Perfiles pergaminenses

Víctor Lázzari, “el sodero de mi vida” para el corazón de muchas familias pergaminenses


 Víctor Lzzari en un alto del reparto de cada día (LA OPINION)

'' Víctor Lázzari en un alto del reparto de cada día. (LA OPINION)

Sus clientes le reconocen la lealtad y la responsabilidad con la que desde hace 53 años lleva adelante la tarea. Hoy trabaja en forma independiente vendiendo soda y agua por las calles de una ciudad que conoce como la palma de su mano. Con el compromiso del primer día, disfruta del reparto y la visita cotidiana a los vecinos sin pensar aún en retirarse.


Víctor Orestes Lázzari es repartidor de soda, un trabajo que realiza hace 53 años en forma ininterrumpida. Tiene 65, por lo que gran parte de su vida transcurrió en este oficio que heredó de su padre y que le dio enormes satisfacciones. La más importante quizás es la confianza de generaciones de clientes que lo eligen.  Recibe la visita de LA OPINION para trazar su “Perfil Pergaminense” en un alto de su jornada laboral que siempre es extensa porque está acostumbrado a salir muy temprano a la mañana y regresar al finalizar el reparto y abocarse a la tarea de organizar el recorrido del día siguiente. Le gusta su trabajo y disfruta del contacto con la gente. No se imagina la vida sin esa tarea que realizó desde siempre, cuando comenzó a trabajar en la sodería del que su padre era socio.

Tiene la humildad de las personas sencillas y la templanza lo acompaña al hablar de su trabajo y del modo en que ha llevado adelante su vida, sin grandes pretensiones y con la convicción de que trabajar y velar por el bienestar de su familia son la columna vertebral que sostiene su hacer de cada día. “Toda mi vida fui repartidor de soda”, dice en el inicio de la charla que se desarrolla en su casa, acompañado por su esposa Susana Baccelli.

Se conocieron en los bailes de Fedra, se pusieron de novios y tres años después se casaron. Hace 37 años que están juntos. Tienen dos hijas y tres nietos: “Gisele Edith, técnica de laboratorio de análisis clínicos que actualmente trabaja en el Instituto Maiztegui, está en pareja con Javier Conti Porta y tienen a Facundo, de dos meses. Y Magalí Ivon, docente que trabaja en el Colegio Santa Julia, está casada con Jonathan Sarmiento y tienen a Joaquín Eloy de 2 años y Noah Salvador de tres meses”.

Viven en el barrio Acevedo, en la casa que fue de sus suegros: Ireneo Bacceli y María Escoda y tienen una vida sencilla que se nutre del encuentro familiar y el contacto siempre cercano con los suyos.

Hijo de Orestes Lázzari y María Ester Sánchez, Víctor nació y creció en una casa de calle Estrada, a muy pocos metros del Colegio Nacional. Es el mayor de tres hermanos. Después de él nacieron Jorge Omar con quien durante muchos años compartió la actividad laboral; y Alicia Esther, docente jubilada. De su infancia guarda lindos recuerdos. Su padre había trabajado en el campo hasta que decidió radicarse en Pergamino y establecido en la ciudad iniciarse en la actividad laboral de “sodero” como accionista en una sodería que funcionaba en Alsina y Sarratea. Víctor hizo parte de la primaria en la Escuela N° 16 y terminó de noche en otro establecimiento educativo de calle Florida.

Primeros pasos en la sodería

Confiesa que desde siempre supo que lo suyo no iba a ser estudiar y cuenta que cuando finalizó la escolaridad primaria teniendo 12 años, su padre los llevó a él y a su hermano a trabajar a la sodería de la que era socio. “En ese lugar nos fuimos haciendo y aprendiendo este trabajo que se iba a transformar en el único que hice durante toda mi vida”, refiere.

