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“Lucecita”, la aristócrata indomable de Mendoza


 Victoria era una de las mujeres ms hermosas de la capital porteña pero no estaba disponible debido a su romance con Manuel Hermenegildo Aguirre (ARCHIVO)

'' Victoria era una de las mujeres más hermosas de la capital porteña pero no estaba disponible debido a su romance con Manuel Hermenegildo Aguirre. (ARCHIVO)

Era la esposa del gobernador de Mendoza, Tomás Godoy Cruz.  Enamorada de su yerno, al no ser correspondida decidió matarlo valiéndose de sicarios. Fue condenada a muerte pero su alto nivel social le evitó la pena capital. Su casa y ella fueron el centro de la escena social cuyana hasta el terremoto de 1861, que la encontró muerta bajo los escombros.


Tomás Godoy Cruz no tuvo suerte en el amor. En tiempos de la independencia, pasó algunos meses en Buenos Aires donde se enamoró perdidamente de Victoria Ituarte, sobrina de su amigo don Martín de Pueyrredón. Victoria era una de las mujeres más hermosas de la capital porteña pero no estaba disponible debido a su romance con Manuel Hermenegildo Aguirre, uno de los creadores de la famosa pirámide de Mayo.

El mendocino no se rindió y pidió auxilio a Pueyrredón, quien llegó a enviar a Aguirre en misión a Estados Unidos, buscando allanar el camino para su amigo. No sirvió de nada, Victoria lo esperó y se casaron. Con los años su amor dio grandes frutos, entre los que se encuentran sus bisnietas Victoria y Silvina Ocampo.

En 1823, don Tomás contrajo nupcias finalmente. La elegida fue Luz Sosa, considerada la mujer más hermosa de todo Cuyo. Llevaron una vida fastuosa en la que las tristezas no faltaron. Aunque generalmente se habla de dos hijos, según los registros parroquiales tuvieron cuatro, uno de ellos murió a los dos años y otro a los 20. Los sobrevivientes fueron Juan Bautista y Aurelia.

Lucecita

María de la Luz Sosa y Lima era hija de Francisca Javiera Corvalán y Rozas y de Joaquín de Sosa y Lima. Había nacido en 1797 en la ciudad de Mendoza. Se casó en 1823 con Tomás Godoy Cruz, que fuera colaborador fiel de San Martín, congresista en Tucumán, gobernador de Cuyo y extraordinario hombre público. Este hombre ocupado en tan importantes asuntos, dejó en manos de su joven y voluntariosa mujer los temas sociales y muchas veces los patrimoniales. Luz, como toda dama formada en los cánones del hogar patricio, se dedicaba a la beneficencia y a las relaciones públicas, donde podía lucir tanto su opulencia como su encantador estilo. Sus fiestas y saraos, sus modas y desplantes eran el vivo comentario de aquel ambiente mundano mandado a hacer a su medida.

A Luz le aparece competencia

Su hija Aurelia, convertida en una joven encantadora, aprendió a cantar y tocar el piano con gracia y justeza acompañando a los “habitués” que acudían a las reuniones. Era muy común que se invitara y halagara a los forasteros con buena estampa y a la moda en sus hogares. Uno de esos forasteros de paso a Chile fue Federico Mayer, medico recién recibido, apuesto y joven. Aurelia encontró el amor en brazos de este joven, que era primogénito de un oficial inglés, John Andrew Mayer, perteneciente al aristocrático cuerpo de Guardias Reales que había llegado al país para trabajar junto a Rivadavia en su obra de gobierno. El matrimonio se llevó a cabo en Mendoza el 6 de diciembre de 1851, en la iglesia de San Nicolás.

Mientras la familia Godoy Cruz daba muestras de una radiante felicidad, decaía la salud del dueño de casa. Al cabo de un año Aurelia decidió espaciar su presencia en casa de sus padres, alejándose a ojos vistas de la influencia de su madre.

Siga el baile

El 15 de mayo de 1852, al atardecer, doña Luz, acompañada de su hermana Francisca, atendían a los invitados que llegaban a una reunión programada. Todo prometía brillo y alegría, música, canciones, exquisitos bocados, amena charla y jugosos comentarios que durarían hasta la madrugada. En el cuarto más alejado yacía don Tomás. Al ser asistido por una de las criadas, que lo vio exhalar el último suspiro. Cuando, entre el susto y las lágrimas, la mujer se lo fue a contar a su patrona, Luz estaba en lo mejor de la fiesta. Una expresión de fastidio cambió su cara al enterarse del hecho. Sin dudar un instante impartió la orden terminante: todo debía continuar normalmente. Mañana se daría la noticia y si alguien del personal demostró algún pesar, la señora se encargó de pronunciar algunas oportunas amenazas. Siguió el baile. Muy pocos se enteraron del deceso. El distinguido hombre público fue sepultado sin que le diera la importancia que realmente tuvo social y políticamente. Doña Luz guardó compostura y luto prudente.

