Perfiles pergaminenses

Ricardo Luzuriaga: un hombre que se nutrió del aprendizaje que le brindó la facultad de la vida


 Ricardo Luzuriaga un tanguero con una rica historia de vida (LA OPINION)

'' Ricardo Luzuriaga, un tanguero con una rica historia de vida. (LA OPINION)

Se define como “un emprendedor”. Su nombre es conocido por dos de sus pasiones: la gastronomía y el tango. El restaurante “Los Vascos” y las actuaciones como cantante constituyen el universo de sus principales empresas. No han sido las únicas porque siempre supo reinventarse y, fiel a su estilo, marcar con su impronta cada proyecto.


Ricardo Oscar Luzuriaga es conocido como “Vasco”. Su nombre está asociado al tango, una pasión que abraza desde siempre; y a la gastronomía, que fue su oficio durante años cuando estuvo al frente del emblemático restaurante “Los Vascos”, fundado por su padre en 1970. Trazar su “Perfil Pergaminense” es hacer un recorrido por la historia de vida de un hombre criado en una familia de inmigrantes, que encontró en la universidad de la calle su mejor escuela. Algo que es más que una frase hecha. Aprendió de cada experiencia y se animó a emprender diversos desafíos, fiel a su espíritu versátil y comprometido con valores que aprendió de sus padres y que trató de inculcar a sus hijas.

“Nací el 25 de julio de 1954 en Pergamino”, cuenta en el inicio de una charla amena que se desarrolla en el comedor de su casa. Mate de por medio habla de su madre Carolina Díscolo, una siciliana que llegó a Argentina teniendo 9 años junto a su papá y su hermana Santina, que era monja.  También de su padre, Justino Alfredo Luzuriaga, un hombre nacido en Manantiales y perteneciente a una familia de vascos. “Mi abuelo tenía un almacén de ramos generales en Manantiales y cuando mi padre se fue a cumplir con el Servicio Militar en Campo de Mayo, conoció a mi madre y se pusieron de novios, se veían en El Rosedal de Palermo”, relata. Rescata el alma gastronómica de su padre. De él seguramente tomó esa impronta porque todo sabía a buena cocina en su casa. “Mi padre trabajó en conocidos restaurantes de Buenos Aires, y siguió vinculado a la gastronomía cuando luego de casarse se establecieron con mi madre en Pergamino. Mi papá fue uno de los impulsores del Hotel Rex, y antes estuvo en la Parrilla ‘La Amalia’ donde paraban Luis Sandrini y Tita Merello. Después estuvo en una parrilla que estaba ubicada sobre la ruta camino a Rosario”, cuenta. Y refiere: “Mi viejo fue un adelantado en materia de gastronomía porque hacía comidas que hoy todo el mundo pide a gritos: pastel de papas, pulpetinas, mondongo, lentejas, zapallitos rellenos, pescados y mariscos”.

Ricardo tiene dos hermanos, Alfredo, que es médico cirujano jubilado; e Inés Matilde. “Fuimos siempre muy buenos hermanos, nacidos en una familia muy humilde de la que aprendimos mucho”, resalta. Y trae a la charla los inolvidables recuerdos de la infancia en el barrio Villa Progreso y en Buenos Aires, ciudad a la que viajaba seguido a visitar a familiares que vivían en Barracas, Palermo y Saavedra. “Papá me llevaba a todas las lecherías, como se les decía a los billares y allí cantaba tango. Crecí en un ambiente de tango.  “Fui a la Escuela Nº 41 y luego hice tres veces primer año en el Colegio Nacional, por el deseo que tenía mi padre de que yo estudiara. Dejé el colegio y salí a la vida. Siempre digo que soy de la calle y de la vida”.

Un gran emprendedor

Laboralmente hizo de todo. Siempre fue un emprendedor y se define como “un vendedor nato” que siempre vendió su propia imagen en cada actividad que realizó.

