Perfiles pergaminenses

Nilda Gotta, viuda de Fortunato, una mujer arraigada a valores de fe que supo transmitir


 Nilda Lilian Gotta de Fortunato fue catequista durante 20 años y lleva esa vocación en el alma (LA OPINION)

'' Nilda Lilian Gotta de Fortunato fue catequista durante 20 años y lleva esa vocación en el alma. (LA OPINION)

Durante 20 años fue catequista y posee una vocación irrenunciable asociada a la tarea de transmitir el conocimiento de Dios. Sus creencias la acompañan y le han servido de pilar para sobrellevar las adversidades y también para aprender a disfrutar de las cosas verdaderas de la vida, aquellas vinculadas al afecto y al servicio a los demás.


Nilda Lilian Gotta, viuda de Fortunato, es pergaminense por adopción, ya que nació en Arrecifes. Creció en el campo y se estableció en la ciudad a los 21 años, luego de casarse con Carlos Fortunato. “Nos conocimos porque él tenía familiares en la zona rural donde yo vivía; nos pusimos de novios y cuando nos casamos nos mudamos a Pergamino”, cuenta en el inicio de la entrevista que se desarrolla en su casa ubicada en pleno centro de la ciudad que la adoptó y que hoy considera su lugar en el mundo.

Carlos Gotta y Josefina Zuvilivia fueron sus padres. “Tuve una infancia hermosa, ayudaba a mi papá en el campo y me gustaba andar a caballo”, refiere y menciona que creció con su hermana Edith en el universo de una infancia sencilla y en el paisaje de un entorno rural. “Todavía si pudiera seguiría andando a caballo”, confiesa esta mujer que acaba de cumplir 80 años y mantiene un espíritu jovial. Trae de su infancia el recuerdo de la escuela primaria en la localidad de Todd, hasta donde su padre la llevaba en auto o en sulky. También sus vivencias de adolescencia, la vivencia de su primera comunión y las clases de corte y confección que le otorgaron el título de profesora.

Está sentada en el living de su casa, y habla con un tono pausado que transmite serenidad. Como es en la entrevista, es en su vida y todos quienes la conocen la rescatan en sus valores y en su fe. Conserva y cultiva la cualidad de disfrutar de las pequeñas cosas y ha sabido sobrellevar con entereza las adversidades que le puso por delante la vida. Aprendió a quedarse con lo bueno y en pocos tramos de la conversación hace referencia a situaciones que tienen que ver con la tristeza.

El armado de su familia y la pérdida

Recuerda que cuando llegó a Pergamino, se sintió bien recibida. “La familia de mi esposo siempre fue muy buena conmigo, eso facilitó mi adaptación a Pergamino. Primero vivimos en Dorrego, casi Azcuénaga; después en el edificio de Luz y Fuerza y finalmente en esta que es nuestra casa en calle Pinto”, describe.

Aunque en Todd había estudiado corte y confección y es habilidosa para las manualidades, solo se dedicó a coser para los suyos y no hizo de ese saber una actividad laboral. Con su esposo que trabajaba en la concesionaria Ford consensuaron que ella pudiera dedicarse al cuidado de la casa y los hijos. Tuvieron dos: Walter y Javier. Cuando lo menciona el relato se introduce en una de las experiencias más tristes de su vida, la pérdida de su hijo mayor que falleció tempranamente. “Fue de un momento para otro; Walter era soltero, trabajaba en una fábrica de muebles y un día en 1989 nos avisaron que se había descompuesto y que había muerto. Fue terrible”, cuenta. Algo en el tono de su voz cambia cuando expresa que la muerte de un hijo es una pérdida irreparable con la que se aprende a convivir, pero jamás se logra superar. “La falta de un hijo es muy fuerte”, afirma.

Su esposo falleció varios años después y actualmente, aunque vive sola, siempre está acompañada por su hijo Javier, que es sacerdote, familiares, amigos y vecinos, como Nina Troncaro, con los que mantiene una relación cercana y nutritiva.

Una mujer de fe

Con su hijo Javier tiene una relación entrañable. “Cuando Javier comenzó con la idea de ir al Seminario, cuando terminó el secundario en la Escuela Agrotécnica, aceptamos su decisión y lo acompañamos”, refiere. Se confiesa como una mujer de fe, aunque asegura que la elección vocacional de su hijo de algún modo la fortaleció en la práctica: “Siempre fuimos una familia de fe, no practicantes porque en el campo íbamos a misa cuando se podía. El hecho de que Javier sea sacerdote nos acercó mucho más a esa fe que cultivamos desde siempre”.

Producto de esa fe y de la vocación de transmitir valores cristianos, Nilda fue catequista, una tarea que aunque ya no ejerce, respeta profundamente y añora. “Empecé en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced, con el padre Gastón Romanello; y después a raíz de la enfermedad de mi papá, dejé y retomé en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima; fui catequista durante 20 años.

“Llevo en el alma el ser catequista. De hecho hace unos días fue mi cumpleaños y dos alumnos míos de la catequesis, Santiago y Valentina, estuvieron en el almuerzo que organizamos. Ellos estuvieron muy contentos y yo también. Cuando nos encontramos nos abrazamos con mucho cariño”, refiere. Afirma que la principal tarea de un catequista es inculcar el conocimiento de Dios y de la oración. Hay chicos que al comenzar la catequesis no saben persignarse. Hay que comenzar con mucha dedicación, para que a ellos no se les haga difícil aprender”.

