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Maximiliano Morales, de médico a paciente, una historia contada para ayudar a otros


 Maximiliano Morales médico y paciente- su historia deja un testimonio socialmente valioso (MAXIMILIANO MORALES)

'' Maximiliano Morales, médico y paciente: su historia deja un testimonio socialmente valioso. (MAXIMILIANO MORALES)

Hace 10 años fue diagnosticado con una enfermedad oncológica que lo obligó a someterse a varios tratamientos, además de un autotrasplante y un trasplante de médula ósea. Además de haber filmado parte del proceso, decidió escribir un libro. Lo que comenzó como un ejercicio terapéutico, terminó transformándose en un instrumento al servicio de los demás.


Maximiliano Morales tenía 25 años cuando le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin, una patología oncológica que afecta los ganglios linfáticos. Eso lo obligó a someterse a múltiples tratamientos, incluidos un autotrasplante y un trasplante de médula ósea. Su vida hasta ese momento era similar a la de cualquier joven de su edad. Acababa de recibirse de médico y se disponía a formarse en la especialidad que había elegido. Había planificado ser cardiólogo infantil. El diagnóstico puso entre paréntesis muchos de esos proyectos y también quebró muchas de sus estructuras. Recorrió un largo camino y desde el primer día sorteó el miedo y el enojo llevando un minucioso registro de cada etapa del tratamiento. Así comenzó a escribir y afirma que fue un ejercicio terapéutico. Buena parte de ese material empezó a compartirlo a través de sus redes sociales y entre amigos. Y la respuesta no tardó en llegar. La aceptación de sus mensajes lo comprometió con una tarea altruista: utilizar la palabra y la experiencia personal para poder ayudar a otros. A la par de la escritura, filmar el momento de su trasplante y compartir ese video para desmitificar ideas en torno al cáncer y sus formas de tratamiento le dio trascendencia pública a su historia de vida personal. Nuestras páginas de LA OPINION recogió aquel testimonio y en nuestra Web compartimos el video. El material de inmediato se hizo viral y colaboró con que muchos conocieran un poco más respecto de la existencia de un registro de donantes voluntarios de médula ósea y se interiorizaran respecto del procedimiento, una práctica médica de menor complejidad que la que cualquiera imagina y que contribuye a salvar vidas.

Su historia en un libro

Hace poco más de un mes, los relatos escritos mientras estaba en tratamiento, corregidos y revisados a la luz de los múltiples aprendizajes que le dejó el tránsito por la enfermedad, fueron volcados en un libro. Abandonó su condición de médico para escribirlo y en primera persona pudo, con absoluta generosidad, acercar a los lectores vivencias y sentires en el andar por una enfermedad que asusta, que confronta a las personas con la posibilidad de la muerte y dejar un mensaje esperanzador respecto de la importancia de tomar de la experiencia el legado de abrazarse a la vida desde el lugar de las cosas verdaderas. La primera edición de 300 ejemplares se agotó casi de inmediato y de hecho Maximiliano ya gestiona una reimpresión de 500. En una entrevista concedida a LA OPINION confiesa que lo sorprendió que en plena cuarentena haya sido tan grande el interés por su material y tan rápida la venta de los ejemplares. Entiende que seguramente la iniciativa de haberse animado a publicar sirvió para lograr su cometido que desde un primer momento fue poder ayudar a otros. El diálogo en la entrevista, mediada por un dispositivo tecnológico que es el que impone el cuidado de su salud en tiempos de pandemia, consigue meterse en la intimidad de una historia de vida, pero no se queda solo en la anécdota personal sino que indaga en los aprendizajes que deja el tránsito por una patología oncológicas y en las herramientas de las que alguien puede nutrirse para sobrellevar un tratamiento complejo y ponerse todos los días del lado de la vida.

-¿Cómo surgió la idea de escribir el libro?