“Cuando dejé de estudiar hice varias cosas, fui viajante, vendí copas, trabaje de mecánico, barrí las veredas de los talleres. Siempre quise tener mi propio dinero, y busqué el modo de ganarlo”, refiere. Como parte de esas experiencias durante algunos años trabajó para una empresa americana reclutando personal para las ventas. “Fue como una facultad para mí porque en ese tiempo aprendí mucho. Tuve la dicha de estar cerca de gente muy capacitada. Yo soy vendedor y viví vendiendo mi imagen y mis productos en cada cosa que emprendí”.

Asegura que siempre le tocó estar “en la trinchera” y disfrutó de esa tarea. Desde ese lugar desarrolló capacidades y habilidades que le sirvieron para forjar su propio camino.

El restaurante

“Cuando tenía 16 años mi papá inauguró el restaurante ‘Los Vascos’ que funcionaba en Doctor Alem y Pueyrredón. Fue en abril de 1970. Años más tarde, en 1987, me hice cargo del restaurante y lo tuve hasta hace 16 años que lo cerré con todos los honores”, comenta cuando la conversación se introduce en uno de los hitos de su historia familiar.

“Los Vascos” fue un lugar emblemático de la gastronomía local y regional. La calidad distinguía el sello de la cocina. Ricardo recuerda cuando pudieron comprar el inmueble donde armaron el restaurante, sobre Avenida de Mayo y Moreno. Hoy se lo alquilan a una conocida pizzería. “Lo armé como un verdadero espacio gastronómico, de atrás para adelante. Tenía una cocina increíble”, resalta.

Fiel a su estilo, y a pesar de tener un equipo calificado de mozos, Ricardo atendía a los clientes personalmente. Es un buen anfitrión. “Siempre trataba de estar detrás de cada detalle. Estaba muy entrenado en el oficio”.

Cerró las puertas en un momento en el que sintió que las variables económicas iban a imprimir otras reglas del juego al negocio. “Muchos en ese momento se sorprendieron porque nos iba bien. Cerramos con todos los honores. Hoy la misma gente me señala la visión que tuve para tomar esa decisión”. Reconoce que ama la buena cocina y señala que con su esposa trabajaron mucho codo a codo en el restaurante. “Conformamos un buen equipo, como en la vida”, destaca.

El tango

Amante de la música ciudadana, canta tangos desde siempre. “Soy autodidacta y me brota el tango por las venas” refiere y menciona a Eduardo Gassa, una persona que le enseñó “secretillos” que aplica cada vez que sale a cantar.

“Allí donde hay una orquesta, tiro el tono y canto. Es una facilidad que me dio la vida y no tengo pánico escénico”.

Canta profesionalmente y su voz se escucha en escenarios conocidos del circuito tanguero. Se presentó varias veces en la Fiesta Nacional del Trigo y estuvo en La ruta del Tango. Aunque no tiene una orquesta estable, siempre busca buenos músicos para que lo acompañen: “He viajado a Tres Arroyos a buscar músicos, dos guitarristas ganadores de Cosquín que son excelentes. Les llevé la rutina y cuando nos presentamos fue como si hubiéramos cantado juntos desde siempre. Eso sucede cuando te encontrás con verdaderos profesionales”.

Inquieto y predispuesto al uso de la tecnología, tiene un grupo en las redes sociales que se llama “Todo Tango”. Los seguidores de ese espacio virtual encuentran allí un vehículo de difusión no solo de una cartelera de espectáculos, sino de novedades del mundo del tango que Ricardo conoce a la perfección. Con sinceridad afirma: “No tengo el tangómetro, lo que tengo es un amor profundo por el tango”.

Sus tangos preferidos son “los del 40” y en sus show incluye los “más conocidos” esos que como le gusta decir: “Sabemos todos”. “Hay que cantar lo que cantaba Falcón, Julio Sosa, los gardelianos”, añade.

“Armar el repertorio es difícil, pero la gente ayuda mucho porque en cada espectáculo va pidiendo”.

Ensaya en su casa en un rincón del comedor que llama “el vascódromo” y en la intimidad de su hogar siempre se sintió acompañado en esta “pasión por la música”.

Su familia

Ricardo está casado con Nancy Santoro, técnica superior en Informática dedicada a la docencia. Se conocieron en Fedra: “Empezamos en broma y después nos dimos cuenta que iba en serio. Nos casamos hace 36 años, y hace 38 que nos conocemos”.