Dejó la tarea cuando consideró que era tiempo de “pasar la posta” a las nuevas generaciones. “Recuerdo que lo hablé con Javier, que era párroco en Fátima; había muchas madres jóvenes que podían ser catequistas. Así había comenzado yo cuando los chicos iban a catequesis a la Merced. Cuando me retiré quedé como auxiliar por si alguna faltaba”.

En el presente ya no ejerce esa labor. Acude a misa al Hogar de Jesús y profesa una fe que se traduce en cada uno de los actos de su vida.

Una vida en paz

Asegura que se lleva bien con la soledad. Tiene el temple de las personas que han sabido tomar de las pruebas de la vida, cada lección. “Me llevo bien con la soledad y en realidad nunca siento que vivo sola porque Dios y la Virgen me acompañan”, afirma. Esa apreciación la define de cuerpo entero. Su presente es tranquilo. Le encantan las manualidades. “Sé tejer, coser, bordar, así que me entretengo haciendo manualidades. A Javier los ornamentos se los hago yo. La casa en la que vivo es muy grande y eso me mantiene ocupada y además salgo bastante”, comenta en otro tramo de la conversación y cuenta que disfruta de poder asistir a distintos espectáculos artísticos como conciertos de agrupaciones corales y funciones de teatro. Le gusta la música, especialmente el folklore.

Reconoce que se lleva bien con el transcurso del tiempo y se define como una persona sociable. “Voy a gimnasia a la Casa Socorrense, allí tomo clases con un grupo de mujeres de mi edad. Me gusta salir con amigas”, refiere y comenta que también en Arrecifes y en Salto tiene amistades y familiares a los que ve con bastante frecuencia.

Viajes, en buena compañía

También le gusta mucho viajar y lo hace cada vez que puede. Con su hijo son compañeros inseparables para recorrer distintos itinerarios. “Tuve la dicha de ir a Italia en dos oportunidades, en una a conocer la tierra de mi padre que llegó a Argentina cuando tenía seis años”.

Relata con emoción esa experiencia y confiesa que lo que sintió al ser recibida por familiares de esa tierra es indescriptible. “Mi hijo averiguó por Internet y llegamos al pueblo donde nació mi padre, en la región del Piamonte”, cuenta. Y lo que relata de esa vivencia es tan emocionante como lo describe cualquiera que haya tenido la posibilidad de llegar a las raíces mismas de una historia familiar. “Te lo cuento y me da piel de gallina, porque los familiares se brindaron tanto que nos hicieron sentir muy bien recibidos. Abrieron pizzerías y cafeterías para atendernos en una aldea que es muy chiquita”, cuenta con la emoción que anuda la garganta.

“En el otro viaje tuve la posibilidad no solo de ir a Italia sino de hacer un recorrido por otros países europeos. También fue una linda experiencia”, agrega. Cuando habla de los viajes, vuelve sobre la relación con su hijo a quien define como “su compañero de aventuras”. Juntos, conservan rituales que ponen en práctica en cada recorrido. Nilda los describe con alegría: “Cuando viajamos en auto lo que no nos puede faltar es el equipo de mate. Yo no tomo, pero Javier sí, así que lo primero que cargo es la ‘matera’. Nos divertimos mucho, hacemos bromas, no vamos hablando siempre de lo mismo y buscamos el modo de entretenernos, jugamos”.

Nilda es la encargada de hacer el “diario de viaje”. Ama escribir y pone en práctica esa pasión en cada recorrido. “Durante el viaje hago el borrador de las cosas que vamos viendo y al regreso lo paso en limpio y lo complemento con las fotografías que toma Javier, siempre me gustó escribir y disfruto de poder ir narrando las vivencias de cada viaje que hacemos”.

Ese acompañamiento en los viajes se da también en la actividad deportiva de su hijo que practica atletismo. Nilda lo refiere en el diálogo cuando señala: “También acompaño a Javier en su actividad deportiva y disfruto mucho de eso. Recuerdo siempre el Maratón de Roma que realizó el 18 de marzo de 2012 y la competencia que se realiza en Río Cuarto, a la que asistimos durante 10 años, cada 31 de diciembre, solo por nombrar algunos de los eventos en los que tuve la fortuna de poder estar con él brindándole mi apoyo”.

Una presencia verdadera

El relato de Nilda es testimonio de una vida austera y sencilla. Sin embargo, tiene la profundidad de la palabra honesta. Ha vivido plenamente siendo fiel a sus valores y quizás por eso no tiene asignaturas pendientes. Solo una: no haber podido estudiar diseño de modas. “Era impensado en mi época decirles a mis padres que quería estudiar esa carrera e irme para ello a Buenos Aires. Pero me hubiera gustado. Hoy la carrera está en la Unnoba, pero yo ya no estoy para eso”.

Por lo demás, está en paz con los suyos y con la vida. Y se siente acompañada no solo por sus afectos más cercanos, sino por Dios y la Virgen a los que siente a su lado de manera verdadera. “Nunca siento la soledad. Es más, cuando me preguntan si vivo sola, digo que no, porque vivo con Dios y con la Virgen. Es una presencia que se tiene todo el tiempo. Cuando salgo, antes de pisar la vereda rezo la oración del Angel de la Guarda y cuando voy por la calle me encuentro tarareando una canción dedicada a la virgen o rezando el Rosario”.

Ese es quizás el verdadero sentido se su fe que se alimenta de pequeños actos que la nutren y que ella despliega en su hacer de todos los días. “Creo que el principal legado que uno puede dejar a sus afectos es el que tiene que ver con los valores de la unión, el amor, la humildad y la fe”, concluye, sabiendo reconocer el verdadero sentido de lo esencial e imaginando el futuro en la intimidad de su hogar, allí donde están sus plantas, el patio durante los veranos y los pájaros. Allí donde está su vida.


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