Perfiles pergaminenses

Mónica Rodríguez Echegaray, quien supo hacer del amor por la danza el pilar edificante de su vida


 Mónica Rodríguez Echegaray en la intimidad de su hogar compartió con LA OPINION una charla rica en vivencias (LA OPINION)

'' Mónica Rodríguez Echegaray, en la intimidad de su hogar compartió con LA OPINION una charla rica en vivencias. (LA OPINION)

Se formó de la mano de grandes maestros y forjó su destino siguiendo su vocación. Dueña de una personalidad determinada siempre fue detrás de múltiples intereses, lo que la transforma en una defensora de las miradas diversas, esas que enriquecen el conocimiento y propician la evolución.


Mónica Amelia Rodríguez Echegaray se ha forjado a sí misma siguiendo el impulso de su pasión por la danza, una actividad que abrazó desde siempre y que supo desplegar sorteando todas las dificultades que se antepusieron en un camino signado por mandatos que parecían conducirla hacia otros destinos. Con coraje encontró el modo de seguir su vocación. Se formó en el campo de la danza, la expresión corporal, las letras y la psicología social.  Armó con ello una filosofía que adoptó para sí y transmitió a otros. Ha sido precursora de iniciativas innovadoras y es ante todo una mujer que ama la libertad y las miradas diversas.

Acepta trazar su Perfil Pergaminense con la espontaneidad con la que vive. La entrevista se desarrolla en su casa. El espacio es amplio y luminoso. Todo está perfectamente dispuesto y en armonía. Un exquisito té negro con caléndula y cáscara de naranja acompaña la charla. Pero nada es armado, todo fluye de manera natural, como ella misma transita la vida.

Nació en Pergamino y creció en el barrio Acevedo. Sus padres fueron Carlos Rodríguez Echegaray, abogado; y Amelia Fernández, docente y asistente social. Tiene una hermana, Analía. “Tengo recuerdos imborrables de mi infancia. Había un concepto de la vecindad diferente, con vínculos perdurables. Eso me marcó mucho, recuerdo las fiestas de Carnaval de las que todo el mundo participaba y las mesas que se sacaban a la vereda los fines de año”.

Fue a la Escuela Nº 4, un año a la Escuela Nº 2 donde su mamá trabajaba; y más tarde al Colegio Nacional. De la adolescencia también recrea las anécdotas de la amistad. “Tenemos un grupo con los egresados de mi promoción con los que mantenemos una comunión”.

La vida familiar y la política

Está casada con Pedro Courtial, con quien se conocían desde el secundario. Se reencontraron tiempo después en la calle San Nicolás, se pusieron de novios y se casaron. Tienen dos hijos: Adán (31) es soltero, vive solo en Pergamino, es instructor de varias actividades, está a cargo de la sala de Musculación del Gimnasio Gym Dance y le faltan cuatro materias para recibirse de abogado. Y Valentín (21) que estudia kinesiología en Rosario.

Reconoce que acompañar la carrera política de su marido no le resultó fácil, pero lo hizo, fiel a una de las premisas que sostienen su vida familiar: respetar al otro en su individualidad e intereses. “A mí siempre me interesó la política, pero me di cuenta que no era algo para mí porque hay que tener el cuero más duro para eso” admite y señala que su aporte fue desde la Secretaría de la Mujer del Frepaso, un espacio que le permitió desplegar su sensibilidad y en el marco del cual se impulsaron varias iniciativas como el certamen literario “Alfonsina Storni” y el café literario en la Casa de la Cultura.

Una pasión y una guía

Cuando habla de su amor por la danza, confiesa que siempre le gustó bailar, pero reconoce que de chica no recibió el aliento familiar para desplegar ese arte. “Me mandaron a aprender piano, pero nunca a aprender a bailar”, refiere. Su papá era amante de la música y sabe que eso resultó inspirador para ella en su pasión por bailar. “El escritorio de mi papá estaba al lado de mi habitación y él vivía escuchando música. Eso me inspiró. Hasta el día de hoy recuerdo conciertos enteros de música clásica que llegaban a mí a través de mi padre, que sin saberlo generó en mí mis ganas de bailar”.

Cuando llegó el momento de seguir estudiando, el mandato familiar le indicaba que tenía que ser abogada. De hecho hizo dos años de la carrera. Pero no era su vocación. “Yo pensaba estudiar psicología, pero la carrera estaba cerrada en ese tiempo. Regresé a Pergamino e hice el profesorado de Lengua, Literatura e Historia y a la par de ello trabajaba con mi papá en el estudio, pero como la danza siempre atravesó mi vida, comencé a viajar a Buenos Aires para hacer danza contemporánea con María Fucks y otros grandes maestros”, cuenta y confiesa que para seguir ese camino debió enfrentarse a su papá. “Fue muy difícil, estuvimos enojados y recién con el transcurso del tiempo mis padres aceptaron que yo había elegido mi camino”.

En Buenos Aires se nutrió no solamente de las clases, sino del mundo cultural de la gran ciudad. Relata que viajaba en el histórico tren del Ferrocarril Mitre para tomar sus clases cada fin de semana en el tiempo que le dejaba libre su trabajo. “Estaba siguiendo mi pasión y todos los esfuerzos valían la pena”, sostiene esta mujer que también se formó en el campo de la expresión corporal y siguió perfeccionándose en distintas disciplinas. “Estudié en la Escuela Nacional de Danzas, después de haber tenido a mi primer hijo. Recuerdo que rendí un examen muy riguroso y fue una experiencia maravillosa”.