Tiene dos hijas: Julia, que es periodista, vive en Vicente López y está casada con Eduardo Vaccaro, y tienen a Vera de un año y medio. Y Elisa que vive en Buenos Aires, es diseñadora gráfica de Aysa y está en pareja con Martín Paredes.

Su familia nuclear se completa con su cuñada Alicia, que es soltera, y siempre está muy cerca de ellos compartiendo lo cotidiano.

La capacidad de reinventarse

Afirma que siempre se “reinventó” y asegura que esa capacidad es la que lo mantiene vivo. A la par de ello señala que tiene una compañera increíble y afirma con profunda convicción que “ninguna de las muchas cosas que hice hubieran sido posibles sin Nancy. Tengo una mujer incondicional a mi lado y me emociona decirlo”.

Juntos han conseguido transitar el camino y hoy disfrutan del presente viendo encaminadas a sus hijas a las que siempre dieron “las mejores herramientas. Me reconforta que ellas hayan elegido quedarse en el país volcando cada una lo que sabe hacer y echando aquí sus propias raíces”.

En el presente Ricardo está abocado a un emprendimiento propio como es la administración de un complejo de cabañas en Reta. “Las alquilamos en temporada y nos ocupamos personalmente con mi esposa de brindar un buen servicio a cada huésped que nos elige. Ahora que empieza la temporada alta, nos instalamos allá y si alguno me lo pide preparo salsa vasca para los pescados que cocinan en sus vacaciones”.

Apasionado, genuino, frontal en sus apreciaciones, cuenta como bagaje con los aprendizajes de la vida. “Hice todo lo que quise, no estoy peleado con la vida, al contrario, me siento satisfecho y en plenitud”.

Confiesa no tener grandes asignaturas pendientes. En el tintero quedó el sueño de viajar en moto por todo el país. Pero no lo añora. Mira siempre hacia adelante. Y vuelve sobre su pasado solo para revisar la historia, para nutrirse de lo verdadero. “Tuve la fortuna de poder ir a Europa y estar en el pueblo de mi madre y de mi tía la que era monja”, cuenta casi sobre el final. Y trae a la charla el vínculo genuino que tuvo con Santina, una religiosa de profundo compromiso social que realizó parte de su tarea en Chile en la orden de las hermanas misericordiosas. Quizás esa sea la razón por la que confiesa tener un vínculo muy cercano con María Crescencia: “Es mi amiga y la voy a visitar con frecuencia.

“Soy un hombre de fe, quizás no voy a misa ni soy hipócrita, pero creo en ella, tal vez porque como mi tía, estuvo en Chile y se comprometió tanto con causas muy verdaderas”, sostiene.

Un agradecido a la vida

Es además un hombre agradecido, a su ciudad que le dio mucho. En el espíritu de devolver algo de lo que recibió es que se desempeña como cooperativista. “Es un modo de retribuir a la comunidad brindando un servicio como consejero suplente en el consejo de administración de la Cooperativa Eléctrica, una tarea que me gusta y con la que estoy comprometido”, refiere y se manifiesta “muy agradecido a la gente”.

Aprendió que para vivir en Argentina hay que ser un poco “todólogo” y supo construirse a sí mismo en distintas facetas. Eso es parte de su identidad. Su núcleo de afecto es familiar. Y amigos de la vida y del tango.

Nunca se queja ni ha sido “pedigüeño”: “Siempre me las rebusqué solo y no le debo nada a nadie”, afirma con la convicción de los valores este hombre de ideología radical que nunca se involucró en la política. “Soy radical, pero sé convivir en las disidencias de pensamiento”.

Acepta el transcurso del tiempo con serenidad e imagina la vejez viviendo en Buenos Aires, quizás la ciudad tanguera por excelencia. Su intención cuando habla del final es ir “soltando ataduras” y comprometiéndose con los proyectos en los que sienta que su energía está a pleno. Desapegado a las cuestiones materiales, sabe que lo esencial está en el afecto, en la vida compartida y en las experiencias vividas en plenitud. “La vida fue una facultad para mí y a mis 65 años sigo aprendiendo”, concluye con una voz inconfundible, que sabe a tango y a vida, bien vivida.


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