-La idea nació apenas me dieron el diagnóstico en febrero de 2011. Del mismo modo que hacer un registro de filmar el tratamiento, como un modo de desmitificar algunos temores que hay en relación a la quimioterapia, la radioterapia y todas las estrategias de tratamiento que supone el cáncer. Confieso que me gustaba mucho el estilo de humor de Fernando Peña que sufría de VIH y que siempre encontraba cómo desdramatizar la enfermedad. Me identificaba con eso e intenté copiar la idea como para tratar de ayudar a la gente y que le pierda miedo a todo esto. Como un modo de quitarle dramatismo a estas situaciones que se viven con mucha angustia. En paralelo a ese registro fílmico empecé a escribir por mi cuenta y algunos textos los empecé a compartir y la gente me hacía buenas devoluciones. Entre chiste va y chiste viene me decían “para cuándo el libro” y bueno, finalmente llegó este año en que me animé a hacerlo después de nueve años de recopilar textos.

-¿Cómo era tu vida antes del diagnóstico?

-Me había recibido de médico en 2010 y me diagnosticaron en febrero de 2011. Así que hacía muy poco que me había recibido. De hecho estando en tratamiento fui a buscar el diploma.

-¿Cuál fue tu diagnóstico específico y qué tipo de tratamiento tuviste que hacer?

-A mí me diagnostican un linfoma de Hodking que es un cáncer en los ganglios. Tuve que hacer quimioterapia. No funcionó, hice esa parte del tratamiento en Pergamino durante seis meses y después me fui a Capital Federal a tratarme. Cuando no funciona la primera etapa del tratamiento se piensa en un trasplante de médula. En mi caso como la médula la tenía sana porque el linfoma no necesariamente la afecta, en abril de 2013 me pude hacer un autotrasplante. Luego hice radioterapia durante un mes de junio a julio y en septiembre de ese año me dan el primer alta. Y en abril de 2014 en los estudios sale que la enfermedad había vuelto. No hice quimioterapia porque la actividad oncológica era muy baja y no se justificaba. La conducta era estar expectante. Así estuve durante 2014 y 2015. En abril de 2016 me hago otro estudio de diagnóstico y ahí se determinó que la enfermedad había progresado y se decidió un protocolo de quimioterapia. Durante 2016 y 2017 hice el tratamiento y finalmente en abril de 2018 me trasplanté por segunda vez, que fue cuando decidí filmar la parte de donación. En esta instancia la donante fue mi hermana Guadalupe. No siempre los trasplantes funcionan. El trasplante de médula lo que hace es ser la frutilla del postre para terminar de consolidar un tratamiento. Desde entonces siguieron los controles hasta la actualidad.

-¿Cómo ha sido la vida en todos estos años y cuánto de esa experiencia pudiste volcar en el libro?

-Muchas cosas han cambiado. En 2011 no arranqué a trabajar. Hasta el 2 de enero de 2014 no trabajé. Ahí me fui a Calafate y trabajé como médico en el aeropuerto. En mayo de 2014 hice lo mismo en Río Gallegos. En ese momento no tenía especialidad. En 2014 hice un posgrado en Nutrición y otro en Nutrición Deportiva. En 2015 me instalé en Capital Federal y allí hice la especialidad en Medicina del Deporte y estuve trabajando en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo. Trabajé dos años allí. En 2017 volví a Pergamino, comencé a trabajar en el consultorio hasta principios de 2018 en que regresé a Capital para trasplantarme. Hasta que me den el alta sigo sin poder trabajar, porque mis defensas se tienen que acomodar de alguna manera, así que estoy sin atender todavía.

-¿Qué relación has logrado tener con la enfermedad en tu condición de médico?

-Gracias a Dios yo no me acordaba nada de lo que había estudiado sobre esta enfermedad. La última materia la había rendido en octubre de 2009. Hay veces que estudias cosas para aprobar y nada más y ese fue mi caso en este tema puntualmente. Cuando me diagnosticaron tenía la posibilidad de sentarme a leer sobre la enfermedad, pero elegí mejor el papel de no saber. Entonces anulé la carga que tienen generalmente los médicos de querer saber todo y querer controlar todo. Me dediqué exclusivamente a ser paciente.

-Los médicos tienen fama de ser malos pacientes, ¿cómo fuiste vos como paciente?

-La fama que tenemos es terrible. Pero me considero un buen paciente. Podría decir que no fui médico como paciente.