Con una mirada retrospectiva, reconoce que desde siempre su deseo fue muy esforzado. “Todo lo que hice, lo hice sola, trabajando y oponiéndome a un mandato. Forjar ese camino fue difícil, pero aprendí mucho”, rescata.

Los comienzos

Los comienzos de la actividad profesional fueron difíciles, pero la pasión fue su aliada. “Creo que le puse tanto amor, que eso se transmitía”, reflexiona.

“Empecé dando clases de expresión corporal para niños en el Club Unión. Después pasé al Club Sirio Libanés, donde trabajé muchos años. Adopté la técnica de María Fucks para la integración de chicos con discapacidad, hipoacúsicos y con Síndrome de Down. Así conocí a Maricel y a Marta Lere. Más tarde, seguí en la sala del Banco Local donde daba clases y hacia espectáculos. En ese tiempo se formó la Asociación de Padres de Discapacitados, que presidía ‘el polaco’ Lere, una persona que me ayudó y estimuló mucho”.

Señala que inicialmente fue difícil lograr la integración porque había mucha resistencia de algunos padres que con el tiempo confirmaron lo que significaba que chicos que no escuchaban o tenían algún tipo de discapacidad, pudieran encontrar en la danza un vehículo de expresión. “A los mismos que al principio no comprendían, luego los vi emocionarse al ver cómo una niña con la que aún sigo en contacto, ponía sus manos en los parlantes para sentir la vibración de la música con el tacto y sumarse a una danza expresiva que igualaba. Este trabajo fue el germen de otras experiencias y para ese tiempo fue muy innovador. Lo atesoro como algo enriquecedor. Luego, y como me ha pasado a menudo en el transcurso de la vida, cuando Marta Lere tomó la posta del trabajo con la discapacidad, me quedé muy tranquila, seguí desde otro lugar y busqué nuevos desafíos. Soy una mujer de múltiples intereses”, destaca.

La psicología social

La curiosidad siempre le fue marcando el camino. Y así fue como inició la carrera de Psicología Social en Rosario y más tarde en Buenos Aires, donde validó su título para poder ejercer como coordinadora de grupos. “Ahí también hubo una innovación importante porque había una discusión sobre las competencias del título y alguna oposición de la Psicología tradicional. Pedro en ese momento era senador y se presentó un proyecto para oficializar la carrera de Psicología Social. Y eso inició un camino.

“Cuando terminé de estudiar Lidia Conti armó la Escuela de Psicología Social en Pergamino y estuve varios años ahí como coordinadora de grupos. Hubo varios egresados.  Mucha gente valiosa se formó allí”, comenta.

“En una ocasión concejales nos convocaron para hacer un trabajo en Cultura que fue muy rico, participaron todos los grupos de Pergamino y se logró desde la Psicología Social que eternos enemigos confluyeran en un espacio para trabajar juntos”, resalta destacando lo que para ella es determinante: “Si se respeta la mirada del otro y se la incluye, se logra la evolución”.

Un espacio propio

Con el transcurso de los años y ya consolidada en su labor, Mónica armó Gym Dance, un gimnasio en el que hoy concentra sus clases. “Lo instalé en Doctor Alem y Saavedra cuando encontré a una arquitecta como Elena Rébora que entendió lo que quería”, refiere y comenta que allí dicta las clases de yoga y pilates. El resto de las actividades están delegadas en un equipo de profesionales muy capacitados, pero su mirada está detrás de cada detalle, siempre pensando en innovar.

Una filosofía de vida

Su actividad laboral y la vida personal están integradas, quizás porque tiene el privilegio de hacer lo que ama. Viaja con alumnas, también lo hace en familia o sola. Ha sabido construirse a sí misma sobre la base del deseo. En lo cotidiano, disfruta de las mañanas, se toma tiempo para desayunar y andar con calma e incursiona en pautas de alimentación vegana y vegetariana que no hacen sino plasmar una conciencia respecto de la importancia de la nutrición.  Disfruta de su tiempo libre, escucha música, lee y escribe. Rinde culto a la amistad y dedica tiempo a los afectos.

Detrás de lo que hace y de su pasión hay una filosofía de vida que se transmite: “Creo que la clave es poder sentir el deseo, rescatarlo y darle bolilla”, afirma y prosigue: “Esto es lo que he hecho a lo largo de mi vida.

“Quizás hubiera hecho más cosas si me hubieran dado todo servido, pero seguí mi deseo contra toda oposición y fue muy enriquecedor. Eso me hizo más fuerte”, afirma, cuando promedia una charla amena y edificante, de esas que dejan al descubierto el alma.

Aunque reconoce que le cuesta pensar en la finitud de la vida, acepta el paso del tiempo y sabe que hay una edad cronológica, pero también una edad espiritual, en la que residen la curiosidad, la pasión y los proyectos. En ese territorio ancla su presente y deja que como en el escenario cuando baila, la vida simplemente fluya y eche raíz allí donde están los afectos y los sueños.


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