Los relatos de sus primeros pasos en el oficio hablan “poner y sacar sifones” y de acompañar como ayudante a los soderos más experimentados en el reparto. La fábrica se llamaba Soderos Unidos y además de soda se vendían los vinos Chamaquito, Don Raúl y Crespi; además de cerveza Quilmes y Seven Up.

“Siendo chicos acomodábamos sifones y hacíamos todo tipo de tareas que son las que nos permitieron aprender y cuando tuvimos la mayoría de edad salimos a la calle. Yo empecé repartiendo con un camión Chevrolet 38 y después me compraron un Chevrolet 46; siempre estuve en el reparto”, señala y recuerda que por entonces la mayoría de las calles era de tierra. Era otro Pergamino y también los pueblos de campaña eran diferentes. Llegar a ciertos lugares algunas veces se hacía dificultoso pero los repartos eran muy rigurosos y él siempre encontraba el modo de cumplir con los clientes. Igual que hoy, en que algunos clientes le confían hasta las llaves de sus domicilios.

“Siempre me acuerdo cuando íbamos a los pueblitos a vender soda. La entregábamos casa por casa y en algunos negocios. La soda se envasaba en sifones de vidrio. Hacíamos Rancagua, Pinzón, Alfonzo, El Arbolito y La Aurora, todo por camino de tierra. Salíamos a las 6:00 de la mañana y volvíamos a las 3:00 de la tarde”, relata.

Su padre se había dedicado al llenado de los envases. Sin embargo, el trabajo de Víctor fue siempre el reparto en la calle. Se conoce los barrios de memoria.

La decisión de independizarse

Ya establecido en el oficio y transcurridos varios años desde sus comienzos, cuando los accionistas de la fábrica deciden venderla, él y su hermano siguieron trabajando con los nuevos patrones. Con el tiempo Víctor tomó la decisión de independizarse y para ello invirtió en la compra de envases para vender por cuenta propia. Eso le abrió un nuevo camino, de igual dedicación y responsabilidad. “Me largué por cuenta mía, fue un gran desafío, pero me fue muy bien, tengo una clientela muy fiel que me acompaña desde hace muchos años”, resalta.

“Desde hace varios años trabajo de manera independiente, compro la soda que me llenan en los envases y salgo a vendérsela a mis clientes”, comenta. Y resalta que durante 18 años trabajó en relación de dependencia y hoy es un emprendedor del oficio. “Hasta hace tres años trabajé con mi hermano, pero después él vendió su parte y ahí me quedé trabajando solo”.

En la actualidad le provee la soda Sodería Roqui y hace un tiempo anexó el bidón de agua que le llena Pieslak. Los sifones llevan su nombre, algo que lo llena de orgullo porque es su marca de identidad: “Sodas Lázzari”.

Una clientela fiel

En varios momentos de la charla se emociona cuando habla de sus clientes. En ellos encuentra a los amigos que le dio el andar por la calle con su vehículo de reparto. “Mis clientes son excelentes. Con ellos tengo una relación muy linda; en algunos casos les llevo soda a los nietos de los que fueron mis primeros clientes”, señala, con gratitud.

“Tengo clientes de toda la vida, le he llevado soda a los padres, luego a los hijos y ahora en algunos casos a los nietos”, remarca. Y se le ilumina la mirada cuando afirma que por la calle cuando se cruza con gente que lo conoce, lo llaman por su nombre y agregan: “El sodero de mi vida”, en una asociación con la tira que supieron protagonizar Andrea del Boca y Dady Brieva. En esa apreciación, muestra claramente el disfrute que le causa su trabajo y la dedicación con la que cada día se aboca a la tarea de repartir soda.

Su rutina diaria

Su rutina laboral de hoy es similar a la de sus comienzos, aunque con los cambios propios que ha sufrido la ciudad, que se hizo muy grande, y la fidelidad de los clientes que han acompañado su tarea desde el primer día. “Yo trabajo de corrido, empiezo el reparto a las seis de la mañana y salvo los miércoles que vengo a mi casa a almorzar, el resto de los días me quedo de corrido”.

