Perfiles pergaminenses

Zulema Forcat: una vida dedicada con pasión a la educación especial


 Zulema Forcat en la intimidad de su hogar recreó su historia de vida (LA OPINION)

'' Zulema Forcat, en la intimidad de su hogar, recreó su historia de vida. (LA OPINION)

Como voluntaria acompañaba a chicos con discapacidad intelectual a pasear por la ciudad. Trabajó en la Escuela N° 502, fue directora en Los Buenos Hijos y tuvo una nutrida trayectoria en la docencia. Hoy tiene un espacio de creación literaria para “personas con intelecto y magia especial”.  En lo personal la vida compensó su entrega con una familia maravillosa.


Hay historias de vida que están atravesadas por el amor. La de Zulema Blanca Forcat es testimonio de ello. Con 69 años, ha transitado un largo camino en el campo de la educación especial y posee una rica historia, enraizada en la sensibilidad y el valor de los afectos. En el hablar tiene la expresión propia de los buenos docentes y la templanza de aquellos que han aprendido las lecciones para transformarse en maestros. Se aprende escuchándola contar. Por vocación, ha hecho de la palabra un vehículo de expresión y una herramienta para superar adversidades y resignificar destinos. En el comienzo de la entrevista, habla de su infancia y de sus padres: Blanca Calomino, que tiene 91 años y vive muy cerca, en una casa contigua a la suya que se comunica a través del patio. Y Juan Forcat, un hombre que con 94 años falleció hace apenas cuatro, fue constructor y más tarde empleado de la Usina de Electricidad y luego de la Cooperativa Eléctrica. Cuenta que de chica se fue a vivir un tiempo a Buenos Aires. Como su madre extrañaba, regresaron a la ciudad. Recuerda su paso por la salita de 5 años del Jardín de Infantes N° 901. Refiere que no pudo asistir a la sala de 3 y 4 años porque al dejar los pañales descubrieron que tenía un problema congénito, y tuvieron que extirparle un riñón. Hizo la primaria en la Escuela N° 6. Y el secundario en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, donde egresó como maestra normal nacional.   “Tuve profesoras excelentes, pero hubo dos que me marcaron: la señora de Bussi y la señora de Garófoli. Ellas fueron las que me enseñaron lo que significaba la palabra maestra y vocación”.

Vocación sensible

La rama de la educación por la que iba a optar se definió tiempo después, gracias a su profesora de Psicología: Nelly Edith Pujol. “En quinto año preguntó si entre nosotras había alguien que quisiera invitar a pasear a alumnos de la Escuela N° 502 que por su realidad familiar no conocían la ciudad. Yo me ofrecí como voluntaria y al tomar contacto con esos chicos con discapacidad intelectual me di cuenta de que quería dedicarme a la educación especial”, relata. Se formó en el Instituto Superior para la Enseñanza Diferenciada N° 2 y simultáneamente los sábados asistía al Instituto de Reeducación donde se especializó en Dislexia Escolar y Reeducación de Problemas de Aprendizaje.

Una nutrida trayectoria

A principios de 1967 su profesora de piano la invitó a participar de la escuela de verano en la Parroquia San Antonio de Pauls. Ese verano con el padre Jesús Pastor se concretó la idea de abrir un jardín de infantes. “Fui la primera maestra y directora de ese espacio educativo”, señala.

Al año siguiente Nelly Edith Pujol, que era inspectora de Educación Especial, la convocó para desempeñarse como docente en la Escuela de Educación Especial N° 502. “Su hermana Elsa Olga Pujol de Mansilla era la directora”, refiere manifestando profunda gratitud a estas docentes que tanto la alentaron en su ejercicio profesional. “Ellas fueron mis pilares y aprendí algo incalculable”. 

Trabajó como maestra en ese establecimiento educativo durante 23 años. Después María Cristina Ruffini la estimuló para concursar el cargo de secretaria, y estuvo un año en esa tarea. Ese mismo año se produjo una vacante en la Secretaría de Inspección y Zulema rindió para obtener ese cargo en el que estuvo diez años. “Fue una tarea administrativa tan intensa como desafiante”.

