Pergamino

Ignacio Polti, el científico pergaminense que busca respuestas al mal de Alzheimer


 En el laboratorio ubicado en Trondheim donde trabaja con el matrimonio que ganó un Premio Nobel (IGNACIO POLTI)

'' En el laboratorio ubicado en Trondheim, donde trabaja con el matrimonio que ganó un Premio Nobel. (IGNACIO POLTI)

Tiene 30 años y está en Noruega haciendo un doctorado en un laboratorio que conducen dos Premio Nobel en Medicina. Busca el próximo eslabón para el tratamiento de una de las enfermedades que más preocupan en el mundo entero.


En sus 15 años de viajes cotidianos desde su casa hasta el Colegio San José de los Hermanos Maristas iba haciéndose preguntas acordes a su edad. Desde los 3 con que empezó el Jardín de Infantes hasta los 17 con los que egresó del secundario, miles de interrogantes le preocuparon; a todas las cuestiones quería encontrarles respuestas, incluso a algunas que aún la humanidad tiene como materias pendientes. Así, su perfil se fue formateando hacia lo que es hoy, un científico que busca el próximo eslabón para el tratamiento de una de las enfermedades que tanto preocupan en el mundo entero: el mal de Alzheimer.

Ignacio Polti es un joven de 30 años con ADN pergaminense que hoy, desde la fría y lejana Noruega, sigue buscando respuestas, ahora en un laboratorio que conduce un matrimonio que en 2014 fue galardonado con el Premio Nobel en Medicina. Su singular historia, que está en pleno desarrollo y con un techo desconocido, es la de una persona que resigna sus aspiraciones personales y, en cambio, va detrás de los desafíos profesionales. Su motivación –asegura- es hallar respuestas que permitan avanzar sobre cómo funciona el cerebro y nuestro sistema de memoria.

“Tener muy en claro esto nos puede servir para saber cómo funciona la enfermedad de Alzheimer y si sabemos cómo se desarrolla esa enfermedad tal vez podamos pensar en cómo se genera un tratamiento”, remarcó en diálogo con LA OPINION desde el laboratorio del que es parte, ubicado en la ciudad de Trondheim, a casi 500 kilómetros de la capital de Noruega, Oslo.

Es una ciudad con 184.960 habitantes, de los cuales casi 30.000 son estudiantes, que en el Siglo X fue la capital de Noruega por su importancia comercial en la Edad Media. Trondheim es la tercera ciudad en cantidad de habitantes, en un país de 5.258.000 personas. Oslo tiene 634.293 residentes y Bergen, 271.949. “Vine a hacer mi doctorado en Medicina y lo que me interesaba ver era cómo en humanos se desarrolla la percepción del paso del tiempo. La memoria es la que nos permite viajar al pasado mentalmente o hacia el futuro planificando eventos. Y particularmente esta capacidad de rememorar lo que pasó o planificar situaciones futuras, es algo que se ve afectado en personas con la enfermedad de Alzheimer”, explicó Polti, que es psicólogo graduado en la UBA.

“Lo que yo quiero desarrollar durante mi doctorado en Noruega –amplió el pergaminense- es tratar de entender cómo funcionan estos mecanismos en el cerebro de personas sanas, para después ver algún tipo de marcador neurológico que permita detectar tempranamente cuándo se podrían estar desarrollando las primeras fases de la enfermedad de Alzheimer”.

Con dos Premio Nobel

Actualmente trabaja en el instituto del matrimonio May Britt y Edvard Moser. Ellos ganaron el Premio Nobel de Medicina en 2014 por haber descubierto un grupo de células en el cerebro sobre las que -se cree- se asienta la capacidad para orientarnos en el espacio. “Estos años que voy a estar en Noruega voy a trabajar para estudiar en humanos todos los desarrollos que esta pareja de noruegos que ganó el Premio Nobel en Medicina, encontraron y estudiaron en modelos animales, en este caso en roedores. Entonces la pata que está faltando es la parte de la medicina traslacional de pasar a humanos un descubrimiento hecho en animales”, explicó Polti.

-¿Cómo se dio la posibilidad de ir a Noruega?

-Al terminar de hacer una maestría en Ciencias Cognitivas en París, Francia, había comenzado a estudiar cuáles eran las bases comportamentales y neuronales de la capacidad de percibir el paso del tiempo. Y para mi doctorado yo quería hacer esta intersección entre medicina y ciencia básica. Al terminar en París, yo sabía que esta pareja de Premio Nobel quería empezar a aplicar estos descubrimientos en humanos, entonces me puse en contacto con ellos por mail y les conté que me interesaba su trabajo y que tenía un proyecto para desarrollar con ellos. Fue así que me ofrecí para ser parte de su laboratorio. Al principio no tuve respuesta, volví a enviar un mail, después otro más y después de cuatro semanas me llegó una respuesta en la que se disculpaban por la demora en responder, y combinamos una entrevista por Skype. Les gustó lo que les presenté y me dijeron que viajase a Noruega, que me esperaban para ser parte del equipo.

-¿Cómo fue la decisión de ir a Noruega, un país tan diferente al nuestro, desde lo climático y cultural?