“Me levanto todos los días, invierno y verano a las 5:30, a las 6:30 salgo a la calle y vuelvo a las 19:30. Trabajo casi 14 horas por día, y los sábados hasta el mediodía. Pero a mí, a mis clientes me gusta visitarlos. Nadie me llama nunca por teléfono porque se quedó sin soda. Eso va corriendo de boca en boca y hace que se sumen nuevos clientes porque la responsabilidad es muy importante”.

Vende la soda casa por casa y también abastece a comercios y bares como los de la Estación Terminal. “Ahora con el tema de la pandemia la venta a locales gastronómicos ha mermado porque durante un tiempo estuvieron cerrados”, refiere.

Asegura que nunca le faltó el trabajo. “Tengo muchos clientes porque soy fiel, no les falto”.

Su fuerte en el recorrido siempre fue en barrio Centenario, pero hoy la soda que vende llega a toda la ciudad. “Cuando empecé trabajaba en ese barrio porque era el sector que la empresa me asignaba para el reparto, recuerdo que le cargaba 80 cajones de madera con sifones de vidrio y cabeza de plomo al camioncito que manejaba. Cuando llovía hacía de cuenta que llevaba tres veces más de lo que pesaba”, recuerda en una sucesión de anécdotas que son infinitas.

“Antiguamente también hacía los bares del  exbulevar Buenos Aires (hoy Florencio Sánchez) y tenía clientes como Calía, Parisi, Molinari, la Casa Flores”, menciona, en un inventario difícil de abarcar en una charla.

Reconoce que trabaja mucho, pero también asevera que lo hace con mucho gusto. “Seguiré repartiendo soda mientras la salud me acompañe”, afirma y lamenta que en tiempos de pandemia el ritmo de la venta haya cambiado. Igualmente resalta que nunca le ha faltado el trabajo.

Sin pendientes

Hincha de Independiente, cuenta que trabajó con “el Gringo” Mírcoli, histórico jugador del Club en “Soderos Unidos” y comenta que conserva fotos con Bochini, Pavone y otros grandes a los que iba a ver cuando venían a Pergamino. “Me gusta el fútbol, jugué en la quinta división de Juventud, pero después ya dejé y me quedé siendo simpatizante”, señala en una conversación que lo lleva por el sendero de la vida transcurrida.

“De soltero viajé bastante porque tenía el sindicato de Empleados de Comercio y aprovechaba. Conocí muchos lugares de Córdoba, fui a Uruguay, a Punta del Este, Piriápolis y Maldonado. Cuando nos casamos las responsabilidades fueron otras, pero tuvimos la posibilidad de ir a Bariloche y Mar del Plata”, cuenta. Y confía en que algún día, cuando ya no tenga actividad laboral, pueda vender todo y “salir a pasear”. Esa es una fantasía que abraza como anhelo.

Es una persona que afirma no tener demasiadas asignaturas pendientes. Su vida siempre encontró pilar en el trabajo y en la familia y por fuera de ello se satisface con el cariño de la gente. Cuando termina el reparto le gusta descansar, por lo que el tiempo en su casa es distendido. Confiesa que siempre está pensando en “el día siguiente” y sabe que es su propia empresa, lo que le implica cumplir compromisos y realizar su tarea con responsabilidad. Aunque la jubilación está más cerca, aún no piensa en retirarse del reparto. Le sería muy difícil imaginar su día sin la alegría de llegar a tiempo al encuentro con esos clientes que lo eligen. “Hace 53 años que soy sodero”, afirma sobre el final, sabiendo que eso significa algo más que vender algo, que lo que cada día hace cuando sale a la calle es brindar un servicio y ofrecer a cada cliente su lealtad, un atributo que lo define y que es valorado por quienes hace tanto tiempo, lo eligen.


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