa que sienten las personas que han amado y aman su tarea.

No le pide a la vida demasiado. Rodeado de sus seres queridos atraviesa la vejez nutriéndose del amor de los suyos y de los recuerdos imborrables que simplemente guarda.


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