Perfiles pergaminenses

María Ester Cudugnello y su vida entre perfumes con la esencia de lo simple


 María Ester Cudugnello viuda de Gercovich relató su historia de vida (LA OPINION)

'' María Ester Cudugnello viuda de Gercovich relató su historia de vida. (LA OPINION)

La Perfumería Donna es una de las más emblemáticas de la ciudad, que nuestro Perfil de hoy puso en marcha en el año 1991. Desde entonces y aunque hoy ha delegado gran parte de la tarea a su hija, dedica al negocio tiempo y esmero. A la par de la actividad comercial, todo su ímpetu fue puesto a conformar una familia que es su sostén.


María Ester Cudugnello, viuda de Gercovich, es el alma y la hacedora de una de las perfumerías más importantes de la ciudad. “Donna” lleva su estilo desde el primer día y ella, con su dedicación, le ha puesto a ese negocio su impronta. Acepta trazar su Perfil Pergaminense y recibe la entrevista con la disposición de los buenos anfitriones. Tiene un tono de voz pausado y una cadencia tranquila. Eso le confiere a lo que dice un sello personal que tiene que ver con la calidez. Sonríe en varios momentos. También se emociona, quizás porque es una mujer que tiene la sensibilidad a flor de piel y no disimula sus estados de ánimo ni su sentir más profundo. La vida la ha tratado bien, pero también le ha mostrado la cara de las dificultades y el dolor de algunas pérdidas. Sobrelleva esas circunstancias con la templanza que da el paso del tiempo y asume cada situación como parte misma de la vida y toma los aprendizajes.

La charla transcurre en la perfumería, en un momento que está por fuera del horario comercial. El buen aroma se percibe en el ambiente. Todo está en perfecto orden. Es el mediodía de una jornada de actividad comercial.  Aunque en el presente María Ester ha cedido “la posta” del manejo de algunas cuestiones del negocio a su hija Fernanda, ella pasa allí mucho tiempo y disfruta de la atención al público y el asesoramiento a clientas que son muy fieles y eligen el lugar, no solo por la calidad de los productos sino por la dedicación de ese trato personalizado que distingue a las tareas que se realizan con pasión. María Ester siente placer por lo que hace a diario. Y eso se nota.

En el comienzo de la conversación, tímidamente responde a cada pregunta y va relatando las anécdotas de su infancia y juventud. Tiene 74 años y el porte de las mujeres elegantes. Nació el 10 de abril de 1945. Por entonces, sus padres José Luis Cudugnello y María Emilia Basile vivían en calle San Nicolás, entre Larrea y 3 de Febrero. Más tarde se mudaron a la casa de calle Juan B. Justo a 1631 en el barrio Centenario. “Mi padre tenía un taller de chapa y pintura y mi mamá era ama de casa”, cuenta. Tiene un hermano menor, Juan Carlos. “Tuve una infancia muy linda. Un año fui a la Escuela N°77 y después me pasé al Colegio del Huerto donde cursé hasta tercer año del secundario”.

En su juventud se dedicó a estudiar cosas que se acostumbraban en aquel tiempo como dactilografía, contabilidad, pero confiesa que su pasión eran el dibujo y la pintura. Recuerda a “Porota” Peries, con quien pintaba en una época. 

La vida laboral

Siendo muy joven comenzó a trabajar con Carmen Lotito, que había puesto una casa de ropa de bebés y niños. “Ese fue mi primer empleo, incluso en un momento teniendo yo 17 años me quiso vender el negocio, pero no me animé”, señala.

Más tarde trabajó en el estudio del arquitecto Héctor Flores. “Empecé porque necesitaban una secretaria y alguien que pudiera dibujar, así que a poco de haber comenzado, me dio un plano y a los pocos días hacía las carpetas completas”, rememora. Comenta que en ese lugar trabajó durante nueve años. “Hacía todo, me acuerdo que ellos viajaban y yo me quedaba a cargo de las cuestiones del estudio y de esa época guardo lindísimos recuerdos. Tanto Héctor como Cecilia, su esposa, fueron personas extraordinarias conmigo. Aprendí mucho trabajando con ellos. Su esposa tenía el consultorio odontológico al lado del estudio y realizaba tratamientos de ortodoncia para niños en una época en que eso era muy novedoso”.

