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Las mil y una versiones sobre el recordado candi suizo


 Una postal de antaño del carrito de candi suizo también conocido como turrón japonés (ARCHIVO)

'' Una postal de antaño del carrito de candi suizo, también conocido como turrón japonés. (ARCHIVO)

Se trata de una golosina que marcó toda una época. Hay quienes sostienen que en Pergamino hubo un solo fabricante, otros hablan de dos. ¿Usted alguna vez supo cómo se fabricaba el candi?


Para inaugurar esta sección, pensamos en traer desde nuestras viejas páginas algún artículo que hablara de la golosina que marcó toda una época pero resultó que, por cotidiano, no hubo registro de su comercialización en el momento de auge. Pero la pluma inefable de Don Ricardo Piraccini, el 30 de noviembre de 1992 –cuando ya no se conseguía el caramelo- lo trajo a colación en la columna que firmaba bajo el seudónimo Dhon D. Antes.

Sin embargo, Don Ricardo fue muy escueto en la descripción. Entonces, si bien el cometido de este espacio es “revivir” noticias de antaño, tuvimos que reforzar los conceptos publicados hace 27 años a partir de consultar a quienes fueron parte de aquella costumbre de comer candi suizo. Y nos encontramos con mil y una versiones sobre el dichoso dulce.

Hay quienes sostienen que en Pergamino hubo un solo fabricante, otros hablan de dos. Están los que lo ubican con su carro en la Plaza de Ejercicios, los que lo recuerdan en la Escuela Nº 4, por la avenida. Que el señor se llamaba Don Martín, que había otro al que le decían “Habibi”, que se trataba de la misma persona.

En fin, tal vez los lectores puedan sumar sus recuerdos y así entre todos reconstruir la historia; hoy la del candi suizo, el sábado próximo será otra la postal que traeremos al presente.

La Opinión, 30/11/1992

En Pinto y Alberti, en la ochava nordeste, vivió la familia López, dueña de un memorable carrito blanco expendedor de golosinas, de esos que se apostaban en distintas esquinas de la ciudad, vendiendo su mercancía como una especie de emporio. Vendían caramelos que tenían como premio prendedores, anillos, relojes y otras chucherías que ilusionaban a los niños.

Esos carritos fueron, de alguna manera, los precursores de los actuales supermercados. Y fueron anulados por la profusión de kioscos que, desde cualquier ventana, ponen a nuestro alcance el elemento que necesitamos.

Decimos que el apellido de ese hombre era López, que atendía en turnos con su esposa y su hijo, al que quién sabe por qué, le decían “El Negro Asesino”.

Ese carrito fue uno de los últimos en transitar nuestras calles, y en sus últimos tiempos se apostaba, como lugar estable, en la esquina de Roca (hoy avenida de Mayo) y Alem, ofreciendo su inolvidable candi suizo, aquella deliciosa golosina que era una masa blanca, crocante o, en otras ocasiones, veteada con chocolate.

No eran muchos los que lo fabricaban en aquellos tiempos en que los carritos golosineros eran tantos, no muchos lo llevaban.

A esa masa compacta se la cortaba con un martillito especial que, con breves golpecitos, desgranábase en pequeños trozos que se juntaban en un pequeño papel de estraza. Las porciones eran de $0.05 y de $0.10 según el tamaño.

Lo que para nosotros era candi suizo, para los pibes porteños era turrón japonés. Ese candi suizo que en realidad es “cande”, que según el diccionario, es azúcar cristalizado.

¿Usted alguna vez supo cómo se fabricaba el candi? Someramente se lo digo: se mezclan los elementos, como azúcar, esencia, chocolate o limón, según el gusto que se pretenda, y algunas otras cosas. Todo en un recipiente de cobre, de forma de media esfera, mezclando con mucha constancia. Cuando la masa haya adquirido cierto grado de ductilidad, se hace como un gran chorizo, se sujeta de un gancho colocado especialmente en la pared, a cierta altura, y se comienza a tirar, repetidamente y por largos minutos, hasta que la pasta adquiere suavidad. Esa operación dura dos horas.

El último fabricante de candi suizo en nuestra ciudad fue Antonio Di Chocho, a quien todos, chicos y grandes, conocían como Don Martín. Generalmente se apostaba frente a la Escuela Nº 4, en las horas especiales de entrada y salida. Y el resto de las horas se ubicaba en San Nicolás y Alsina, frente a lo que había sido el viejo y tradicional almacén de Carlos Renati. (Fragmento de la nota publicada por Piraccini como Dhon D. Antes)


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