También fue maestra en el Hogar de Jesús; hizo una suplencia de música en el Colegio San José y allí le propusieron ser maestra de primer grado en Maristas en la época que se implementó como novedad pedagógica las estrategias de lectoescritura de Emilia Ferreiro. También fue secretaria en la Escuela Técnica N° 2 hasta marzo de 2008.

Los Buenos Hijos

Un capítulo especial de su carrera estuvo signado por la Escuela Los Buenos Hijos. “En el año 2001 comencé como directora. Me convocó María Rosa León. Fue como cumplir el sueño que tenemos todos los docentes: el de armar una escuela con todo lo que a nosotros nos parece que hace falta. Organicé el proyecto, lo aprobaron en el área de Enseñanza Privada de la Provincia. Fue una experiencia extraordinaria, trabajé con un equipo de docentes muy comprometidos y dispuestos a implementar distintas estrategias”.

Se desvinculó el 30 de diciembre de 2008. Confiesa que le costó mucho tomar la decisión porque para ella la docencia fue “la gloria en la tierra”.

El primer día de clases de 2009 lo recuerda como un golpe terrorífico y una herida que se le abrió en el corazón y que según refiere iba a sangrar toda la vida: “Me faltaban las rutinas de la escuela y me faltaban los chicos”.

Un nuevo desafío

Ese sentimiento de vacío la impulsó a tomar un nuevo desafío. “Ese mismo día pensé que yo tenía que encontrar la forma de seguir con los chicos. Sentada en la cocina de mi casa desayunando, me acordé de una frase de Einstein que decía: ‘La creatividad es la inteligencia divirtiéndose’. Ahí pensé que la creatividad nunca se había trabajado demasiado en una escuela especial porque los proyectos educativos eran muy estructurados. Fue entonces que puse manos a la obra para crear un proyecto literario que les permitiera desplegar la creatividad y superar sus límites”.

La iniciativa fue tomando forma, bajo la consigna “Creer y crear”. Así fue como comenzó a trabajar con chicos y grandes en un espacio de creación literaria que le dio enormes satisfacciones. “Estuve un tiempo en el Centro Terapéutico Aiquén, desarrollé una experiencia en el Centro de Día Padre Galli y ahora el taller lo tengo en mi casa, trabajo con chicos con discapacidad intelectual y física; con chicos comunes; con niños con trastornos del espectro autista; jóvenes adictos y adultos mayores en rehabilitación. La única fase del proyecto que me falta desplegar es la del trabajo con personas privadas de la libertad. Es un proyecto de iniciación literaria para personas de intelecto y magia especial, como yo lo llamo”.

Habla con orgullo de esa experiencia: “Me da mucha felicidad y una paz interior que me cuesta poner en palabras”, señala.

“Hay muchos métodos, ciencia y tecnología, pero uno a veces tiene que dejar de lado todo eso para utilizar el método del corazón. A menudo en lugar de la tiza o la lapicera hay que dar paso a una caricia o detener el sendero de una lágrima”, sostiene con una apreciación que ha definido su hacer como docente. “Si somos capaces de aplicar ese método, el éxito está asegurado”.

El amor verdadero

En el plano personal, la vida de Zulema también ha estado atravesada por el amor como pilar. Se define como una “enamorada de su familia”. A los 24 años se casó con Ernesto Velardo. El falleció en el año 2001 y eso representó para ella “una pérdida irreparable”.

El relato de la enfermedad de su esposo es conmovedor, lo mismo que su duelo. Asegura que aún no ha aprendido a “vivir con el dolor”. Simplemente lo sobrelleva y a fuerza de mucha voluntad, apenas ha logrado “no llorar todo el tiempo”.

Tiene dos hijos. Cuenta que tuvo dificultades para concebirlos debido a un problema de esterilidad que pudo sortear a fuerza de tratamientos que realizó con el doctor Jorge Ramella a quien considera “el Dios en la tierra”.

Su deseo de ser mamá la acompañó desde siempre. “Cuando nos dimos cuenta que nuestro hijo no llegaba, iniciamos un tratamiento que fue muy duro, pero valió la pena. Tras varios intentos, quedé embarazada de Luciano y aunque el médico me había dicho que tenía que esperar cinco años para buscar un segundo bebé, a los cuatro meses sin mediar ningún tratamiento, quedé embarazada de Gisela. Así que la felicidad fue infinita”, relata.

