Perfiles pergaminenses

Osvaldo Cardoso, un fabricante de ataúdes y arquero de fútbol en épocas gloriosas


 Cardoso en la redacción de LA OPINION trazó su “Perfil Pergaminense” (LA OPINION)

'' Cardoso, en la redacción de LA OPINION trazó su “Perfil Pergaminense”. (LA OPINION)

Ama trabajar la madera y hoy ejerce su oficio en forma independiente en el marco de un emprendimiento en sociedad. En lo deportivo integró varios planteles en el fútbol local y regional y tuvo la fortuna de vivir algunas epopeyas deportivas que forman parte de la historia. Sencillo y amable, sabe disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, sostenido en sus afectos.


Osvaldo Héctor Cardoso, nació el 26 de marzo de 1956 en Pergamino y creció en el campo, en una estancia cercana a la localidad de Mariano H. Alfonzo. Allí vivió hasta los 12 años. Su papá fue Roque Cardoso, y su mamá es Elsa Pulido. Tiene una hermana más chica llamada Gladys. Apenas se inicia la conversación que sucede en un tono distendido, menciona su infancia: “Iba a la escuela rural que está a mitad de camino entre Pergamino y Alfonzo, nos llevaban desde la estancia a caballo o en sulky”. Confiesa que amaba el campo. Y cuando a su papá lo despidieron, fue tiempo de establecerse en Pergamino. Sin embargo, él encontraba el modo de volver porque allí habían quedado sus abuelos Angel y María a quienes define como “mis segundos padres”.

“Yo estaba dos o tres días en Pergamino y después me volvía a la estancia con mis abuelos. Ese lugar era mi vida, y lo sigue siendo”, afirma.

“Tuve una linda infancia, entre vacas y caballos y con 8 ó 9 años sabía hacer de todo en el campo”.

Cuando llegaron a Pergamino sus padres se establecieron en el barrio Centenario, en Alvear al 1400, donde aún vive su madre. Cuenta que la separación de sus padres fue un acontecimiento difícil, una época en la que atravesaron momentos complicados a los que lograron sobreponerse: “Yo me quedé con mi mamá un tiempo hasta que cuando mis abuelos se volvieron del campo, yo me fui a vivir con ellos a una casa que estaba ubicada sobre la ruta, frente a la Terminal”.

Refiere que con el tiempo con su padre logró recuperar el vínculo que habían perdido. “Cuando él enfermó fui quien lo cuidó y lo llevé a sepultar. Nunca tuvo conmigo ese trato de padre, pero lo cuidé y lo acompañé por una cuestión de humanidad, ya que era mi padre, y no lo podía dejar solo”, señala.

Osvaldo se casó siendo muy joven con Alicia Moreno. “La conocí a través de mi hermana, ellas trabajaban juntas en Adba, nos pusimos de novios y a los diez meses nos casamos. Algo funcionó bien, porque hace 41 años que estamos juntos”, comenta. Tienen cuatro hijas: Silvana (40), casada con Matías Antúnez; Carolina (37) casada con Carlos Turdó; Gisela (30), soltera y deportista; y Antonela (26), casada con Esteban Elías.

Sus hijos ocupan un lugar central en la conversación y en su vida. Habla con orgullo de ellos y los acompaña en todo lo que hacen. Lo mismo sucede con sus nietos. Es abuelo de Lara (14), Benjamín (9), Abril (13) y Juliana (7). Comenta que con su nieto varón tiene una relación “increíble” y confiesa con complicidad que esto seguramente sucede porque con él puede hacer lo que no hizo con las chicas. “A él le gusta jugar al fútbol y también pescar, que son actividades que a mí me apasionan”, remarca, aunque aclara que con sus nietas mujeres también tiene un vínculo maravilloso.

Fabricante de ataúdes

En el plano laboral, Osvaldo comenzó a trabajar a corta edad “haciendo lo que se podía, donde se conseguía trabajo.

“Estuve un tiempo en la estancia con mi abuelo, teniendo 14 ó 15 años hasta que conseguí trabajo en una fábrica de ataúdes en Pergamino, donde estuve muchos años y donde aprendí mi oficio de carpintero, que es el que hace 17 años me permitió independizarme.