Asesinato por encargue

Después de esto la relación entre Aurelia, su esposo y doña Luz se fue agravando al punto de los celos y el odio. Es que la viuda, “Lucecita”, sin poder hacer sus habituales fiestas, se dedicó volver un infierno la vida de los tórtolos. ¿El motivo? Aparentemente estaba enamorada de su yerno.

En una calurosa noche de marzo de 1853, el matrimonio Mayer salió de la casa de don Melitón Gómez, quien vivía a unas cuatro cuadras de la finca de Aurelia. Allí doblaron hacia la izquierda en donde había un callejón oscuro y apresuraron la marcha. De repente aparecieron desde la oscuridad dos hombres que venían del lado opuesto y fueron a buscar a Federico, le asestaron varias puñaladas y lo remataron con dos tiros en la cabeza y el pecho. A pesar de los esfuerzos de Aurelia por defenderlo, nada pudo hacer, y los dos asesinos huyeron corriendo. Aurelia llamó a un médico, dándole por seña un pañuelo ensangrentado. Pero ya era tarde, Federico murió desangrado.

El juicio

Después de un tiempo la Policía atrapó a los asesinos Esteban y Martiniano Sambrano, cuando trataban de escapar hacia Chile. Los sospechosos confesaron que habían sido pagados por la señora Luz Sosa de Godoy Cruz para cometer el horrendo crimen. Inmediatamente fue llamada, y ella se declaró culpable de aquellos hechos.

Al mes y medio de ese mismo año, el juez Juan Palma dictó la sentencia contra los asesinos del doctor Federico Mayer Arnold.

En los fundamentos de la sentencia, el juez explicó la participación que habían tenido los reos Esteban, Martiniano Sambrano en ese homicidio, y sostuvo que la señora Luz Sosa, madre política de Federico Mayer, fue la instigadora del crimen. “Ella les proveyó las armas para cometer el delito y encargó su ejecución”, narró. A todo esto se sumó, el agravante de haber puesto en peligro la vida de su propia hija, quien acompañaba a la víctima cuando fue atacado.

El magistrado dictó la sentencia y los hermanos Sambrano y Luz Sosa fueron condenados a la pena de muerte por fusilamiento.

Indomable hasta el final

Cuando todo hacía presumir que la sentencia del juez Palma era irrevocable, inesperadamente fue apelada y un tribunal conmutó la pena de muerte de los Sambrano por 10 años de cárcel. A Luz Sosa se le revocó la sentencia y se le impuso una multa de 2.000 pesos, para la construcción de la cárcel. Una vez cancelada la multa, Luz Sosa viuda de Godoy Cruz, recuperó la libertad.

En tanto Aurelia Godoy se refugió al amparo de su cuñada. Mientras doña Luz estuvo encerrada, viajó a Buenos Aires en forma definitivamente desoyendo los ruegos de su madre que le pedía perdón.

Doña Luz volvió a su casa demostrando que estaba muy lejos de quebrantarse. Peleó con su hijo Juan Bautista el reparto de la herencia y siguió dando fiestas a las amistades que tuvieron el coraje de acompañarla sin hacer ascos de su conducta, ni aun cuando su hijo murió misteriosamente.

Entre mampostería y olvido

Parecía que una gran cantidad de dinero y una gran dosis de olvido eran lo esencial para seguir brillando. Hasta que llegó el 20 de marzo de 1861, en que Mendoza, fue virtualmente arrasada por un terremoto. De los 12.000 habitantes que la poblaban quedaron 7.000. La suntuosa residencia de Luz, en la que se realizaba una de las fiestas que daban que hablar, también se desplomó sobre su anfitriona.

Al otro día, una mujer que ayudaba a los damnificados, la encontró bajo la mampostería que le destrozara el pecho. En el medallón que colgaba ensangrentado de su cuello, estaba la miniatura de un caballero de ojos claros y pelo rubio. “Es el doctor Mayer”, reconoció un camillero que trasladaba víctimas.

Dicen que nadie se preocupó por rescatar sus restos.


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