Siempre conjugó a la perfección los tiempos de la familia y del trabajo. Y fue una enamorada de ambos roles. Sus niños durmieron siempre con sus cuentos, y sus alumnos recibieron su amor. Fue inmensamente feliz en la crianza de sus hijos. Hoy ya son adultos. Luciano es médico psiquiatra, está en pareja con Verónica Cartocielo y son papás de Helena, su única nieta. Gisela es soltera, es abogada y vive con ella.

La pérdida temprana de su marido fue un hecho que transformó la dinámica familiar. Su esposo falleció el 30 de octubre de 2001. Un cáncer de pulmón que dio síntomas en forma tardía lo afectó sin que ningún tratamiento pudiera salvar su vida. “Para las fiestas de 1999 empezó a tener disfonía. En enero de 2000, yo me iba a hacer un curso sobre resolución pacífica de conflictos y mediación escolar a Israel y cuando regresé recibí la noticia de su enfermedad. El nunca conoció el diagnóstico, aunque creo que lo sospechaba. Cuando mis hijos me dieron la noticia fue como si me hubiera quedado sin cuerpo”.

Su esposo vivió 18 meses que Zulema recuerda claramente. Un tratamiento alternativo a los que realizó en forma convencional le dio calidad de vida. Pero nada evitó el desenlace. “En el tránsito por la enfermedad creo que los dos cometimos el error de querer engañarnos el uno al otro. Eso lo veo hoy. Tal vez ese año y medio hubiera sido para conversar sobre eso y sobre la realidad que estábamos viviendo. Pero uno hace lo que puede. Hoy rescato que los 28 años de matrimonio que tuvimos fueron maravillosos. Mi marido fue un hombre inconmensurablemente bueno”.

Cuenta que un día fueron los jóvenes del Centro de Día Padre Galli quienes la interrogaron respecto de la razón por la cual no había rearmado su vida de pareja luego de enviudar: “Les expliqué que con mi esposo conocí el amor verdadero y para mí el amor verdadero es uno solo, y por eso sigo tan enamorada de él como cuando estaba. Y lo voy a estar eternamente hasta que Dios diga basta y nuestras almas se vuelvan a encontrar. Los chicos me miraron sorprendidos y me confesaron que no sabían que existía un amor así”.

En su fuero íntimo sabe que fue una mujer afortunada. También tiene la certeza de que sus hijos y la tarea docente la sostuvieran cuando experimentó la pérdida: “El tiempo con los chicos no me mató toda la vida. Con mi esposo murió la mitad de mi vida. La otra parte se mantuvo viva con todas las satisfacciones que he tenido con mis hijos y con la docencia”.

Retribuir con generosidad

Hoy está abocada a devolver parte de lo que recibió en el camino. Su proyecto de vida fue siempre dedicarse a los otros y lo sigue haciendo: “A los chicos especiales que vienen al taller yo no les cobro arancel, es una manera de retribuir a la educación especial lo mucho que me ha dado”.

Cultora de la vida, en el presente tiene rutinas sencillas, con lugar para cocinar, compartir un café, viajar con su amiga del alma que vive en Funes; preparar las actividades del taller; escribir cuentos y poesías, cumplir con las consignas de los cursos a los que asiste y leer incansablemente.

Asume las pérdidas y en el balance asegura que lo único que quedó pendiente fue tener una larga vida junto a su esposo. Lo confiesa sobre el final y sobreviene la emoción: “Pensé que el día que me faltaran mis padres iba a tener su mano al lado mío. Había proyectado muchas cosas para hacer con él cuando los chicos fueran grandes o cuando tuviéramos nietos. Pero no pudo ser. Todavía no lo he elaborado. Por las noches rezo mucho por su alma, para que esté fuerte para cuando llegue la mía. Y sonrío recordando las cosas lindas”, concluye. Y quizás es esa reflexión la que la muestra de cuerpo entero, dueña de una sensibilidad que la define.


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