Su familia

A los 18 años conoció a Hugo Gercovich, con quien se casó casi tres años después. Se vieron por primera vez en un baile del Club Argentino y con el “tradicional cabeceo” de aquellos tiempos él la sacó a bailar. Aquel encuentro visto hoy a la distancia temporal parece haber estado signado, según se desprende del relato: “Con mis amigas, cada vez que nos dejaban salir íbamos a los bailes del Club Gimnasia, pero en una oportunidad las entradas estaban agotadas y mi hermano nos preguntó si queríamos ir a Argentino. Aceptamos y fue así que coincidimos con Hugo en ese lugar. Recuerdo que tocaban los “Wawancó””. Ese día marcó el comienzo de un vínculo que luego se transformó en una relación y desembocó en la familia que construyeron juntos.

“Estuvimos casi tres años de novios, nos casamos y al tiempo quedé embarazada. Dejé de trabajar en el estudio. Y nos tocó afrontar una prueba dura cuando sufrimos la pérdida de nuestro primer hijo, que nació prematuro y falleció. Aunque los médicos nos explicaron lo que había sucedido, fue una experiencia dolorosa que nos tocó atravesar”, refiere y reflexiona: “Después entendí que era algo que por alguna razón tenía que pasar. Y lo acepté”.

Después de esa pérdida se fueron a vivir a Urquiza, a casa de sus suegros. Y tiempo después regresaron para establecerse en Pergamino. Se mudaron a calle Pico, hasta que pudieron instalarse en la casa del barrio San Vicente donde María Ester vive actualmente.

La vida los premió con dos hijos: Fernanda y Hugo. María Ester habla con profundo orgullo de ellos. También de sus nietas: Zoe, Rina, Elena y Amalia. Se disfrutan mucho.

La estación de servicio

Durante muchos años María Ester trabajó a la par de su marido en la estación de servicio que tenían. “Estuve allí desde que abrió, me dedicaba a las tareas administrativas. Era una época en la que la estación funcionaba durante las 24 horas y ofrecía un servicio muy completo, incluso con lavadero”, relata. Y recuerda esos años de mucha dedicación, compatibilizando el tiempo laboral con el de la crianza de los hijos.

La perfumería

En octubre de 1991 decidió instalar la perfumería que funcionó en Juan B. Justo, al lado de la casa de su mamá hasta el año 1995, cuando la trágica inundación se llevó gran parte del esfuerzo.

La idea de incursionar en este rubro comercial surgió de charlas con dos de sus primas que trabajaban en Pozzi, que funcionaba en avenida Santa Fe de Capital, y era el referente por antonomasia del ramo. “Pozzi era un ícono en el rubro, mis primas trabajaban allí y fueron las que me alentaron a que instalara el negocio. Los dueños de ese negocio fueron quienes me presentaron a los referentes de las distintas empresas y me abrieron las puertas de un mundo nuevo para mí.”

Al lado de la casa de su mamá se había desocupado un local, así que cuando surgió la posibilidad de alquilarlo, de inmediato se puso en contacto con Eddo Pascot para que la asesorara en el armado del negocio. “Recuerdo que fuimos a Buenos Aires a ver los muebles. En ese momento se usaba mucho el bronce y el vidrio. Quedó muy linda la perfumería”.

“El nombre surgió de una charla con mi esposo y Eddo Pascot, buscábamos un nombre que representara a la mujer. Y el logo que lo acompaña es un ave que elegí y se transformó en la imagen que nos representa”, agrega.

A la par del armado del salón de ventas, el emprendimiento supuso para María Ester otra tarea que fue la de capacitarse con las distintas marcas de cosmética. Fue así que se introdujo en un mundo que le resultó apasionante.

“En ese momento en Pergamino no había muchas perfumerías, así que hicimos una fuerte inversión, entendiendo que la ciudad se merecía un negocio bien puesto”, agrega. Todo marchó sobre rieles hasta que la inundación arrasó con todo. Lo recuerda como si hubiera sucedido ayer: “El agua llegó y arrasó con todo. Tuve la suerte que no se rompieran los vidrios, pero lo único que pudimos rescatar fueron los muebles que estaban hechos de una madera resinada. Tardamos tres meses en poder desarmarlos, secarlos y mudarlos a un nuevo lugar”, cuenta. Ese nuevo espacio fue en el Centro, en calle Doctor Alem, donde la perfumería se instaló durante un tiempo. Luego se mudó al lugar donde funciona actualmente sobre avenida de Mayo.