-Fueron momentos de algunas dudas sobre a dónde estaba yendo, por lo distinta que es la cultura y el clima, ya que uno estaba acostumbrado a Pergamino o Buenos Aires, que dista mucho de lo que es Noruega, donde hay seis meses con 20 horas de oscuridad al día y otros seis meses con 20 horas diarias de luz. Pero en parte siempre me gustaron los desafíos o conocer lugares nuevos, así que me vine a trabajar con esta gente, porque era una oportunidad que estaba buscando.

-¿Qué es lo que lo moviliza para investigar puntualmente este tema?

-Si nosotros hacemos ciencia o investigamos es porque queremos encontrar respuestas a problemas que nos aquejan. Y al día de hoy, dados los avances que hay en medicina, la gente está viviendo cada vez más años y justamente por extenderse la vida es que empezamos a notar más las enfermedades como el Alzheimer que afectan nuestro proceso de envejecimiento normal.

Es una enfermedad que está empezando a ser detectada en cada vez más personas en todo el mundo, por lo cual la idea es entender cómo funciona un mecanismo biológico, en este caso cómo los seres humanos recuerdan cosas acerca del pasado o cómo usan ese mismo sistema para planificar cosas a futuro. Es muy interesante saber cómo hace esas cosas el cerebro. Y una vez logradas las respuestas poder ayudar a la gente. Esa es la motivación principal.

-¿Cuál es el objetivo de máxima de estas investigaciones?

-Con lo que nosotros estamos haciendo estamos bastante lejos de la cura. Pero por ahora lo que podemos hacer, y que sería bastante beneficioso, es detectar lo antes posible el inicio de esta enfermedad, porque cuando antes uno lo pueda detectar, más tiempo tiene para hacer terapias que ayuden a retrasar ese deterioro inevitable. La idea central es que una persona afectada pueda vivir más años y en mejores condiciones de lo que viviría si no se le hubiese detectado la enfermedad tempranamente.

Ignacio vive a unos 500 kilómetros del Círculo Polar Artico, donde se registran temperaturas bajo cero. (IGNACIO POLTI)

-¿Cómo nació la vocación científica?

-La vocación estuvo desde muy chico. Cuando me preguntaban qué quería ser de grande yo respondía que quería ser científico y desde muy pequeño siempre me gustó explorar, mirar bichos con una lupa en el jardín de mi casa, o mezclar líquidos para ver qué reacción podía hacer, además leía muchísimo. Por suerte mis padres siempre me estimularon mucho en ser curioso y cuando vieron que me gustaban esas cosas me regalaron un juego de química para que pudiera experimentar. Tuve esa oportunidad y siempre me fomentaban que siguiera esas avenidas.

Al terminar el secundario había muchas cosas que me gustaban, pero el problema fue hallar la carrera que agrupara todas mis inquietudes. Entonces hice orientación vocacional y la conclusión fue que Psicología era la carrera que más me interesaba, porque en ese entonces ya me volcaba mucho a las noticias vinculadas con la neurociencia o la conducta humana. Así empecé la carrera de Psicología y después lo complementé con Biología, porque el problema era que en la UBA la carrera de Psicología estaba muy orientada a la clínica y no había muchas materias que me sirvieran para la investigación. Entonces cursaba las dos carreras de manera simultánea y a la vez, si aparecía un curso en la Facultad de Ingeniería que fuese interesante iba y lo hacía, como así también me anotaba en cualquier evento didáctico que me pudiera ser útil para la formación que estaba buscando. Así fui tomando las herramientas que me servían. También logré ingresar como ayudante en dos materias y eso me permitió trabajar en un laboratorio donde comencé a aplicar todos los conocimientos que había adquirido.

- ¿Cómo se define?

-Diría que soy un neurocientífico, porque eso es a lo que aspiro. Pero a nivel general lo que nos motiva a todos los que estamos en ciencia es la curiosidad, el deseo por saber cómo funcionan las cosas. En mi caso me motiva saber cómo funciona el cerebro o nuestras capacidades mentales y nuestro sistema de memoria. Tener muy en claro esto nos puede servir para saber cómo funciona la enfermedad de Alzheimer y si sabemos cómo se desarrolla esa enfermedad tal vez podamos pensar en cómo se genera un tratamiento.

-¿Cómo está posicionado el científico argentino en el mundo?

-A nivel de calidad científica la preparación con la que salimos de las universidades públicas es del más alto nivel y cuando llegás a lugares como el que estoy, trabajando con Premios Nobel, con gente muy inteligente de todo el mundo, no se siente una gran diferencia en los conocimientos. La diferencia que se nota es el financiamiento que hay hacia la ciencia. Por lo menos en Noruega los investigadores estamos contratados como empleados y no es una beca como en Argentina. Tenemos todos los derechos laborales y todos los beneficios y la sociedad apoya mucho el financiamiento de la investigación científica porque saben que a través de la ciencia es que se pueden generar desarrollos que permitan vivir mejor.

Acá todas las necesidades están cubiertas y uno a lo único que se tiene que dedicar es a tratar de resolver las preguntas científicas. Enfocándote el ciento por ciento en tu trabajo podés desarrollar al máximo tu potencial. Esa es la mayor diferencia con nuestro país, pero en cuanto a la preparación de los profesionales, repito, en formación estamos en un pie de igualdad con los mejores del mundo.

En Pergamino jugaba en Los Pingüinos y allá despunta el vicio del rugby. (IGNACIO POLTI)


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