“Hoy trabajo por mi cuenta. Somos tres socios que empezamos de corajudos, en 2001 en plena crisis. Hacemos carpintería a medida con un amigo, mi yerno que estaba en Estados Unidos y yo. Intentamos medio en broma y nos va bien, hoy vivimos prácticamente de eso”, refiere.

“Casi toda mi historia laboral fue en la fábrica de ataúdes, en un tiempo me fui a una empresa constructora que ya no existe, trabajé en Pilar y cuando volví regresé a la fábrica donde estuve hasta que se disolvió la firma y yo me fui con uno de mis patrones: Francisco Vilardo, alguien a quien aprecio mucho; y con quien seguí hasta que me independicé. Aprendí muchas cosas de él y lo respeto mucho”, agrega.

En la actualidad con el emprendimiento que conformaron se dedican a la fabricación de todo tipo de muebles, además de haber armado la fábrica de ataúdes, que es a lo que Osvaldo se dedica mayormente. Recuerda los inicios de la actividad en forma independiente con algunos sacrificios: “Hubo que aguantarla, no teníamos herramientas, trabajábamos con una sierra casera, fueron épocas complicadas pero de pronto comenzamos a crecer y salimos adelante. En ese período surgió la posibilidad de comprar un puesto de diarios y revistas en calle Siria que es el que hasta el día de hoy atiende mi esposa”.

Afirma que le gusta mucho lo que hace y que le encanta trabajar con la madera. “No me defino como carpintero, sino como fabricante de ataúdes. Ese es mi oficio”, recalca.

Un arquero conocido

A la par de la actividad laboral, Osvaldo Cardoso fue arquero en varios equipos de fútbol en los que jugó profesionalmente. “Me tocó jugar en una época en que se cobraba buena plata en el fútbol, le debo mucho de lo que tengo a ese deporte”, resalta. Y hace un recorrido por su historia futbolística al señalar que se inició en las inferiores del Club Argentino, donde tuvo la suerte de salir campeón en 1976. “Fue una alegría para los chicos que veníamos de las inferiores y para otros grandes que vinieron como los hermanos Ferreyra, ‘Beto’ Corona, Mario Caniglia, ‘Chiche’ Castelli y Omar Mirabet. Los pibes del Club éramos Omar Jorge, Roberto Prieto, Juan Prieto, Miguel Ciafardoni, Fabián Bolívar y el ‘Bocha’ Cogo, con quien somos muy amigos”.

“Después me fui a jugar a Juventud hasta que a fines del 83 me llevó Douglas Haig, donde jugué hasta 1987 y tuve la suerte de estar en la clasificatoria para el Nacional B y jugar en el torneo. Tuve la fortuna de estar en ese plantel del ascenso”, cuenta. Y recuerda con emoción aquella gloria: “Fue maravilloso, inédito. Cuando volvimos de ese viaje de Tandil veníamos en el colectivo y ni pensábamos lo que nos íbamos a encontrar al llegar a Pergamino. Pasamos por la rotonda de Rojas y la gente estaba al costado de la ruta saludándonos. El micro tenía que venir a paso de hombre. Se te caían las lágrimas de ver tanto reconocimiento. Nosotros no habíamos tomado dimensión de lo que habíamos logrado”.

Señala que le quedaron afectos entrañables de esa época. “Con algunos compañeros del plantel nos seguimos juntando como Daniel Castro, ‘Pastel’ Rubio, ‘Semilla’ Giamarchi, Mario Alvarez, ‘Pachi’ Ferrari, ‘el Negrito’ Rosello; y a veces se suma Juan Delménico, un arquero profesional y un tipo extraordinario.

“En Douglas Haig le guardo mucho afecto al ‘Piojo’ Iriarte, al ‘Pato’ Digilio, al ‘Manco’ Fernández y a Carlos Scallia, personas que fueron muy buena gente conmigo”.

Ya estando en el Nacional B, Osvaldo cuenta que le tocó jugar un partido como arquero cuando lo echaron a Delménico. “Perdimos uno a cero y en el cuarto partido de esa serie que nos enfrentamos a Lanús, que había ganado todos los partidos, me tocó jugar y tuve la suerte de que ganáramos 2 a 1 con el apoyo de un grande como fue Juan Miguel Echecopar, que fue el creador de todo”.