“Fue comenzar de nuevo, pero con el acompañamiento incondicional de mi esposo tomamos el desafío. La clientela nos respondió muy bien. Y salimos adelante. Estoy muy agradecida porque mis clientas siempre fueron muy fieles, siempre me han acompañado y apoyado muchísimo”, resalta y reconoce que con el paso del tiempo fue cayendo el rótulo que en algún momento sintió que tenía su negocio en relación a que era un lugar para gente de un determinado estrato social. “Esa idea me molestaba porque siempre tuvimos productos para todos los bolsillos, apelando a la calidad”, confiesa.

Actualmente la clientela se fue renovando. Lo mismo que el negocio que, manteniendo su sello, ha ido innovando para atender a las necesidades del presente. Mirando a su alrededor afirma que le gusta su trabajo.

Considera que la tarea que le da vida al negocio es el asesoramiento, porque la gente llega muy informada por la televisión pero no todo lo que se promociona en la publicidad es para todo el mundo. “Con lo que uno usa en la piel hay que ser muy cuidadosos”, advierte.

Adiós al compañero

En octubre se cumplirán cinco años del fallecimiento de su esposo. Para María Ester y su familia ese fue un golpe duro y la pérdida irreparable. Se entristece cuando recuerda lo dura que fue la experiencia. Pero se sobrepone para quedarse con lo bueno de ese hombre que fue su compañero. Rescata el modo en que se llevaron siempre. “No fue fácil perder a Hugo, y no es fácil. Fue muy buen compañero, me traía todos los días al negocio y me acompañaba en todo. Siempre me dejó ser”, afirma.

Y lo recuerda como a un hombre al que le gustaba el buen vivir, la ropa, los zapatos, los relojes, salir a tomar café. Se quedó con lo mejor de la vida compartida y su recuerdo está intacto.

Nuevas rutinas

Esa pérdida implicó el comienzo de una nueva vida. Con la ausencia. Y con al amor de los suyos que sirvieron de pilar y sostén. “He tenido la fortuna de tener amigas incondicionales, ellas saben quiénes son aunque no las nombre”, afirma esta mujer que se lleva bien con el paso del tiempo y en su tiempo libre le gusta “hacer de todo”.

“Ahora estoy tomando clases de bordado; y también voy a un taller de mosaiquismo”, cuenta. También comenta que le gusta la cocina. En el plano de los aprendizajes pendientes están los idiomas. En el tiempo libre le gusta ir al cine, al teatro y salir a cenar.

Pasa mucho tiempo con sus nietas. “Las disfruto a pleno, tienen entre 6 y 14 años. Si mis hijos viajan me quedo con ellas”, menciona esta abuela “todo terreno” que sabe que hay que aprovechar al máximo ese tiempo de la niñez y la adolescencia de esas niñas que crecen rápido.

Ella no piensa demasiado en el futuro. Se concentra en vivir el presente y disfrutar de lo que le gusta hacer. “Nunca soñé con tener una perfumería, pero lo volvería a elegir”, afirma.

Es dueña de una personalidad tranquila y un buen carácter. Asegura que jamás se despierta de mal humor. No anhela demasiadas cosas. Solo aguarda que el tiempo acerque a una amiga que se alejó de ella sin un motivo real y cuya presencia añora. Se emociona cuando lo señala, sin decir su nombre. Por lo demás, está hecha. Rescata el valor de la familia.

Sobre el final, cuando la entrevista la lleva a hablar de una característica que la distingue, no duda: “La elegancia”. Y afirma que tomó ese atributo de su madre que siempre usaba tacos altos y estaba bien arreglada. También a la crianza. Así recuerda a sus abuelos, la sana costumbre de visitarlos siendo niña utilizando para ello su mejor ropa y que ese encuentro se transformara en una reunión de familia. Reestrena con sus nietas la importancia de esos vínculos. Y lo celebra. Hablando de esas pequeñas cosas termina la charla, entre fragancias. Quizás porque en ellas reside lo importante, y como en los buenos perfumes, la esencia es lo que perdura.


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