El envío de cada ejemplar del libro posibilita un contacto real con los lectores. (MAXIMILIANO MORALES)

“Escribir fue terapéutico”

Reconoce que en el proceso de su recuperación la escritura funcionó como un ejercicio terapéutico. “A fin del año, pasado cuando le empecé a dar forma al libro, ya estaba escribiendo en las redes sociales. Había escrito desde febrero de 2011 a julio de 2012 100 páginas de Word. En ese momento estaba enojado, con bronca, eran textos aburridos que no transmitían nada y tenían muchos datos innecesarios. No pude usar nada de eso. Conservo el archivo, pero no lo usé para el libro. Me sirvió para saber cómo va cambiando la escritura cuando llegas a procesar y a aceptar ciertas cosas”, confiesa.

-¿El aceptar y procesar las cosas que decís, de algún modo, cambió el foco de lo que querías transmitir en el libro? ¿A quién está dirigido el mensaje?

-El foco no cambió nunca porque mi objetivo siempre fue poder ayudar a otros. Lo que cambió fue el modo de transmitirlo. Al principio había empezado a escribir pensando solo en pacientes, pero luego empecé a descubrir que personas que no estaban enfermas me hacían buenas devoluciones del material y que les servía lo que yo escribía. Ahí amplié el abanico y empecé a escribir para el público en general. Me gusta mucho hacer analogías, así que las utilicé mucho como recurso en mi escritura. Quizás por eso tuvo tanta aceptación el libro cuando lo publiqué hace poco más de un mes.

-¿Cómo fue el proceso de la edición?

- Soy un autor independiente. Usé ahorros para poder editar. Imprimí 300 ejemplares y lo publiqué el 15 de junio y en un mes los vendí a todos. Ahora mandé a reimprimir la segunda edición de 500 libros más. Antes de esto estaba dando charlas en algunos lugares, luego vino el confinamiento y los cuidados que hay que tomar, pero me imagino que en el futuro esa actividad podré retomarla y de ese modo conseguir que el mensaje del libro tenga aún mayor llegada. En Pergamino el libro se vende en las librerías Minigo y Cursiva. Sus dueños son vecinos de toda la vida y de hecho Lucía Minigo fue la diseñadora de la tapa. Mucha gente me contactó a través de las redes y pudimos coordinar para que lo tuvieran. Más allá de vender un ejemplar me gusta entablar una relación con la gente, me nutro de distintas historias y pienso que lo que me tocó vivir quizás los puede ayudar.

Ver también: Un pergaminense se filmó durante su trasplante para crear conciencia

El presente

Hoy Maximiliano tiene 35 años y hace casi 10 que comenzó a transitar ese camino. Confiesa que muchos de sus planes cambiaron. Que en su vida ya no todo tiene que ser “como un relojito”.

“Antes del diagnóstico tenía todo programado: hacer cardiología, especializarme en cariología infantil. La vida me fue llevando por otro camino. Y como siempre le digo a mi mamá, lo que hago en medicina me llena, pero lo que me pasa con la escritura me rebalsa”, confiesa sobre el final de la entrevista, mostrándose agradecido y afortunado de poder conjugar dos vocaciones, hacer lo que le gusta y vivir de su profesión. Quizás ya piensa en un próximo libro. O en un nuevo proyecto. En cualquier iniciativa que emprende la meta es contribuir a crear conciencia social respecto de la salud desde distintos lugares. Sabe que en relación a la donación de médula ósea queda un largo camino que transitar. Es enemigo de plantear el tránsito por una enfermedad como una batalla. Lo dice cuando reflexiona: “Si uno lo vive como una guerra puede llegar a decir: ‘le gané al cáncer’. Ahora si la enfermedad algún día regresa, ¿cómo procesa eso la persona? ¿Entonces significa que perdió? Nada de eso”.

En su escritura y en su concepción de la vida y de la enfermedad se aleja del lenguaje bélico que suele usarse casi planteando el tratamiento como una épica. Prefiere entender que la enfermedad es una experiencia de vida de la que se sale fortalecido.


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