En 1987 quedó libre y al año siguiente se incorporó al plantel del Club Provincial. “Salimos campeones del torneo local y en 1989 me convocan para ir a jugar a la Liga de Rojas para Juventud. Confieso que opuse mucha resistencia, porque venía de jugar en Douglas y en Provincial con Héctor Chavero y pensaba que allá todo iba a estar más desorganizado. Pero fueron muy generosos conmigo y me ofrecieron más de lo que pedí. Incluso levantar mi casa en un terreno que me lo había dado el Club Argentino -gracias a Carlos Conforti y Roberto Nobo-. Así que acepté y jugué cinco o seis temporadas en Rojas, donde me encantó jugar. Soy muy querido allá.

“En 1989 salimos campeones después de más de 70 años. En el 90, subcampeones y en esa temporada me llevó Newbery con quien perdimos la clasificación al Nacional B. Al año siguiente volví a salir campeón con Juventud de Rojas y en 1992 me fui a Carabelas, club con el que obtuvimos el campeonato”, agrega. Su carrera continuó un año más en Carabelas y en 1994 se fue a jugar a Carmen de Areco, donde estuvo un tiempo hasta que regresó a Pergamino para jugar en el Club Compañía. “En 1996 me fui a Racing, club con el que ganamos el campeonato Apertura. En 1997 volví a Carabelas y en el 98 me volvieron a llamar, pero yo me sentía muy dolorido, así que decidí que era tiempo de dejar de jugar”.

Se retiró con satisfacción de la actividad deportiva sabiendo que en cada institución en la que estuvo puso lo mejor de sí. “Siempre fui arquero, no sé si me gustaba tanto porque yo hubiera preferido jugar adelante, pero me decían que era bastante bueno”, señala.

Estar en las canchas de fútbol no lo hizo hincha de ningún club en particular, sino un poquito de cada uno en el que jugó. Asegura que su corazón está en Pergamino. “Yo soy hincha de Pergamino y tengo mi corazón repartido entre todos los clubes en los que jugué. En los torneos con otras ligas siempre hincho para Pergamino.

“Douglas me tira, Racing también. Voy a ver a Douglas, a Racing o Argentino, pero como entretenimiento. Pero no me defino como hincha de un determinado club. Hoy prefiero ir a ver a mi nieto que juega en Argentino y es arquero como yo”, afirma con orgullo.

El presente

Hoy, ya retirado de la actividad deportiva, dedica su tiempo a trabajar en la fábrica. Y el resto del día disfruta de estar en su casa del barrio Ameghino, esa que construyó “a pulmón”. Vuelve sobre el universo íntimo de sus afectos cuando habla de su hogar, valora la tarea que llevó adelante su esposa en la crianza de sus hijas y confiesa que adora a sus nietos.

El 3 de julio de 2018 la salud lo puso a prueba cuando sufrió un accidente cerebrovascular que si bien no le dejó secuelas, lo puso de frente a la vida para modificar la dimensión de algunas cosas. Lo mismo había sucedido tiempo antes cuando fue su mujer la que tuvo que enfrentar una situación de salud de la que logró salir adelante. “Fueron experiencias difíciles que te hacen pensar de otra manera. Todo es aprendizaje”, dice en un tono reflexivo.

Abocado de lleno a disfrutar de las “buenas cosas de la vida” solo desea ver realizados a sus nietos, siendo “felices y buenas personas. Yo a veces me reprocho no haber podido compartir más tiempo con mis hijas, así que la revancha me la están dando los nietos”, afirma, este hombre que en el plano de los anhelos solo tiene la aspiración de seguir conociendo el país y llegar algún día a las Islas Malvinas.

Imagina el futuro disfrutando de los suyos, aunque reconoce que no se detiene mucho a pensar en lo que vendrá ni en las asignaturas pendientes; tampoco teje demasiados sueños. Más bien, proyectos que son “más fáciles de cumplir”. “No tengo sueños, porque son difíciles de cumplir; tengo proyectos que sí se pueden realizar y me contento con las pequeñas cosas, como compartir mi tiempo en familia, ir a pescar con amigos y seguir conociendo el maravilloso país que tenemos”, concluye.


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